Ni leyenda negra ni leyenda blanca
Es ya cierto que hablar del descubrimiento de Am¨¦rica puede ser considerado, desde el punto de vista de los impugnadores, como una despectiva denominaci¨®n euroc¨¦ntrica, como si las grandes culturas ind¨ªgenas no hubieran existido hasta ese momento. Pero deja de serlo si se considera que los europeos no las conocieron hasta esa fecha, 0 s¨®lo un exceso de amor propio puede tomar esa expresi¨®n como peyorativa. Lo que s¨ª es reprobable es que se siga utilizando hasta nuestros d¨ªas, cuando aun en aquel tiempo los esp¨ªritus europeos m¨¢s elevados manifestaron su admiraci¨®n por lo que hab¨ªan encontrado en el Nuevo Continente.Desde esta leg¨ªtima perspectiva, ser¨ªa mejor hablar del "encuentro entre dos mundos", y que se reconocieran y lamentaran las atrocidades perpetradas por los sojuzgadores. Reconocimiento que deber¨ªa venir acompa?ado por el inverso reconocimiento de los acusadores, admitiendo las positivas consecuencias que con el tiempo produjo la conquista hisp¨¢nica. Bastar¨ªa tener presente que la literatura de lengua castellana ha producido en Am¨¦rica, con una inmensa cantidad de mestizos, una de las literaturas m¨¢s originales y profundas de nuestro tiempo. Si la leyenda negra fuera una verdad absoluta, los descendientes de aquellos ind¨ªgenas avasallados deber¨ªan mantener at¨¢vicos resentimientos contra Espa?a, y no s¨®lo no es as¨ª, sino que dos de los m¨¢s grandes poetas de la lengua castellana de todos los tiempos, mestizos, cantaron a Espa?a en poemas inmortales: Rub¨¦n Dar¨ªo en Nicaragua y C¨¦sar Vallejo en Per¨².
Esa leyenda siniestra fue comenzada por las naciones que quer¨ªan suplantar al m¨¢s poderoso imperio de la ¨¦poca, entre ellas Inglaterra, que no s¨®lo cometi¨® en el mundo entero atrocidades tan graves como las espa?olas, pero agravadas por su cl¨¢sico racismo, que a¨²n perdura, cometido hasta hoy por el imperio norteamericano; no ¨²nicamente contra los indios, sino, luego, contra los llamados despectivamente hispanos, y f¨ªnalmente contra los italianos, en virtud de una doctrina seg¨²n la cual Reagan es superior a Julio C¨¦sar, Virgilio, Horacio, Leonardo da Vinci, Miguel ?ngel, Galileo y tantos que hicieron por la cultura universal algo m¨¢s que ese actor de tercera categor¨ªa. No, aqu¨ª no hubo esa inferioridad espiritual que es el racismo: desde Hern¨¢n Cort¨¦s, conquistador de M¨¦xico, cuya mujer fue ind¨ªgena, hasta los que llegaron en aquella formidable empresa hasta el R¨ªo de la Plata se mezclaron con indios, y gracias al misterio gen¨¦tico tengo una hermosa nieta que sutilmente revela rasgos incaicos. Para no hablar de las notables creaciones del barroco ib¨¦rico en Am¨¦rica Latina, que sutilmente difiere del de la metr¨®poli, de la misma manera que sucedi¨® con nuestra lengua com¨²n: la ilustre lengua de Cervantes y Quevedo.
Vamos, todas las conquistas fueron crueles, sanguinarias e injustas, y bastar¨ªa leer aquel libro de un sacerdote belga en que narra los horrores, los castigos, las mutilaciones de manos y a veces hasta de manos y pies que sus burdos y viles compatriotas inflig¨ªan a los negros que comet¨ªan un robo de algo que en el fondo les pertenec¨ªa. Y lo mismo podr¨ªa repetirse con siniestra simetr¨ªa con los alemanes, holandeses e ingleses. ?Qui¨¦nes son ellos, qu¨¦ virtudes tuvieron y hasta siguen teniendo, para haber forjado y seguir repitiendo la leyenda negra?
Es tina injusticia hist¨®rica olvidar los nombres que lucharon por los ind¨ªgenas y por la conservaci¨®n de sus valores espirituales, como fray Bernardino de Sahag¨²n, la escuela de Salamanca con "derecho de gentes", y el nobil¨ªsimo dominico Bartolom¨¦ de las Casas, que defendi¨® encarnizadamente a los indios y que, lejos de propiciar la trata de negros, como afirma una de las tantas falsedades de la leyenda, luch¨® por ellos en nombre de una religi¨®n que considera sagrada la condici¨®n humana. En fin, no se tiene presente que fueron hijos de espa?oles y hasta espa?oles que lucharon contra el absolutismo de su propia tierra los que insurgieron contra Espa?a, desde Bol¨ªvar en el norte hasta San Mart¨ªn en el sur, nacido aqu¨ª, que combati¨® como coronel, heroicamente, contra la invasi¨®n napole¨®nica en la tierra de su padre, el capit¨¢n Juan de San Mart¨ªn. Con raz¨®n, Fern¨¢ndez Retamar pone el caso de Mart¨ª, uno de los hombres m¨¢s esclarecidos y nobles de nuestra independencia, orgulloso de sus padres espa?oles, que, al propio tiempo que defend¨ªa la legitimidad de una cultura nueva y propia, se declaraba heredero del Siglo de Oro hisp¨¢nico. Para no referirnos a tanto mestizo ilustre, como Bernardino Rivadavia en mi pa¨ªs, con negros en su pasado y quiz¨¢ hasta con indios, y a mi amigo Nicol¨¢s Guill¨¦n, el cubano que en un conmovedor poema se refiere a su abuelo espa?ol y a su abuelo africano, ejemplar s¨ªntesis de nuestro mestizaje.
Todo este asunto est¨¢ vinculado al problema de la famosa "identidad de una naci¨®n", problema bizantino por excelencia. Se habla mucho de "recobrar nuestra identidad americana". Pero ?cu¨¢l y c¨®mo? Al decir ya nuestra, gente como yo, que se considera entra?ablemente argentino, quedar¨ªa eliminado porque mis padres fueron europeos, como la mayor parte de los miembros de nuestra naci¨®n. ?Cu¨¢l identidad, pues? ?La de los indios n¨®mades y guerreros que recorr¨ªan nuestras inmensas llanuras casi planetarias, donde ni siquiera hubo antiguas civilizaciones como la de los incas, mayas o aztecas? Una tierra que se ha hecho con el hibridaje de espa?oles, indios, italianos, vascos, franceses, eslavos, jud¨ªos, sirios, libaneses, japoneses y ahora con chinos y coreanos, ?Y qu¨¦ idioma reivindicar? Es curioso que buena parte de los que se proponen esta recuperaci¨®n de nuestra identidad hablan en buena y longeva lengua de Castilla, y no en lenguas ind¨ªgenas. Parad¨®jica forma de reivindicar lo aut¨®ctono.
Y aun dejando de lado las inmigraciones que hemos tenido en este siglo, quedar¨ªan, como bien escribe Uslar Pietri, tres protagonistas: los ib¨¦ricos, los indios y los africanos, pero sin duda ser¨ªa la cultura Ib¨¦rica la dominante, desde el momento en que esas tres sangres entraron en esos complej¨ªsimos procesos de la fusi¨®n y el mestizaje, dejando de ser lo que hab¨ªan sido, en usos y costumbres, religi¨®n, alimentos e idioma, produciendo un nuevo hecho cultural original¨ªsimo. No como en la Am¨¦rica anglosajona o en el coloniaje europeo de Europa y Asia, donde hubo simple y despreciativo trasplante.
Habl¨¦ antes de bizantinismo, porque estos falsos dilemas nos traen a la memoria los c¨¦le
bres sorites, en que se preguntaba cu¨¢ntos granos de trigo hacen un mont¨®n. Falsos problemas que se agravan cuando se pone en juego a seres humanos y no a simples granos de trigo, porque nada que se refiera a los hombres es esencialmente puro, todo es invariablemente mezclado, complejo, impuro. Pues s¨®lo en el reino plat¨®nico de los objetos ideales existe la pureza, ya sea la de un tri¨¢ngulo rect¨¢ngulo o de un logaritmo. Si retrocedemos en el tiempo, en cualquier parte del planeta, no sabr¨ªamos d¨®nde detenernos en la b¨²squeda de esa ilusoria identidad. Pensemos en los propios espa?oles, que ahora son el centro de esta pol¨¦mica: no ser¨ªa, sin duda, en los reinos visig¨®ticos, ya que no se habla en la Pen¨ªnsula una lengua germ¨¢nica; habr¨ªa que retroceder, entonces, hasta el dominio de Roma, que produjo una cultura tan entra?able que se sigue hablando y escribiendo un idioma derivado del lat¨ªn, no del ciceroniano, claro, sino en el de la soldadesca, porque ni en esto se encuentra jam¨¢s algo elevado. Pero ?por qu¨¦ detenerse en lo rom¨¢nico? Los puristas querr¨ªan entonces descender hasta los ¨ªberos, misterioso pueblo cuya lengua ignoramos, pero que, al parecer, algo ten¨ªa que ver con los africanos o, y quiz¨¢, hasta con el vascuence; pero que, en todo caso, invalidar¨ªan autom¨¢ticamente el derecho a la verdadera identidad hisp¨¢nica en que surgieron y vivieron despu¨¦s dominaciones tan profundas y viscerales que pudieron producir un gran escritor latino como S¨¦neca. Y todo se complica a¨²n m¨¢s si reflexionamos en los reinos moros del ?ndalus, donde quiz¨¢ se dio el m¨¢s grande y emocionante ejemplo de convivencia de ¨¢rabes, jud¨ªos y cristianos. En la catedral de Sevilla est¨¢ el sepulcro de Fernando el Santo, llamado "el gran se?or de la convivencia", y la inscripci¨®n, a cada lado, en lat¨ªn, ¨¢rabe, hebreo y espa?ol, que lo enaltecen.
Espa?a estaba empapada de sangre jud¨ªa a partir de la Inquisici¨®n, que tambi¨¦n la derram¨® en la entera Europa cristiana. Ese tenebroso periodo, sin embargo, no debe hacernos olvidar que en aquella tierra ib¨¦rica, en ¨¦pocas m¨¢s tolerantes, el pueblo hebreo hab¨ªa alcanzado tan grande respeto que su sangre se mezcl¨® hasta con la sangre real. Y que un fil¨®logo de la talla de Men¨¦ndez Pelayo escribi¨®: "El primer poeta castellano conocido es, probablemente, el excelso poeta hebreo Yehuda Halev¨ª, de quien consta que versific¨® no solamente en su lengua, sino en ¨¢rabe y en la lengua vulgar de los cristianos". Este hombre, que naci¨® hacia 1087, fue considerado el m¨¢s grande poeta l¨ªrico del juda¨ªsmo, pero, en cuanto a su modalidad, tan caracter¨ªsticamente castellano como su amigo Mois¨¦s Ibri Ezra, andaluz.
Y a¨²n hay algo m¨¢s importante: el centro cultural morojudaico, heredero de la gran cultura de Bagdad, tanto en C¨®rdoba, "la novia de Andaluc¨ªa", como en otras ciudades del mismo reino, desarroll¨® el puente entre la cultura hel¨¦nica, que los musulmanes hab¨ªan recogido en el Asia Menor y en Alejandr¨ªa, y la Europa b¨¢rbara, tarea en la que no se debe tampoco olvidar la Escuela de Traductores de Toledo, fundada en el siglo XII. Avicebr¨®n, nacido en M¨¢laga en 1020, conocedor de la filosof¨ªa neoplat¨®nica, influy¨® sobre san Buenaventura y la orden de los franciscanos, que polemizaron con Alberto Magno y santo Tom¨¢s. Y en cuanto al gran fil¨®sofo jud¨ªo Maim¨®nides, nacido en C¨®rdoba en 1136, influido por el neoplatonismo, recibi¨® la doctrina aristot¨¦lica a trav¨¦s del mayor de los pensadores ¨¢rabes, Averroes. Y ambos crearon el puente entre la filosof¨ªa griega y la Europa de los b¨¢rbaros, hasta culminar en Bacon, santo Tom¨¢s, Descartes, Spinoza y Kant. ?Vaya identidad cultural!, Y ya que todo esto comenz¨® con el problema de la identidad hispanoamericana, no ser¨¢ ocioso recordar que matem¨¢ticos, ge¨®grafos y astr¨®nomos provenientes de aquella ¨¦poca trascendente de la cultura ¨¢rabe-judaica hicieron posible el viaje de Crist¨®bal Col¨®n, casi seguramente jud¨ªo. Como tres de los poetas m¨¢s excelsos de nuestra lengua: fray Luis de Le¨®n, san Juan de la Cruz y santa Teresa.
Hechos parecidos, podr¨ªan enunciarse de diferentes regiones europeas donde el deg¨¹ello, la peste, la violaci¨®n y la tortura fueron inevitables, ya que la condici¨®n del hombre es as¨ª: capaz de los mayores portentos y de las m¨¢s atroces ferocidades, como con otras palabras lo dijo Pascal. Aceptemos, pues, la historia como es, siempre sucia y entreverada, y no corramos detr¨¢s de presuntas identidades. Ni los ol¨ªmpicos dioses hel¨¦nicos, que aparecen como arquetipos de la identidad griega, eran impolutos: estaban contaminados de deidades egipcias y asi¨¢ticas.
Por otra parte, la historia est¨¢ hecha de falacias, sofismas y olvidos. Yo mismo, sin ir m¨¢s lejos, no recuerdo qui¨¦n era el preso que en la aciaga torre de Londres, esperando su acostumbrada decapitaci¨®n, dedicaba su menguante existencia a escribir la historia de Inglaterra, cuando, a trav¨¦s de los criados que le tra¨ªan su bazofia cotidiana, le llegaron noticias de una gran pelea que hab¨ªa habido al pie de su prisi¨®n, informaciones tan confusas y contradictorias que dej¨® de escribir la historia de su pa¨ªs, ya que ni siquiera, cavil¨®, era capaz de saber a ciencia cierta qu¨¦ diablos hab¨ªa pasado ah¨ª abajo.
Ernesto S¨¢bato es escritor argentino.
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