Carta de despedida
Era enero, el mes del fr¨ªo por naturaleza, una ¨¦poca en la que ya nadie sab¨ªa nada. Las golondrinas volv¨ªan despistadas a sus antiguios nidos, algunos ¨¢rboles empiezaban a enrojecer en un arrebato de primavera equivocada... ?Estar¨ªan confundidos? Quiz¨¢ esa ficticia primavera nos salvara a todos del desasosiego del hielo. Lo dudoso es el tiempo que nos queda, la cuenta atr¨¢s que ya ha comenzado.
El d¨ªa 16 empieza la III Guerra Mundial. La gente camina tranquila de su casa al trabajo. Otros muchos tan s¨®lo intuyen lentamente c¨®mo el ¨¢ngel exterminador va cayendo sobre los campos.
Es el fin del mundo. El armamento qu¨ªmico y nuclear nos acariciar¨¢ suavemente, mientras la piel nos abandona tira a tira. En ese momento, hasta los a veces conciliadores peri¨®dicos perder¨¢n la esperanza ante lo inevitable.
Varios locos enfrentados. El mundo, testigo ciego y mudo. Huelgas de protesta, gritos de desesperaci¨®n ... ?Se dar¨¢n cuenta?
Este invierno, el hielo ser¨¢ m¨¢s fr¨ªo que de costumbre en el desierto. Tendremos que huir al campo corriendo r¨¢pido. ?Estar¨¢s aqu¨ª cuando acabe todo?
La melod¨ªa f¨²nebre de destrucci¨®n ya comienza a clamar como las trompas de caza, esa caza del hombre hacia s¨ª mismo.
Puede que sonriamos al un¨ªsono mientras el presentador del telediario palidezca al contarnos el n¨²mero de v¨ªctimas; sonre¨ªr por no llorar; risa de histerismo desesperado, lamento de tristeza, triste final. La primera parec¨ªa imposible. La segunda demostr¨® el absurdo generalizado. Confi¨¢bamos en habernos parado ah¨ª, en esos millones de genocidas y masacrados.
Ahora surge un nuevo nazismo, el de la incertidumbre de la inconsciencia, el de la inconsciencia de la aniquilaci¨®n.
Fin. El hombre llega al grado de supremac¨ªa necesario para enfrentarse de nuevo consigo mismo. ?En favor de qu¨¦?
Nadie escucha, pocos se dan cuenta y gritan horrorizados.
Darse cuenta... ?De qu¨¦?
Quisiera darte el ¨²ltimo beso antes de la guerra, el verdadero dios del hombre. ?El ¨²nico?.-
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