"La guerra, se?or, la guerra"
La noche del bombardeo en el refugio de un hotel de Riad

ENVIADO ESPECIAL "?Qu¨¦?". "La guerra, se?or, la guerra", dec¨ªa un marciano envuelto en una resplandeciente sudadera plateada. La voz sonaba lejana, apenas un eco desde el interior de una m¨¢scara negra con un largo filtro antig¨¢s alzado all¨ª donde los humanos suelen tener la barbilla. Tocado con una vistosa capucha de pl¨¢stico azul el¨¦ctrico, el marciano recib¨ªa conuna leve inclinaci¨®n de cabeza a los clientes del hotel en cuanto hac¨ªan su aparici¨®n, somnolientos, en el vest¨ªbulo del hotel AlKhozaba de Riad. "Siga las flechas fosforescentes, sefior, al refugio, al refugio", indicaba con premura el marciano plateado a todo el que llegaba.
A su alrededor, un buen n¨²mero de seres humanos desarrollaba, sin embargo, una actividad reconfortantemente rutinaria: el recepcionista, luciendo su habitual frac, atend¨ªa al tel¨¦fono; el botones, enteramente de blanco, permanec¨ªa impasible junto a la puerta; un grupo de ciudadanos en pijama fumaba y tomaba caf¨¦ en torno a la televisi¨®n.
Fuera ululaban irregularmente las sirenas, de forma tal que no se alcanzaba un acuerdo sobre el significado exacto de la alarma. "Es un bombardeo inminente", aventuraba uno. "No, es una se?al discontinua; es s¨®lo una alarma preventiva", aseguraba otro. Presurosos algunos y remolones otros, todo el, mundo se encaminaba al improvisado refugio del hotel, un auditorio en el s¨®tano con las puertas selladas con cinta aislante.El abundante colectivo de empleados filipinos del establecimiento permanec¨ªa agrupado en un rinc¨®n del subterr¨¢neo, componiendo una singular sinfon¨ªa de colores y destellos bajo la luz blanca de los fluorescentes. Sudaderas de pl¨¢stico, impermeables, pasamonta?as, botas de pescador..., una extraordinaria y multicolor colecci¨®n de atav¨ªos presuntamente antiqu¨ªmicos se exhib¨ªa en el modesto refugio, al que incesantemente aflu¨ªan nuevas gentes desorientadas y reci¨¦n despiertas.
Otra nota de color ex¨®tico la proporcionaba el sistema de detecci¨®n de gases t¨®xicos: una simp¨¢tica pareja de periquitos, uno azul y verde el otro, que se arrullaba ajena a los acontecimientos en una jaula colgada en el techo.
En el vest¨ªbulo del hotel quedaban varios empleados y algunos clientes esc¨¦pticos, m¨¢s numerosos conforme las esperadas explosiones y el gas letal tardaban en hacer su aparici¨®n. Un catal¨¢n de Vilanova del Vall¨¦s, Jordi Ir¨ªzar, que ten¨ªa previsto abandonar Riad rumbo a Espa?a a primeras horas de la ma?ana, soportaba la situaci¨®n con estoicismo. Era su primer viaje a Arabia Saud¨ª, donde poco antes hab¨ªa cerrado un negocio, y ten¨ªa ya las maletas cerradas cuando empezaron a sonar las alarmas. Sentado junto a su equipaje, impecablemente trajeado, esperaba una improbable reapertura del aeropuerto.
Los empleados serv¨ªan caf¨¦s y difund¨ªan las ¨²ltimas noticias. "Un misil cerca de Riad". "Misiles hacia Dahran". "Ya son cinco misiles sobre Riad, pero todos en las afueras". En la oficina de informaci¨®n del Ej¨¦rcito norteamericano, instalada en el hotel Hyatt, lo confirmaban todo. "S¨ª, s¨ª, por lo que sabemos hay constancia de la explosi¨®n de al menos un misil en las afueras de Riad". Confirmaci¨®n no muy fiable, seg¨²n se demostr¨® despu¨¦s y seg¨²n pod¨ªa aventurarse desde el principio, cuando este corresponsal llam¨® por tel¨¦fono a la oficina militar poco antes de las tres de la madrugada para recabar Informaci¨®n sobre el ataque contra Irak. "?Ataque? ?Guerra? D¨¦me cinco minutos para averiguarlo", contestaron al otro lado del tel¨¦fono. Cinco minutos despu¨¦s, el soldado llamaba para afirmar que, "en efecto, parecen haber comenzado las hostilidades, pero no hay informaci¨®n adicional por el momento".
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