Stendhal siempre est¨¢ ah¨ª
Las fundaciones con fines culturales no las crean s¨®lo las grandes empresas, sino, a veces tambi¨¦n, algunas personas econ¨®micamente insignificantes, en un af¨¢n de lograr que perdure m¨¢s all¨¢ de su muerte aquello por lo que lucharon toda su vida. ?ste fue el caso admirable de Consuelo Berges (1900-1988) al constituir la fundaci¨®n que lleva su nombre en defensa del buen traductor, y que se nutre de los derechos sobre sus versiones de numerosas obras maestras. Con su tes¨®n y extraordinaria vitalidad fue la primera en conseguir que los editores pagasen a los buenos traductores en regal¨ªas porcentuales, al igual que hacen con los autores, porque, efectivamente, tanta importancia tiene para el ¨¦xito de una obra extranjera su fiel traductor como su propio autor.El principal quehacer estatutario de esta fundaci¨®n estriba en otorgar un premio a la mejor traducci¨®n del franc¨¦s al castellano que se publique cada a?o. No nos puede extra?ar ni un solo instante que Consuelo Berges, al instituir este premio, lo denominase Premio Stendhal, porque fue nuestra amiga la traductora ejemplar de sus Obras completas, y porque nadie en Espa?a ha sabido tanto como sab¨ªa ella sobre la vida y la obra del autor de Rojo y negro. Su biograf¨ªa de Stendhal es uno de los mejores estudios que existen sobre el gran novelista -y ?vive Dios que la bibliograf¨ªa sobre ¨¦l es abrumadora!-, mostrando que fue dign¨ªsima colega de los m¨¢s conspicuos stendhalistas franceses, como Martineau, Del Litto, Leon Blum, Jean Pr¨¦vost, Paul Hazard, Michel Crouzet, etc¨¦tera, y de toda la stendhaliana universal. Por eso el patronato de su fundaci¨®n estableci¨® el aniversario del nacimiento de Henry Beyle -el 23 de enero- como fecha solemne para efectuar la entrega anual de este Premio Stendhal, que no por ser econ¨®micamente limitado deja de ir adquiriendo cada vez mayor prestigio.
El poeta Antonio Mart¨ªnez Sarri¨®n ha sido el ganador del de este a?o, por su versi¨®n castellana de una selecci¨®n certera de poemas de V¨ªctor Hugo, publicada bajo el t¨ªtulo de uno de ellos, Lo que dice la boca de sombra, en la meritoria colecci¨®n Visor, de poes¨ªa, Est¨¢ bien que un poeta traduzca a otros poetas. S¨®lo entre ellos saben los misterios de la creaci¨®n po¨¦tica, y Mart¨ªnez Sarri¨®n, poeta conocido y reconocido, era tambi¨¦n traductor estimado por sus versiones de El audelaire, Genet y Musset. En la actual premiada nos convence de nuevo de que V¨ªctor Hugo era un gran poeta y no un grandilocuente, necesitado de poda y de selecci¨®n rigurosa, pero un gran poeta al fin, que no merec¨ªa el desprecio de Andr¨¦ Gide, quien al ser interrogado acerca del mayor poeta de Francia respondi¨®: "Hugo, ?h¨¦las!".
Entre las muchas premoniciones que tuvo Stendhal, la m¨¢s extra?a fue afirmar que no ser¨ªa entendido "hasta 1935". Esta fecha, tan rotunda, 100 a?os despu¨¦s de cuando la manifest¨®, no ser¨ªa, en mi opini¨®n, porque anticipase con nitidez en su mente ese mundo que iba a ser parte del nuestro, sino por alejarse suficientemente de su tiempo, la ¨¦poca de la triunfante burgues¨ªa de la Restauraci¨®n y de Luis Felipe, cuya hipocres¨ªa y falta de grandeza tanto despreciaba. En realidad fue antes de esa fecha el punto de inflexi¨®n en el redescubrimiento de Stendhal: el a?o 1893. En ese a?o, medio siglo despu¨¦s de su muerte, el erudito Casimir Stryienski public¨® la Vie de Henri Brulard, cuyo manuscrito dorm¨ªa pl¨¢cidamente en la Biblioteca Municipal de Grenoble. Se trataba de la autobiograf¨ªa de Henri Beyle, y ya en su t¨ªtulo encontramos, una vez m¨¢s, los seud¨®nimos y signos de desorientaci¨®n que tanto gustaba de emplear nuestro personaje, quiz¨¢ por diversi¨®n, quiz¨¢ por cautela literaria y personal. Una autobiografia que sacudi¨® a todos los stendhalianos al revelarles la hasta entonces desconocida intimidad y el modo de sentir de su h¨¦roe.
Consuelo Berges nos recuerda en su obra citada que Stendhal no public¨® su primer libro hasta los 32 a?os, en 1815. Llevaba por t¨ªtulo Vies de Haydn, Mozart et Metastase, obra por cierto donde ya comienza el au tor a practicar su eleptoman¨ªa literaria, publicada bajo el seud¨®nimo de Louis Bombet, que le salvar¨ªa de muchas complicaciones. Pero no fue dado de alta en la estimaci¨®n de sus contem por¨¢neos hasta la aparici¨®n de su ¨²ltima novela, La charteuse de Parme. Esta joya de la litera tura universal la escribi¨® Stend hal en dos meses, en 1839, a?o y medio antes de su muerte. Bal zac le dar¨ªa el espaldarazo con su art¨ªculo en la Revue Parisienne, donde afirm¨®, con su gran olfato literario, que era "de lo m¨¢s poderoso que ha inventado la literatura moderna". El art¨ªculo apareci¨® a?o y medio despu¨¦s del libro y no lleg¨® a manos de Stendhal hasta el 15 de octubre de 1840. La carta donde le agradec¨ªa a Balzac su elogiosa recensi¨®n existi¨®, aunque no se ha encontrado, pero s¨ª los varios borradores, que tard¨® en redactar casi m¨¢s tiempo que la novela. "Gran sorpre sa la m¨ªa de anoche", dice
Balzac si seguimos la traducci¨®n de Consuelo. "Os hab¨¦is apiadado de un hu¨¦rfano abandonado en la calle. Yo pensaba que no ser¨ªa le¨ªdo antes de 1880 -una nueva fecha m¨¢s optimista que la de 1935- cuando alg¨²n, rebuscador literario hubiera encontrado estas p¨¢ginas, demasiado simples, en alg¨²n viejo libro". Y le confiesa que interrumpe a veces la lectura de la revista para re¨ªrse como un loco, tanto de gozo como de pensar la cara que pondr¨¢n leyendo aquello ciertos literatos de Par¨ªs. Entre ellos, pensar¨ªa seguramente en su amigo Merirn¨¦e, quien, aunque lo ten¨ªa por inteligente, no supo descubrir los grandes valores de la narrativa de Stendhal. Un buen amigo, sin embargo, que le introdujo en los c¨ªrculos de la alta sociedad parisiense y que fue una de las tres ¨²nicas personas que asistieron a su entierro. Hab¨ªa muerto en la forma por ¨¦l presentida y deseada -fulminantemente, del coraz¨®n-, 18 meses despu¨¦s de aquel envite hacla la fama que le hab¨ªa dado "el rey de los novelistas", como ¨¦l calificaba a Balzac.
Una gran novela basta para consagrar a un autor, y cuando son dos tan logradas como Rojo y negro y La cartuja... sobra para considerar a Stendhal como uno de los grandes maestros del g¨¦nero. Pero esa estimaci¨®n que llamar¨ªamos profesional no nos explica el extenso y duradero inter¨¦s que existe desde hace un siglo por su persona, por sus tribulaciones y varia fortuna, inter¨¦s que alcanza no s¨®lo a escritores muy notables, sino tambi¨¦n a modestos lectores suyos y que se renueva y fortifica en las generaciones sucesivas. "No se acabar¨¢ nunca con Stendhal. No veo alabanza mayor", dijo Paul Val¨¦ry. Y, en efecto, constantemente se suceden libros y estudios sobre los recovecos de su vida y de su coraz¨®n. El admirable Sciascia, desaparecido tan prematuramente para todo lo que tendr¨ªa que ir diciendo sobre la marcha moral del mundo, fue uno de los stendhalianos m¨¢s conscientes: "Esa pasi¨®n que, desde hace un siglo anima en el mundo una especie de clan es lo que justamente se llama stendhalismo. Verificar, controlar, devolver a la realidad o atribuir a su imaginaci¨®n cada hecho, cada detalle, que Stendhal da como algo visto o sentido; reencontrar en sus novelas y en sus
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relatos todas esas ocasiones, esas solicitaciones... es la pasi¨®n del stendhaliano". Admiramos, los que formamos parte de ese clan, en Stendhal su falta de presunci¨®n, su entusiasmo por la mujer, aunque su historia sentimental estuviera llena de fracasos, su desprecio al falsario, su entusiasmo por el valor f¨ªsico y moral. El pr¨ªncipe de Lampedusa, autor del, c¨¦lebre Gatopardo, novela stendhaliana por excelencia, escribi¨® unas espl¨¦ndidas Lecciones sobre Stendhal donde se?ala que Stendhal, "agn¨®stico total, buscaba menos los beneficios fisicos que la expectativa entre los mismos". El propio grenobl¨¦s lo ratifica al decir que "el mayor placer de la ¨®pera reside para m¨ª en los acordes de los violines antes de que se levante el tel¨®n, en la atm¨®sfera de atenta expectaci¨®n que llena la sala iluminada y adornada de bellas mujeres". Pero, seguimos pregunt¨¢ndonos: ?por qu¨¦ existe esta atenci¨®n y fervor hacia Stendhal entre ese clan profuso y no ocurre lo mismo con otros grandes novelistas de similar categor¨ªa?. Creo que es otra vez Lampedusa quien da en el clavo al decir esto: "Lograr fundir las tres personalidades: la del autor, la del h¨¦roe y la del lector constituye el s¨¦ptimo cielo del arte stendhaliano". Por eso -a?ado yo- al leer sus art¨ªculos, sus novelas o sus relatos sentimos que Heriry Beyleest¨¢ en ellos, y nos parece que est¨¢ siempre ah¨ª, con nosotros, haci¨¦ndonos compa?¨ªa.
Pienso que en Espa?a hay muchos stendhalianos que no conocemos y muchos que son stendhalianos sin saberlo. Todos debemos agradecerle la admiraci¨®n que ten¨ªa por los espa?oles, sin haber visitado nunca nuestro pa¨ªs. "Siento", dice en alguna parte, "una inclinaci¨®n natural hacia la naci¨®n espa?ola..., un pueblo valiente, franco y generoso, exento de todos los peque?os intereses de la vida.... y me gusta tambi¨¦n el espa?ol porque es un tipo. No es copia de nadie. Ser¨¢ el ¨²ltimo tipo que existe en Europa". No conozco m¨¢s antigua opini¨®n de eso de que "Espa?a es diferente?", pero tambi¨¦n creo que, desgraciadamente, Espa?a es ya muy diferente de esa imagen encendida.
Ahora los traductores y el esp¨ªritu de Consuelo Berges pueden estar tranquilos: el porvenir es suyo. Y no lo digo yo, sino Octavio Paz, en un seminario sobre la relaci¨®n entre la cultura y la televisi¨®n. "La comunicaci¨®n entre culturas incluye un factor nuevo y determinante: la traducci¨®n... La traducci¨®n introduce al otro, al extra?o... All¨ª donde aparece la traducci¨®n, el concepto de cultura... resulta insuficiente y debemos usar el concepto... de civilizaci¨®n. ...La civilizaci¨®n requiere un medio de comunicaci¨®n entre las diversas culturas, cada una con su lengua propia. Ese medio en nuestros d¨ªas es la traducci¨®n".
La traducci¨®n resulta ser as¨ª el gran instrumento para que los pueblos se comprendan y tras un largo camino acaben con las guerras. "La guerra, se?or", dec¨ªa el cardenal Borja a Felipe IV, "es el remedio de las cosas que no tienen remedio", pero la frecuencia de las guerras parece demostrar que no resuelven nada, que no son ning¨²n remedio.
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