La paz y la raz¨®n
"Yo no soy un pacifista, sino partidario de una pol¨ªtica de neutralidad". La frase, expresada con rotundidad, habr¨ªa pasado casi inadvertida si no fuera por quien la pronunciaba. Olof Palme, primer ministro sueco e inequ¨ªvoco luchador por la paz, dej¨® casi boquiabiertos a un buen pu?ado de intelectuales reunidos en torno a ¨¦l con motivo de su visita oficial a Madrid, en septiembre de 1984. No se hab¨ªa celebrado a¨²n el refer¨¦ndum sobre la OTAN, y las discusiones sobre el alineamiento de Espa?a en la geoestrategia de los bloques eran tema candente de la ¨¦poca. Pero el debate pol¨ªtico estaba entonces -como ahora- entreverado de sentimentalismo y emociones (f¨¢cilmente confundibles con las convicciones morales), cuando no del simple oportunismo de no pocos buscadores de aplausos. Y estas declaraciones de Palme cayeron como un jarro de agua fr¨ªa ante el auditorio. Quiz¨¢ porque muchos descubrieron que un hombre de paz es, sobre todo, un hombre que piensa.Confieso mi decepci¨®n, en las ¨²lltimas semanas, ante el poco edificante espect¨¢culo proporcionado por una no peque?a parte de la sedicente inteligencia espa?ola con motivo del conflicto del Golfo y la intervenci¨®n militar aliada. Veo gente que se manifiesta, que protesta, que grita, que discute, o tambi¨¦n gente que calla, como el Gobierno hasta hace bien poco. Muy poca reflexi¨®n, en cambio, muy poca informaci¨®n, muy poco esfuerzo. Acudo a Bertrand Russell, que sigue siendo el s¨ªmbolo, o la imagen, del activismo pacifista, y leo una y otra vez sus meditaciones en plena II Guerra Mundial, abrumado por el expansionismo germ¨¢nico, deseoso de que la guerra acabe, desde luego, pero tambi¨¦n de que signifique el fin de Hitler y de la amenaza estalinista. Despu¨¦s, escribe una frase de una lucidez insoportable: "Mi primer deber moral ha sido siempre seguir los dictados de la inteligencia, dondequiera que ¨¦stos me conduzcan". Y deduzco entonces que la ¨²nica forma posible de moralidad es aquella que se somete al compromiso de la raz¨®n.
En estas mismas p¨¢ginas se han publicado art¨ªculos que expresan, mucho mejor que pueda hacerlo yo, mi criterio sobre los sucesos de Oriente Pr¨®ximo. Paolo Flores d'Arcais, Alain Touraine, Hans Magnus Enzensberger, Fernando Savater y Jordi Sol¨¦ Tura, entre otros, han explicado, con cordura y coraje, cosas que no se avienen con el fundamentalismo pacifista (tomo la expresi¨®n de Flores d'Arcais) que amenaza con destruir toda reflexi¨®n entre nosotros. Creo que dific¨ªlmente puede ser definido ninguno de ellos como halcones, y me parece una ofensa suponer que su ¨¢nimo de paz sea m¨¢s peque?o o d¨¦bil que el de ning¨²n otro. No estoy seguro de que tengan toda la raz¨®n -ni ellos mismos han de estarlo-, pero, frente al horror de las bombas, y en medio del griter¨ªo de los ayatol¨¢s, han levantado la bandera de la inteligencia como primer baluarte moral a defender. Por si fuera poco, lo hacen desde su condici¨®n de hombres de izquierda, cualquiera que sea a estas alturas el significado de la palabra, y con una larga tradici¨®n a sus espaldas de amor al conocimiento y defensa de las libertades.
El conflicto del Golfo ahonda sus ra¨ªces en cuestiones pol¨ªticas, econ¨®micas y culturales previas: el derecho a la seguridad del Estado de Israel, el derecho de los palestinos a su propio Estado, el control de importantes fuentes de energ¨ªa, y el conflicto entre la cultura occidental y el islam, entre el laicismo democr¨¢tico y el teocratismo autoritario (y esto, pese a que varios Gobiernos ¨¢rabes, dictatoriales e isl¨¢micos, est¨¦n en la coalici¨®n anti-Sadam). Pero posee tambi¨¦n motivaciones coyunturales nada despreciables: el expanisionismo de Husein, su b¨²squeda de la guerra como huida hacia adelante de los grav¨ªsimos problemas internos de su pa¨ªs, su deseo de convertir a Irak en la potencia hegem¨®nica del ¨¢rea, y la oportunidad para Estados Unidos de retomar un liderazgo frente a Europa, en momentos en los que ¨¦sta trataba de organizarse.
Para entender el empecinamiento del dictador iraqu¨ª en no retirarse, es preciso insistir en que hay importantes motivos econ¨®micos detr¨¢s de su decisi¨®n de anexionarse Kuwait. Su persistencia en una guerra que sabe que no puede ganar se debe a la creencia de que, si se establece un alto el fuego con negociaciones de paz, podr¨¢ obtener mayores concesiones que mediante una retirada incondicional, como le han exigido desde el principio las Naciones Unidas. De ah¨ª, su deseo de generalizar la guerra, de convertirla en un conflicto anti¨¢rabe, de presentarse como una v¨ªctima del neocolonialismo occidental. De ah¨ª, tambi¨¦n, su necesidad de forzar a Israel para que entre en la contienda, toda vez que los primeros amenazados por Irak han sido precisamente pa¨ªses ¨¢rabes.
Todas estas cosas parec¨ªan evidentes desde el, principio, como evidente ha sido tambi¨¦n el empe?o de los pa¨ªses de la coalici¨®n -Estados Unidos incluido- por obtener suficiente apoyo legal en las resoluciones de la ONU y en sus respectivos parlamentos antes de emprender la intervenci¨®n armada. Detalles nada anecd¨®ticos si se tiene en cuenta que lo que est¨¢ en juego es la posibilidad de establecer algo parecide, a un orden internacional, basado en el derecho y en el respete, a la ley. La conculcaci¨®n previa de dicho orden por quienes hoy han salido en su defensa no invalida esta ¨²ltima acci¨®n, injustifica la apelaci¨®n a la guerra de Sadam Husein. La comunidad internacional ni pod¨ªa ni puede quedarse impasible ante la eliminaci¨®n del mapa de un Estado soberano por parte de otro mejor armado que decide apoderarse de ¨¦l. Y no hay que ser ning¨²n experto en nada para entender que, o se restablec¨ªa el orden tan brutalmente conculcado, o las perspectivas de una guerra mayor y m¨¢s devastadora, a medio plazo, ser¨ªan inevitables. Por eso, el m¨¢ximo responsable de los sufrimientos que hoy padece Irak es su propio dictador, que desde hace a?os no duda en sacrificar las vidas de cientos de miles de sus ciudadanos en aras de unos objetivos producto de su personal megaloman¨ªa.
La guerra, lejos de ser la continuaci¨®n de la pol¨ªtica, es la destrucci¨®n de la pol¨ªtica misma, su fracaso y su abandono. Posee efectos destructivos no s¨®lo por la p¨¦rdida de vidas humanas o de bienes materiales. Implica una autom¨¢tica limitaci¨®n de las libertades, otorga a los militares un peligroso protagonismo en decisiones importantes para los pueblos a los que sirven, y constituye un venero de odios, rencores y venganzas que tarda en secarse una vez que cualquier forma de armisticio es sellada. Pero cuando alguien recurre de forma tan criminal e ileg¨ªtima al uso de la violencia como hizo Sadam Husein, la comunidad internacional tiene el derecho, y el deber, de responder a esa agresi¨®n. La evang¨¦lica presentaci¨®n de la otra mejilla no resulta necesariamente ni una buena receta para los pueblos ni una soluci¨®n aut¨¦ntica para garantizar las vidas y la seguridad de sus ciudadanos. Es imposible aseverar que el uso de las armas sea siempre il¨ªcito o rechazable. La conquista de las democracias frente a otras formas de gobierno que no respetan las libertades consiste, sin embargo, en someter ese uso a normas, reglamentos y cauciones que constituyen papel mojado para gentes como Sadam Husein. Por lo dem¨¢s, es est¨²pido insistir en que el recurso a la violencia resulta siempre lamentable.
La cuesti¨®n fundamental es saber cu¨¢l otra alternativa exist¨ªa a la intervenci¨®n militar, autorizada por la ONU, para el desalojo de Kuwait por parte de Irak. Puede discutirse si habr¨ªa sido o no prudente prolongar el embargo -yo as¨ª lo cre¨ªa- y, desde luego, debe limitarse esa intervenci¨®n militar a los objetivos se?alados. Pero las demandas de paz indiscriminadas, metiendo por igual a todo el mundo en el saco de las responsabilidades, o son ingenuas o son interesadas.
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En medio de este panorama, llama la atenci¨®n el oportunismo de algunas cr¨ªticas contra la postura del Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez, respaldada nada menos que por el 94% del Parlamento y por la mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica, seg¨²n las encuestas. Es del todo l¨ªcito propugnar la neutralidad en un conflicto de esa naturaleza, pero es abusivo suponer que el neutralismo es siempre mejor, moral y pol¨ªticamente, que la resistencia. Franco fue neutral frente a Hitler, y los suecos permitieron el paso a las tropas alemanas que invadieron la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Son opciones posibles, no necesariamente mejores, ni m¨¢s respetables. Suelen estar basadas en el pragmatismo y no en ning¨²n otro criterio de conciencia. En cualquier caso, para adoptar una actitud de ese g¨¦nero, el Gobierno de Madrid tendr¨ªa que haber roto con la UEO y distanciarse de la Comunidad Europea. En definitiva, retroceder una d¨¦cada en el proceso de integraci¨®n en el continente y de incorporaci¨®n a las democracias occidentales. A cambio, obtendr¨ªamos la recuperaci¨®n de un ambiguo esp¨ªritu de solidaridad con el Tercer Mundo. Ya hemos practicado esa pol¨ªtica y ya sabemos cu¨¢les son sus resultados.
El Gobierno ha preferido alinearse con las potencias decisivas en la intervenci¨®n, esforz¨¢ndose en cualquier caso por contribuir a las f¨®rmulas de paz que Francia o Alemania escudri?aban. Es una decisi¨®n discutible, pero no es inmoral, no es ileg¨ªtima, no es arbitraria y no es in¨²til. Es, adem¨¢s, la decisi¨®n de un Gobierno responsable ante la urnas, que tendr¨¢n ocasi¨®n, en breve, de emitir su veredicto. La condici¨®n fronteriza de nuestro pa¨ªs con el mundo ¨¢rabe, la seguridad de Ceuta, Melilla y las canarias y el mantenimiento de una pol¨ªtica de solidaridad con occidente obligaban adem¨¢s al gobiemo a hacer toda clase de quilibrios. De modo que se ha mantenido nuestro apoyo a la coalici¨®n sin poner en riesgo las vidas de los soldados espa?oles. Se ha contribuido al despliegue militar de los aliados, pero no enviamos tropas ni aviones -como hacen el Reino Unido, Francia e Italia-, ni pagamos las onerosas facturas de Alemaila o Jap¨®n (pa¨ªses en los que la Constituci¨®n y la memoria hist¨®rica impiden cualquier forma de rearme). Cuando menos hay que reconocer lo imaginativo de esta pol¨ªtica. Y el hecho de que se haya visto acompa?ada de una torpe explicaci¨®n a la opini¨®n p¨²blica y de un exceso de misterio es del todo condenable, pero no invalida elcontenido de la pol¨ªtica misma. Este se ha visto despu¨¦s revalorizado por las demandas de Gonz¨¢lez de no bombardear ciudades iraqu¨ªes, tras las espantosas noticias sobre la matanza en un refugio de Bagdad.
Estoy de acuerdo con quienes critican al Gobierno su inicial falta de liderazgo -quiz¨¢ por ausencia de convicci¨®n- a la hora de defender estas posturas. Pero, en momentos de crisis, no s¨®lo los gobernantes, tambi¨¦n los intelectuales, las instituciones sociales, tienen obligaci¨®n de ejercer ese liderazgo. El silencio y la demagogia son las tentaciones m¨¢s frecuentes. Tambi¨¦n cierta ambig¨¹edad, por parte de partidos de la oposici¨®n o de columnistas de fortuna. Sin embargo, soy de los que piensan que Gonz¨¢lez, en esta ocasi¨®n, ha llevado a cabo la pol¨ªtica menos mala entre las posibles y que est¨¢ gestionando la crisis con una prudencia encomiable. En el conflicto del Golfo se han puesto en juego cuestiones que afectan de forma directa al inter¨¦s de los espa?oles. Comprendo las expresiones de los j¨®venes objetores e insumisos en el sentido de que "esta guerra no es la nuestra", pero, desgraciadamente para ellos y para todo el mundo, lo es. Como ha de serlo la posguerra, en la que es preciso buscar un protagonismo activo y coherente con nuestro alineamiento en la contienda. De modo y manera que yo quiero ver a nuestros hombres de paz discutir y reflexionar sobre estas cosas. Porque s¨®lo desde el ejercicio de la raz¨®n puede hacerse frente a la brutalidad militarista desatada por Sadam y apagar el fuego del fanatismo, decidido a encender, por cualquier medio, la guerra santa.
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