La paz americana
He de confesar que no soy un lector apasionado de Franz Kafka. Sucede con la literatura como con las frecuentaciones: unas nos sacian, otras nos seducen y otras se nos resisten sin saber por qu¨¦. Resumiendo un sentimiento sin duda m¨¢s complejo, Kafka me aburre, a pesar de su talento y del presunto sentido del humor con que la cr¨ªtica actual refresca su obra. Reconozco la perfecci¨®n entomol¨®gica de La metamorfosis. Con Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez saludar¨¦ la magistral sencillez de la primera frase del relato: "Al despertar Gregorio Samsa una ma?ana, tras un sue?o intranquilo, encontr¨®se en su cama convertido en un monstruoso insecto". Se trata de una declaraci¨®n audaz y al mismo tiempo inatacable. El blindaje debe resultar a¨²n m¨¢s robusto en el original alem¨¢n. Me he tomado la molestia de buscarlo: "Als Gregor Samsa eines Morgens aus unsuhlgen tr?umen erwachte ... ", dice Kafka (a la sonoridad, para m¨ª incomprensible, del idioma se a?ade la sospecha de que algo importante ha sucedido en casa de Gregorio). S¨®lo el comienzo de La metamorfosis nos entretendr¨ªa un art¨ªculo. ¨²nicamente con su an¨¢lisis celebrar¨ªamos un congreso o convocar¨ªamos una reuni¨®n. Pero no es por La metamorfosis por lo que viene Kafka a colaci¨®n en estas l¨ªneas, ni por sus cartas a Milena, ni por el adjetivo que califica lo absurdo, lo complicado de esta vida o lo que simplemente depende de la Administraci¨®n. Kafka es el autor de una novela titulada Am¨¦rica. Los acontecimientos del Golfo me lo han recordado, y por eso lo traigo a la atenci¨®n del lector. En una breve descripci¨®n de la llegada a Nueva York surge Liberty Island. Entonces se produce un espejismo literario, un fen¨®meno fr¨¢gil que solamente concierne a una palabra. Franz Kafka nunca estuvo en Am¨¦rica. No saben los exegetas si el espejismo es deliberado o se debe a un descuido del autor. La estatua de la Libertad, en la novela de Kafka, es un coloso que no enarbola una antorcha, sino una espada. Supongo que la imagen le hubiera gustado al general Norman Schwarzkopf.(Nos anunciaron la guerra legal de los tres d¨ªas. Despu¨¦s, la l¨®gica de los conflictos impone su propia ley de la gravedad. A los objetivos militares siguen los objetivos econ¨®micos, que preceden inmediatamente a los objetivos psicol¨®gicos en los comunicados de estado mayor. As¨ª se calific¨® la in¨²til destrucci¨®n de uno de los siete puentes que cruzan el Tigris en Bagdad, corroborando una serie de bombardeos tan injustificados como criminales. El general en jefe de las fuerzas aliadas desempe?¨® en el Golfo el papel que en los rituales infantiles corresponde a Mambr¨². Una vez que un general se va a la guerra, no se sabe cu¨¢ndo volver¨¢. El padre del general Schwarzkopf residi¨® durante a?os en Teher¨¢n, organizando la polic¨ªa secreta del sha. Lo mencionaba con admirable ecuanimidad The Herald Tribune. Es de preguntarse c¨®mo asimilar¨ªa la estatua de la Libertad, en su min¨²sculo islote, la colaboraci¨®n policiaca y militar con aquel tirano. Supongo que se quedar¨ªa de piedra, impasible, como es. A sus pies se agitan los indiscriminados funcionarios de servicio. Indiferente y enigm¨¢tica como los or¨¢culos antiguos, la estatua ha optado esta vez por los d¨¦spotas del Golfo contra el dictador de Irak.)
Estados Unidos es una naci¨®n joven, cuya historia se abarca en una suerte de fulgurante ojeada de dos siglos. Ello permite apreciarla en toda su intensidad. La comunidad se funda sobre el exterminio de los pieles rojas. El espacio geogr¨¢fico se define y se consolida con la anexi¨®n pura y simple de la tercera parte del territorio de la rep¨²blica mexicana en 1854. La naci¨®n irrumpe como primera potencia planetaria tras el aniquilamiento de la poblaci¨®n civil de Hiroshima y Nagasaki, para concluir por el terror un enfrentamiento militar. S¨¦ muy bien que el mero hecho de se?alar estos tres hitos puede valerme una acusaci¨®n de antiamericanismo primario por parte de algunos esp¨ªritus elementales, pero no. No tengo que redimir con un proamericanismo de ahora ning¨²n antiamericanismo de ayer. En mi casa hubo un loro muy simp¨¢tico, que se llamaba Eisenhower. Yo aprend¨ª a leer en Selecciones del Readers Digest, y de ello me ha. quedado un recuerdo muy grato y ninguna crispaci¨®n. Lo que sucede es otra cosa. Sobre el parqu¨¦ de la Casa Blanca se proyecta la sombra de Billy Graham y los predicadores. Los televangelistas divulgan la buena conciencia por todo el territorio de la Uni¨®n. El presidente Bush, con una mano en el coraz¨®n y otra en la Biblia, y el ojo en los sondeos, pretende que su pa¨ªs se ha alzado en la historia sobre la estricta observancia de los 10 mandamientos y el ejercicio de la virtud como raz¨®n.
Los utopistas decimon¨®nicos a¨²n mantienen gallarda la esperanza entre nosotros. Piensan que de la guerra del Golfo surgir¨¢ un nuevo orden mundial basado en m¨²ltiples resoluciones de la ONU y en renovadas conferencias presididas por ilustres sucesores de P¨¦rez de Cu¨¦llar. La intenci¨®n es generosa. A tales ¨¢nimos s¨®lo se puede responder con un voto. Que Al¨¢ les oiga. Considerando cu¨¢l puede ser el margen de maniobra frente a los intereses americanos, una vez terminado el conflicto vale m¨¢s a?adir, por precauci¨®n, que Dios nos coja confesados. Sea cual fuere el objetivo de la paz, esta guerra habr¨¢ sido un terrible fracaso europeo. Es el fracaso de una comunidad econ¨®mica de 350 rnillones de habitantes y un PIB superior al de Estados Unidos, por emplear el lenguaje num¨¦rico, el ¨²nico que comprende Leviat¨¢n. Dentro de 50 a?os, los archivos desvelar¨¢n cu¨¢l ha sido el turbio papel de la diplomacia americana en los meses que precedieron a la anexi¨®n de Kuwait. Es muy arrlesgado depositar la esperanza sobre un comportamiento m¨¢s claro o unos intereses m¨¢s limpios en una conferencia de paz.
(Abusivamente se ha comparado a Sadam Husein con Hitler, recurriendo a unas razones que s¨®lo justifica el cinismo de la propaganda, y que me disculpe Hans Magnus Enzensberger, a quien¨²provecho la ocasi¨®n para presentar mis respetos. Se puede dar la vuelta a todos los argumentos, interesados, falaces o sinceros. Ello ni explica el fen¨®meno ni apura los verdaderos problemas. Del mismo modo se le ha podido comparar con Saladino. A estas alturas, me pregunto cu¨¢l ser¨¢ el destino final de Sadam Husein, apagado ya el fuego del conflicto. "M¨¢s le hubiera valido nacer perro", dec¨ªa Shakespeare. Entre el Tigris y el ?ufrates, sobre las antiqu¨ªsimas tierras de Babilonia, es probable que le aguarde el castigo que padeci¨® el rey Nabucodonosor: "Ser¨¢ arrojado de en medio de los hombres, morar¨¢ con las bestias del campo, comer¨¢ hierba como los bueyes y pasar¨¢ sobre ¨¦l el tiempo hasta que sepa que Jehov¨¢ es due?o del reino de los hombres y se lo da a quien le place". As¨ª figura en la Biblia, de la que no se separa el presidente Bush).
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