Frankenstein en la ciudad
Personaje extra?o este Tim Burton. Dos pel¨ªculas chocantes, Bitelch¨²s y Batman, le dieron notoriedad en Espa?a, aunque su fama arranca de antes, cuando en EE UU fue el encargado, con su primer filme, de hacer un veh¨ªculo para el lucimiento de ese c¨®mico tan peculiar -y aqu¨ª tan desconocido- que es Pee Wee Herman. Vista ahora, la pel¨ªcula sobre el bizarre personaje resulta bastante m¨¢s que un encargo, para constituirse en una especie de piedra fundacional, de ejemplar toma de posici¨®n est¨¦tica frente al cine, frente a la propia historia del medio: la desafiante reivindicaci¨®n de una concepci¨®n alucinada, hortera y chillona de la puesta en escena. Vista hoy, prefigura, con su tono diurno, solar, feliz y un poco tonto lo que Eduardo Manostijeras aborda desde un lado lunar, sombr¨ªo, decididamente triste y pat¨¦tico: la asunci¨®n por parte de Burton de la paternidad de criaturas desconcertantes y a contracorriente que constituyen, en s¨ª mismas, toda una afrenta al instalado y supuesto buen gusto.Pero si el filme que nos ocupa merece se?alarse como un producto altamente interesante es por la inteligencia de Burton para, a partir de unos presupuestos no demasiado lejanos a los de Blade Runner, construir una actualizaci¨®n del mito g¨®tico por excelencia: el de Frankenstein.
Eduardo Manostijeras
Director: Tim Burton. Gui¨®n: Caroline Thompson, seg¨²n una idea de Burton y Thompson. Fotograf¨ªa: Stefan Czapsky. M¨²sica: Danny Elfman. Producci¨®n: EE UU, 1990. Int¨¦rpretes: Johnny Depp, Winona Ryder, Dianne Wiest, Anthony Michael Hall, Alan Arkin, Vincent Price. Estreno en Madrid, cines: Roxy A, Multicines Pozuelo, Colombia, Carlos III, Ideal, Vaguada, Alexandra y Parquesur.
Eduardo Manostijeras cuenta la historia de una criatura de laboratorio cuyo f¨ªsico no se ha visto satisfactoriamente completado debido a la muerte del cient¨ªfico que le ha dado vida, lo cual la deja sin manos y con unas aparatosas tijeras en lugar de dedos. A partir de esta criatura, Burton fuerza la apuesta, y mediante un recurso de puesta en escena desconcertante, con una escenograf¨ªa delirantemente kitsch, intenta comprobar si es posible mantener el mito cl¨¢sico del monstruo inocente. El resultado no puede ser mejor: a pesar del distanciamiento que suponen un mundo y unos personajes como los que Burton propone, la poes¨ªa de la inocencia funciona, y Eduardo termina constituyendo un canto de amor tan imposible como hermoso y sublime.
El director aborda la actualizaci¨®n del mito en un sentido radical. Su iron¨ªa le lleva a realizar una caricatura siniestra de la clase media que supera incluso el vitriolo de un John Waters, por ejemplo, y oponerle como personales buenos no s¨®lo a un Eduardo indefenso y objeto de todo tipo de explotaci¨®n, sino tambi¨¦n a un polic¨ªa negro que ser¨¢ el encargado de permitir que el monstruo se escape; o a un hada madrina que es ni m¨¢s ni menos que una vendedora de productos Avon. Con todo, la mejor intuici¨®n est¨¢ en la secuencia clave, la del enamoramiento de la chica: ¨¦ste nace no de una trivial relaci¨®n cotidiana, sino... a trav¨¦s de la televisi¨®n. Filme l¨²cido e inteligente, Eduardo revela la presencia de un cineasta al cual no tardaremos en considerar un maestro.
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