Muere Rodero, el ¨²ltimo histri¨®n de la escena espa?ola
Fue Max Estrella, Cal¨ªgula, un caballo y, en su trabajo inacabado, un travestido
?El ¨²ltimo de su especie! He le¨ªdo hace unos d¨ªas una cr¨ªtica del g¨¦nero necrol¨®gico en la que se dec¨ªa que considerar a aquel que se recuerda como el ¨²ltimo de su especie es rebajarle, reducirle: dejar sus m¨¦ritos solamente en un vestigio. No es verdad; al menos, en este caso concreto, no es verdad. Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero fue el ¨²ltimo gran histri¨®n, dando a esta palabra todo su magn¨ªfico valor original, porque otros no pudieron resistir ese peso, o no supieron imponerse a las formas cambiantes de la direcci¨®n, o buscaron formas mas c¨®modas de expresarse, o porque se cansaron y se fueron. En todo caso, e podr¨ªa decir que era el ¨²nico histri¨®n; y con todo el valor de su singularidad art¨ªstica, el ¨²nico Rodero posible.Rodero se cans¨®, y sigui¨® trabajando; y estuvo enfermo de esta y otras enfermedades, y supo ganarse a s¨ª mismo, forzar su debilidad y salir adelante; y tantas veces como anuncio su retirada, porque literalmente no pod¨ªa m¨¢s, volvi¨® a la escena porque era m¨¢s fuerte su naturaleza teatral; y hab¨ªa llegado hasta el ensayo general de la obra que deb¨ªa haber estrenado, arrastrando su ahogo, su malestar, su cansancio. Pero segu¨ªa adelante.
Personajes sagrados
Los tiempos del teatro hab¨ªan ido cambiando, llevados probablemente por unos arrastres pol¨ªticos: en un tiempo en que Occidente empez¨® a rechazar los hombres fundamentales (ha reca¨ªdo) y a buscar el valor de la colectividad, el teatro tambi¨¦n lo hizo, y redujo la fuerza omn¨ªmoda de sus dos personajes sagrados, el autor y el actor: se fue al reparto de trabajo, a las creaciones colectivas, a una nueva posesi¨®n que fue la del director de escena que iba a suplantar el valor del autor y a moldear, a escolarizar, a someter a sus manos de marionetista al actor. Le deshumaniz¨®. Salv¨®, evidentemente, a algunos de los que ha sido muestra insigne Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero.
Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero se neg¨® desde el principio a esa p¨¦rdida de peso espec¨ªfico de su profesi¨®n. Siendo ¨¦l muy joven, y su director de tanto gran prestigio como Luis Escobar, no quiso dejar de ser ¨¦l mismo, de sacar lo que ten¨ªa dentro, y as¨ª hizo el protagonista de En la ardiente oscuridad, de Antonio Buero Vallejo, con otro joven actor como antagonista, que fue tambi¨¦n due?o de s¨ª mismo entonces y en todas sus actuaciones hasta que comenz¨® a rehuir el escenario para dedicarse a otros trabajos: Adolfo Marsillach.
Rodero pertenec¨ªa a una escuela especial de teatro: aquella en que el actor no deja de ser ¨¦l mismo y su arte, adoptando como segunda figura el personaje que representa. Es una escuela de creador que resulta ser de servidor tambi¨¦n, porque esa personalidad que se sobrepone a todo da, desde ella misma, el valor de lo que representa. Se Iba a ver a Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero, bien fuera Enrique IV, bien fuera Cal¨ªgula, por citar dos de sus composiciones antiguas, y con directores de fuerza, que volvi¨® a recuperar en los ¨²ltimos tiempos, como todo el teatro se est¨¢ repitiendo ahora a s¨ª mismo.
Se le iba a ver en un cl¨¢sico 0 en un moderno; y en esta ¨²ltima obra que dej¨® porque ten¨ªa la garra de la muerte en el pecho -ha sobrevivido menos de un mes a la fecha que deb¨ªa ser la de su estreno se le esperaba con enorme inter¨¦s: se ir¨ªa para ver a Rodero por primera vez en su vida haciendo el papel de un travestido; era un desafi¨®, al que no se negaba a pesar de su edad y de su posici¨®n. S¨®lo se le pudo ver unos instantes, vestido ya con el traje de mujer, en la televisi¨®n., haciendo sus ¨²ltimas declaraciones, que tan claramente correspond¨ªan a su personalidad: "Si el p¨²blico no me acepta, me retiro". La fuerza de esa obra resid¨ªa, precisamente, en esta lucha. que se iba a ver en un divo que hab¨ªa hecho contaba ¨¦l hasta de caballo, pero nunca de mujer (digo esto sin detrimento de? actor que le ha sustituido, Manuel Andr¨¦s., que hace una interpretaci¨®n de primera categor¨ªa).
Divo, histri¨®n: insisto en que esas palabras no son peyorativas, sino toco lo contrario, aunque en una ¨¦poca perdieron categor¨ªa por la asunci¨®n de los malos, o de los falsos: por el grito., por el adem¨¢n, por la voz ahuecada con la que se ha imitado a, los histriones verdaderos. La condici¨®n de mantener su personalidad propia a trav¨¦s de todos los papeles y enriquecerlos as¨ª puede ser propia de] histri¨®n, pero no es la ¨²nica. Se suman las calidades, que es lo que no tienen los imitadores: el adem¨¢n puede ser ampuloso en la tragedia, pero nunca ser¨¢ rid¨ªculo, nunca estar¨¢ pasado ni tendr¨¢ evocaciones fantasmales, sino que producir¨¢ verdadera emoci¨®n. La voz puede irse a toda la profundidad posible y alternar agudos con graves, que siempre parecer¨¢ fresca y tendr¨¢ raz¨®n al interpretar as¨ª el texto. Con estas generalidades estoy describiendo a Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero- y decir que era el ¨²ltimo capaz de sustentar este enorme esfuerzo es un elogio a su entereza, y a su capacidad de lucha, y a la convicci¨®n de que el teatro deb¨ªa ser as¨ª. Y a una personalidad enteramente art¨ªstica en la que lo profesional quedaba supeditado a lo creador.
Una luz distinta
Las ¨²ltimas obras que interpretaba en Madrid, adem¨¢s de las ya citadas, fueron tan distintas como el alarde de modernismo desafiante y valeroso del Alberti de la preguerra en El hombre deshabitado., en el Centro Cultura] de la Villa., y Las mocedades del Cid, de Guill¨¦n de Castro, en el Espa?ol :en los dos casos, la aparici¨®n de Rodero en escena supon¨ªa una luz distinta, una sonoridad nueva; sobre todo en esta ¨²ltima, digamos en los versos cl¨¢sicos: de los que tantas veces se ha dicho Infortunadamente- que se ha, perdido la memoria, y donde ¨¦l demostraba que tienen todav¨ªa su propia enjundia.
El estreno en el que su principal presencia era la de su ausencia tuvo un aire necrol¨®gico que a algunas personas nos pareci¨® inoportuno por adelantado. Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero esperaba en la cama la llamada de Enrique Llovet para que le diera las ¨²ltimas noticias del estreno. No s¨¦ si era consciente de que estaba en v¨ªsperas de la muerte, pero estaba l¨²cido para todo lo dem¨¢s.
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