C¨¦sar Rincon sube a los cielos
Ib¨¢n / V¨¢zquez, Armillita, Rinc¨®nToros de Baltasar Ib¨¢n, desiguales de presencia, varios peque?os aunque algunos en el tipo de su encaste, con cuajo 4? y 6?, flojos en general y con casta. Curro V¨¢zquez: pinchazo, otro hondo ladeado, pinchazo y descabello (silencio); estocada corta atravesada descaradamente baja (algunos pitos). Armillita: pinchazo y bajonazo (silencio); estocada trasera, rueda de peones y descabello (silencio). C¨¦sar Ric¨®n: dos pinchazos -aviso- y estocada, tirando la muleta en los tres encuentros (ovaci¨®n y salida al tercio); estocada corta baja tirando la muleta (dos orejas); sali¨® a hombros por la puerta grande.
Plaza de Las Ventas, 21 de mayo. 12? corrida de feria.
Lleno de "no hay billetes".
La apoteosis se le ven¨ªa encima a C¨¦sar Rinc¨®n, y seguramente no se lo pod¨ªa creer. El toro ca¨ªa fulminado por efecto de una estocada mala, pero el ¨¦xito estaba conseguido, y ya flotaba C¨¦sar Rinc¨®n por entre las blancas nubes de la gloria. Le abrazaban las cuadrillas y el apoderado levitaba entre barreras con cara de querub¨ªn, mientras trepidaba el coso, el p¨²blico en pie, rompi¨¦ndose las manos de aplaudir. Aquello debi¨® de ser, para el torero, un sue?o. Pero no era un sue?o, era una realidad. Quiz¨¢ una realidad m¨¢gica.
C¨¦sar Rinc¨®n hab¨ªa iniciado su ascensi¨®n a los cielos cuando se ech¨® la muleta a la izquierda y el toro, un serio, fiero, encastado toro, pretendi¨® arrebat¨¢rsela pegando una arrancada temible. En aquel momento crucial se estaba dilucidando una cuesti¨®n de soberan¨ªa: o mandaba el torero, o mandaba el toro. Y el torero, en un instante de inspiraci¨®n que quiz¨¢ vaya a cambiar el rumbo de su vida, decidi¨® tirar del toro hasta el centro del redondel, citarle all¨ª de nuevo, y llevarle sometido en una tanda de naturales, que pusieron la plaza boca abajo y el toreo en la cumbre. Entonces se le entreg¨® el toro y el triunfo ya fue suyo para siempre jam¨¢s.
Un triunfo que se producir¨ªa arrebatador. Quedaban lejos aquellas primeras tandas de derechazos, no muy seguras porque el toro pretend¨ªa imponer el poder¨ªo de su casta altiva. Quedaba lej¨ªsimos la interminable faena que aplic¨® al tercer toro, muy jaleada en algunos sectores de la plaza, pero tambi¨¦n muy protestada en otros porque el toro era una birria. Todo aquello quedaba ya tan remoto que se perd¨ªa en el olvido y s¨®lo permanencia la realidad m¨¢gica del momento presente; el toro dominado, el diestro dominador transformando en arte su pasi¨®n torera. Y el coso era un clamor...
Un tiempo antes estuvo todo preparado para que se produjera una apoteosis as¨ª, solo que se trataba de distinto torero y tuvo resultado adverso. Salt¨® a la arena un toro cuajado y noble al que Curro V¨¢zquez recibi¨® con ver¨®nicas torer¨ªsimas, luego mejoradas en el quite. Sus lances del delantal y la media ver¨®nica fueron, sencillamente, memorables. La gran faena se ve¨ªa venir, el propio Curro V¨¢zquez debi¨® darla por segura, y empez¨® a construirla en terrenos del siete con ayudados a dos manos, una tanda de redondos... No pudo haber m¨¢s. La casta del toro desbordaba la voluntad del torero, que no pod¨ªa aguantar, menos a¨²n conducir con templanza, aquella embestida agresiva que se le revolv¨ªa junto a los alamares.
Los tres primeros toros y el quinto fueron otra historia. Se trataba de toros chicos, efectivamente, aunque los hubo con el trap¨ªo propio de su encaste. Sobre el trap¨ªo a¨²n no se ha escrito la ¨²ltima palabra, ni se escribir¨¢ nunca, porque es una apreciaci¨®n subjetiva imposible de explicar. El toro tiene trap¨ªo o no lo tiene, independientemente de su tama?o. Por ejemplo, uno sostiene que aquellos torazos gigantescos de Garz¨®n lidiados en la s¨¦ptima corrida de feria no ten¨ªan trap¨ªo y, en cambio, el segundo de los lidiados ayer, protestado por chico, s¨ª lo ten¨ªa.
De todas maneras, con trap¨ªo o sin ¨¦l, los dos primeros toros llevaban dentro una casta vibrante en estado puro con la que no pudieron ni Curro V¨¢zquez ni Armillita. El quinto estaba escu¨¢lido, mas su bronca mansedumbre plante¨® serias dificultades, que Armillita eludi¨® machete¨¢ndolo por la cara. Y el sexto fue un toro, cuyo trap¨ªo nadie puso en cuesti¨®n. Un toro serio, de casta agresiva; un toro que habr¨ªa de dar m¨¦rito a todo cuanto fuera capaz de hacerle quien se atreviera a ponerse delante, y si adem¨¢s sent¨ªa en lo profundo su pasi¨®n torera para transformarlo en arte, llevarle a la gloria. Y eso es lo que sucedi¨®.
Babelia
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