Contra la impunidad
EN EUSKADI existe la violencia desnuda del terrorismo, pero tambi¨¦n otra de car¨¢cter m¨¢s difuso que se alimenta de aqu¨¦lla y a la que, a la vez, estimula, y cuyas manifestaciones son visibles; sobre todo, bajo la forma de intimidaci¨®n social. Ciertamente, los gritos de apoyo a ETA que constituyen el estribillo coral de los actos -f¨²nebres o no, pero todos lo son de una u otra manera- del abertzalismo radical vasco, subrayados de manera casi militar por una gesticulaci¨®n agresiva, amenazante, sobrecogen al espectador. ?Qui¨¦n podr¨¢ resistirse a esa emoci¨®n tan intensamente vivida, qui¨¦n osar¨¢ disentir o simplemente sustraerse a tanta unanimidad? Nadie, desde luego, que aspire a compaginar su rechazo de los efectos m¨¢s odiosos del terrorismo con su deseo de caer bien a los jefes terroristas y sus socios. En otras palabras: nadie que est¨¦ dominado por el miedo.Durante a?os, la identificaci¨®n con los objetivos del terrorismo por parte de gentes no especialmente fanatizadas fue consecuencia de su admiraci¨®n por las personas de los terroristas: si arriesgan su vida por ella, muy justa debe ser la causa de estos hombres. Ahora, cuando matanzas tan terribles c¨®mo la de Hipercor, Zaragoza y Vic son m¨¢s dif¨ªciles de asimilar sin m¨¢s por la buena conciencia de esas gentes, la identificaci¨®n circula por caminos algo diferentes: muy justa ha de ser su causa cuando por ella son capaces de asesinar a sangre fr¨ªa a ni?os indefensos, incluso al precio de asumir la repulsa generalizada.
Generalizada, excepto en los medios donde reina la unanimidad del temor: all¨ª donde el miedo que paraliza a la mayor¨ªa sostiene la impunidad de la minor¨ªa; all¨ª donde el cobarde emboscado en la masa de acoso puede gritar sin temor: "ETA, m¨¢talos". Con un acento similar al de las personas que hace cinco d¨¦cadas gritaban desde la fila de atr¨¢s: "Perros jud¨ªos".
Esa otra violencia no puede ser desarticulada por la polic¨ªa al modo como lo son los comandos. Pero tampoco es posible esquivar el bulto diciendo que se trata de una responsabilidad de la sociedad en general. Para que unos adolescentes educados en el culto a la violencia no se sientan autorizados a prender fuego un. autob¨²s urbano o un tren de cercan¨ªas cada. vez que Herri Batasuna convoca una manifestaci¨®n de pro testa es preciso acabar con la sensaci¨®n de impunidad con que se mueven los convocantes. El argumen to de la inoportunidad pol¨ªtica no es convincente. La experiencia ha demostrado que las vacilaciones respecto a la aplicaci¨®n estricta de la ley s¨®lo producen el envalentonamiento de quienes la desaf¨ªan (y vulnera ciones cadavez m¨¢s espectaculares de ella) y la des moralizaci¨®n de sectores de la ciudadan¨ªa en los que hallan eco los partidarios de soluciones extralegales.
Contra los argumentos de apariencia realista de estos ¨²ltimos sostuvimos aqu¨ª, en su d¨ªa, por ejemplo, un tratamiento jur¨ªdico de la cuesti¨®n, tan controvertida entonces, de la legalizaci¨®n de Herri Batasuna. Por los mismos motivos de defensa de la legalidad sostenemos hoy la conveniencia de actuaci¨®n de los jueces contra los dirigentes de esa formaci¨®n que acusaron p¨²blicamente de "asesinato en acto de venganza" a los agentes que participaron en la captura de los presuntos autores del atentado de Vic, dos de los cuales perdieron la vida en el curso de la operaci¨®n. Si ha habido o no apolog¨ªa del terrorismo, si adem¨¢s existieron injurias o calumnias, es algo que habr¨¢ de dilucidarse ante los tribunales. Con todas las garant¨ªas que el sistema ofrece a los acusados. Pero ya no es posible seguir haci¨¦ndose los distra¨ªdos respecto a esos desaf¨ªos cuya impunidad, alienta nuevas provocaciones en una rueda sin fin.
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