Nostalgia del presente
Entre el intelectual y el mundo que lo envuelve o asedia, siempre ha existido una relaci¨®n m¨®vil, cuando no err¨¢tica. No obstante, y a pesar de balanceos y estremecimientos varios, si se examinan con atenci¨®n uno o varios fragmentos de siglo es posible detectar cadencias aproximadamente c¨ªclicas, que van desde la prescindencia al compromiso, o tambi¨¦n desde el arraigo a la evasi¨®n, con sendas viceversas. S Seg¨²n todo parece indicar, ahora estamos recorriendo la etapa que incluye el descr¨¦dito del compromiso y la rentabilidad de la indiferencia. Hay, sin embargo, un matiz que quiz¨¢ caracterice este sorprendente fin de siglo: existe una marcada tendencia a culpabilizar al intelectual (ese opinante en singular) por las calamidades sufridas en plural. Lo curioso es que a veces son intelectuales (desde James Petras a Octavio Paz) quienes se encargan de incoar el expediente del desahucio. El polit¨®logo norteamericano, izquierdista sui g¨¦neris, escribi¨® extensa y cr¨ªticamente sobre "el pecado de los intelectuales de Occidente", en tanto que el poeta mexicano, poco antes que le fuera concedido el Nobel, aplic¨® su dur¨ªsima evaluaci¨®n a los colegas latinoamericanos, de quienes lleg¨® a decir (en El Escorial, julio de 1990): "La labor de los intelectuales de Am¨¦rica Latina ha sido, en general, catastr¨®fica". El tajante juicio se basaba, seg¨²n aclar¨® posteriormente, en que hemos defendido posturas pol¨ªticas que luego fueron, derrotadas. La historia ha ense?ado, empero (antes de que Francis Fukuyarna le extendiera su certificado de defunci¨®n) que la verdad no est¨¢ siempre del lado de los victoriosos. No hace mucho, Jorge Edwards descubr¨ªa dos citas de Unamuno que vienen al caso: "Vencer no es convencer. [...] Conquistar no es convertir". Es indudable que hoy ser¨ªa bien visto que nos arrepinti¨¦ramos individual y colectivamente de haber bregado por una justa distribuci¨®n de la riqueza en cada uno de nuestros pa¨ªses. Borr¨®n y cuenta nueva es la consigna. Y si el borr¨®n es grande y la cuenta est¨¢ henchida, mejor a¨²n. As¨ª pues, y de acuerdo con los diagn¨®sticos en boga, tendr¨ªamos que concluir que el desastre global del subcontinente no se debe a las torturas, secuestros, desapariciones, asesinatos perpetrados por las fuerzas represivas del Cono Sur, ni a las tradicionales incursiones de los marines, ni a los intereses leoninos de la deuda externa, ni a las conminatorias cartas de intenci¨®n del Fondo Monetario. No, todo ese descalabro se debe a la catastr¨®fica postura de los intelectuales que se negaron a integrar el coro celebrante.Ahora bien, si los escritores y poetas, si los soci¨®logos y economistas de Am¨¦rica Latina somos la cat¨¢strofe, ?qu¨¦ denominaci¨®n corresponder¨¢ a quienes perpetraron 30.000 desaparicion¨¦s en Argentina? ?Ante qui¨¦n o qui¨¦nes deber¨ªamos arrodillarnos para solicitar perd¨®n por nuestras aspiraciones de justicia o nuestras denuncias de torturas? ?Ante Videla? ?Ante Pinochet? ?Ante los invasores de Santo Domingo, de Granada, de Panam¨¢? ?O tal vez ante los intelectuales domesticados (que los hay, no faltaba m¨¢s) que practican eso que el italiano Giordano Bruno Guerri denomina la cultura del silencio?
No s¨¦ si se deber¨¢ a la falta de costumbre o a la natural oxidaci¨®n de las bisagras, pero lo cierto es que las rodillas veteranas no consienten esas dobladuras y/ o dobleces. No es imposible que los presupuestos ¨¦ticos pasen a ser reliquias de museo, pero de todas maneras ser¨¢n un dato indispensable para entender c¨®mo se mov¨ªa la historia antes de su ¨®bito tan publicitado.
Hace varios lustros escribi¨® el novelista argentino Juan Jos¨¦ Saer: "La literatura es tr¨¢gica [...] porque recomienza continuamente, entera, poniendo en suspenso todos los datos del mundo". Hoy que nos agobian los datos nuevos, habr¨¢ sin uda que ponerlos en suspenso. No precipit¨¢ndonos, no como lo han hecho los desencantados ciudadanos del Este antes de aer en los brazos de un nuevo desencanto. Por lo pronto, ya han aparecido ciertos ex nost¨¢lgicos del futuro, de pronto convertidos en nost¨¢lgicos del pasado. Y eso tampoco es edificante, porque el pasado inclu¨ªa, junto a innegables conquistas sociales, un aberrante ejercicio de autoritarismo y una carencia de democracia interna. Tal vez ha llegado la hora de acomodar reflexivamente el cuerpo (y el alma, si no est¨¢ en pena) a la nostalgia del presente; despu¨¦s de todo es la ¨²nica que est¨¢ a nuestro alcance. Nostalgia de un presente que desear¨ªamos tener y no tenemos.
Pero basta de mirarnos el ombligo intelectual. El conflicto es mucho m¨¢s amplio, y si enfoca circunstancialmente al intelectual y al artista es porque sus posturas toman a veces estado p¨²blico y, en consecuencia, pueden generar aprobaciones y repulsas. Pero lo cierto es que la encrucijada involucra a pueblos enteros y, por supuesto, a las izquierdas. Que, para su mal, son varias, cada una con su librito, en tanto que la derecha es virtualmente una, claro que con dos libros: la Biblia (muy mal le¨ªda) y el de caja. Despu¨¦s de todo, ?qu¨¦ nos depara el nuevo orden internacional, que es el del capitalismo? Salvaje o no (el ¨²nico que conoce al dedillo la diferencia es el papa Wojtyla, bien asesorado en su momento por monse?or Marcinkus, el banquero de Dios), ese capitalismo hegem¨®nico ha sido definido por el fil¨®sofo Cornelius Castoriadis como "un sistema que est¨¢ destruyendo el planeta, al ser mismo. Nos est¨¢ transformando en una m¨¢quina de consumo, en individuos que invierten su vida en lo que yo llamar¨ªa una masturbaci¨®n televisiva y, lo que es m¨¢s grave, una masturbaci¨®n sin orgasmo".
Uno de los datos del mundo que m¨¢s m¨¦ritos ha hecho para que lo pongamos en suspenso es la versi¨®n paradislaca del welfare state, o estado del bienestar. No en balde el 80% de las noticias, datos y comentarios que circulan en el mundo tienen como canales de difusi¨®n dos o tres agencias norteamericanas o sus filiales. Gracias a ellas hemos tomado conciencia de que en los pa¨ªses del Este no hab¨ªa libertad de prensa ni de migraci¨®n; que exist¨ªa una nomenklatura viciada por privilegios y corrupciones; que hab¨ªa presos de conciencia, penas de muerte, etc¨¦tera.
No hay, en cambio, la misma detallada informaci¨®n sobre ciertos rasgos que caracterizan la vida social en pa¨ªses (centrales o perif¨¦ricos) del capitalismo real. Por ejemplo, las poblaciones marginales (favelas, casas brujas, cantegriles, poblaciones callampa, ranchos, pueblos j¨®venes, etc¨¦tera), el alt¨ªsimo ¨ªndice de mortalidad infantil, la plaga del narcotr¨¢fico, la mendicidad multitudinaria, el asesinato organizado de ni?os mendigos, el secuestro de ni?os para comercializar sus ¨®rganos, los comandos parapoliciales y para-
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Nostalgia del presente
Viene de la p¨¢gina anteriormilitares que siembran el terror; tambi¨¦n, como en el Este, la corrupci¨®n administrativa, pero en cifras escalofriantes, que involucran a connotadas figuras del Gobierno; la discriminaci¨®n racial, cada vez m¨¢s despiadada, ya no s¨®lo en Estados Unidos o en Sur¨¢frica, donde casi es una se?a de identidad, sino tambi¨¦n en varios pa¨ªses de la Comunidad Europea; la violencia como expresi¨®n cotidiana, poco menos que rutinaria; la delincuencia que asola las calles y las noches.
En el socialismo real, las carencias, los errores, los disparates y hasta ciertas fechor¨ªas, ten¨ªan un car¨¢cter en cierto modo primitivo, rudimentario; en el capitalismo real todo es m¨¢s cient¨ªfico, m¨¢s sofisticado, pero tambi¨¦n m¨¢s despiadado. Concluido (al menos en apariencia) el conflicto este-oeste, dolorosamente acrecentadas las desigualdades norte-sur, ahora, y a pesar del r¨¢pido desenlace de la guerra del Golfo, la ciega intransigencia del fundamentalismo isl¨¢mico se enfrenta a otro fundamentalismo, no menos fan¨¢tico: el del confort, acaso la m¨¢s extendida religi¨®n de Occidente. "El mercado es nuestro dios y el confort es su profeta", podr¨ªan orar a d¨²o Milton Friedman y Henri Kissinger durante su ramad¨¢n privado, en la gran mezquita de Wall Street.
?Qu¨¦ queda para las izquierdas en este mundo donde todos se desviven por ser centristas? En primer t¨¦rmino, extraernos de la derrota y no olvidarnos de dejar en el fondo de ese pozo los dogmatismos, los esquemas, las r¨ªgidas estructuras que impidieron nuestro desarrollo y atrofiaron nuestros radares. An¨¢lisis no es obligatoriamente contrici¨®n. Despu¨¦s de todo, es preferible haberse equivocado en medio de la brega por la justicia que haber acertado en la lijonsa del Imperio. La verdad es que queda mucho, much¨ªsimo, por hacer; seguramente con otros m¨¦todos y argumentos, pero con la herramienta de siempre, que es el hombre.
Cuando sentimos nostalgia del presente, del verdadero presente que merece la humanidad, sabemos que ah¨ª no tienen cabida quienes lo falsean. Hoy nos hallamos frente a un presente adulterado, ap¨®crifo; mas por debajo del mismo llega a vislumbrarse eso que en pintura se llama pentimento, o sea, el cuadro primitivo, original. Nuestra nostalgia se refiere, pues, a ese presente-pentimento, a ese presente que debi¨® ser, y est¨¢ semioculto, cubierto por los barnices capitalistas, liberales, socialdem¨®cratas.
Lillian Hellman, cuando se rescat¨® a s¨ª misma de la pesadilla del macartismo, escribi¨®: "El liberalismo perdi¨® para m¨ª su credibilidad. Creo que lo he sustituido por algo muy privado, algo que suelo llamar, a falta de un t¨¦rmino m¨¢s preciso: decencia". ?No ser¨¢ que la nostalgia del presente es tambi¨¦n nostalgia de la decencia?
es escritor uruguayo.
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