Modelos para el desastre
Nunca he comprendido demasiado bien la fascinaci¨®n que ejerce la propaganda de los desaguisados en ciertas personas sorprendentemente sugestionables. El estupendo Julio Camba escribi¨® un art¨ªculo contra esas funerarias -hace poco no infrecuentes en Espa?a y a¨²n hoy en M¨¦xico- que exhib¨ªan ante el peat¨®n su surtido de ata¨²des. Dec¨ªa Camba que lo l¨®gico es poner en los escaparates mercanc¨ªas que puedan con su aspecto atrayente despertar deseos de compra incluso en el que menos las necesita; pero ?a qui¨¦n puede entrarle ganas de comprar un ata¨²d antes de hora, por muy bien presentado que se lo ofrezcan? En su d¨ªa esta argumentaci¨®n humor¨ªstica me result¨® concluyente, pero ya no tengo las cosas tan claras. No me extra?ar¨ªa que hubiese viciosos para encapricharse de los catafalcos al verlos de oferta, lo mismo que no faltan quienes se apuntan a imitar con entusiasmo la ¨²ltima barbaridad que han visto en la tele aunque ello les cueste el pellejo.Entend¨¢monos: no me parece demasiado raro, aunque pueda desaprobarlo por razones de ¨ªndole moral, que alg¨²n televidente o lector asiduo de revistas porn6pol¨ªticas se sienta inducido a imitar las escabrosas aventuras del Dioni, en vista de lo bien que le han salido y lo simp¨¢tico que se ha hecho ante los cretinos que ya no respetan ni la memoria de Robin Hood. De vez en cuando puede leerse la noticia de una gesta quiz¨¢ no demasiado legal ni muy recomendable desde el punto de vista c¨ªvico, pero capaz de encendernos la imaginaci¨®n vital algo enmohecida por la rutina. Es lo que le ocurri¨® a muchos al conocer el audaz vol de nuit de Matias Rust hasta la Plaza Roja (sin duda el verdadero comienzo hist¨®rico de la perestroika) o lo que sent¨ª yo el otro d¨ªa al o¨ªr hablar de las gloriosas fechor¨ªas que llev¨® a cabo en un pueblecito holand¨¦s cierto joven despechado por su novia. Como la moza no quer¨ªa verle, el chico se subi¨® a la mayor pala excavadora que pudo encontrar y se abri¨® paso hacia el domicilio de la esquina a volquetazo limpio. Sesenta autom¨®viles, varios cobertizos y otros edificios menores fueron v¨ªctimas incruentas de esta frustraci¨®n amorosa, de perfiles no demasiado corteses pero s¨ª sublimemente urbanos. No es que yo diga que se trata de un comportamiento edificante -?todo lo contrario!-; pero, al enterarse, uno piensa: "Caramba, no debe estar mal hacer algo as¨ª al menos una vez en la vida...".
Lo que me cuesta aceptar es que haya quien sienta la misma reverencia mim¨¦tica al leer en el peri¨®dico que uno se ha partido la crisma (tras romp¨¦rsela a varios m¨¢s) conduciendo a cien por hora y a mano contraria por una autopista o que otro se ha quemado las entra?as bebi¨¦ndose una botella de lej¨ªa. Sin embargo, no cabe duda que el nefasto ejemplo funciona. Basta que los medios de comunicaci¨®n informen con cierto detalle de las atrocidades de alg¨²n conductor suicida para que a media docena de descerebrados les entren unas ganas locas, nunca mejor dicho, de imitar ese medio criminal de remitirse al otro barrio. Y lo mismo ocurre cuando se da publicidad a otros sofisticados medios de abreviar la existencia propia o de fastidiar con horrores la ajena. No hay m¨¢s remedio que admitir que nuestras sociedades est¨¢n llenas. de chalados, capaces de comprarse cualquier ata¨²d que vean anunciado en la prensa o en la televisi¨®n, dici¨¦ndose "?Deben de estar de moda!". Por ignorar esta evidencia, la truculenta propaganda prohibicionista en tomo a la droga no hace m¨¢s que despertar 10 vocaciones de muerte por cada uno de los posibles usuarios a los que se hace desistir del discutible delito. ?Ay, qu¨¦ poquita gente se tiene aprecio racional a s¨ª misma en esta sociedad tan supuestamente ego¨ªsta en la que vivimos!
Convencido ya por dolorosa experiencia de esta verdad, no me ha extra?ado demasiado que diversos l¨ªderes nacionalistas de nuestro Estado hayan mostrado por los episodios independentistas de los pa¨ªses b¨¢lticos, Eslovenia, Croacia, etc¨¦tera, el mismo arrobo te?ido de fervor mim¨¦tico que otros dedican a los conductqres suicidas o a los bebedores de lej¨ªa. ?El nacionalismo disgregador est¨¢ de moda, es lo que se lleva en la presente temporada europea! Hombre, uno entiende muy bien que el mapa actual del continente es un producto artificial, fruto de convenciones impuestas a veces a sangre y fuelo. Ning¨²n Estado tiene origen inocente, por lo mismo que ning¨²n pueblo puede ser natural: siempre est¨¢ por medio el juego de voluntades pol¨ªticas, en el que no siempre triunfan los m¨¢s razonables ni los m¨¢s generosos. Adem¨¢s, las dictaduras comunistas han perpetuado y agravado enemistades ¨¦tnicas seculares, enconando las cicatrices de tantas matanzas, algunas bien recientes, a trav¨¦s de las cuales se ha ido forjando lo mejor y lo peor de la realidad europea. Es muy probable que divisiones territoriales establecidas hace unas d¨¦cadas tras las terribles convulsiones b¨¦licas y mantenidas por la pura presi¨®n totalitaria deban hoy (o ma?ana) ser modificadas de acuerdo con los aires menos brutales que soplan en los pa¨ªses del Este.
Sin embargo, poco de entusiasmante ni de progresista cabe discernir en los afanes nacionalistas all¨ª encrespados. Desaparecidos los partidos ¨²nicos que gobernaban y no existiendo otros con un m¨ªnimo de arraigo popular, la v¨ªa de exaltaci¨®n nacionalista est¨¢ funcionando como la nueva arena de torneo para la promoci¨®n de ¨¦lites dirigentes. Pero ello a costa de que se preste m¨¢s atenci¨®n a los odios tribales que a los derechos positivos de los individuos y de que se promueva un organicismo social tan oscurantista o m¨¢s que el recientemente desaparecido. Los pescadores gananciosos en ese r¨ªo revuelto suelen tener los rasgos m¨¢s atrabiliarios y demag¨®gicos que cab¨ªa esperar. Y para colmo, el caso de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el de Yugoslavia comprometen con su ejemplo desastroso el modelo federal de Estado en el que, con raz¨®n ilustrada, se confla para resolver conflictos semejantes y aun la propia Comunidad Europea. Si la disoluci¨®n de entidades pol¨ªticas que tienen menos de un siglo de existencia comportan tanto derroche de odios y tantos enfrentamientos civiles, incluso sangrientos, no parece imaginable que puedan romperse convenciones varios siglos m¨¢s antiguas con menor costo hist¨®rico y pol¨ªtico. Todo ello por no sefialar adem¨¢s los perjuicios que la mentalidad nacionalista de los Estados ya constituidos suponen para cualquier viabilidad de una Europa efectivamente unida. Desde luego, el nacionalismo est¨¢ de moda en Europa: pero se trata de una moda como la del sida, no como la del topless. Temo, empero, que ello no disminuya la admiraci¨®n ret¨®rica que ciertos l¨ªderes nacionalistas de nuestros pagos parecen experimentar por esta nueva oferta de ata¨²des...
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