Sangre en Sur¨¢frica
NADIE ESPERABA que el lento final del r¨¦gimen del apartheid fuera a ser sencillo o que pudiera evitarse una desintegraci¨®n tan cargada de violencia. Sin embargo, a medida que los actores del drama van buscando soluciones que hagan el tr¨¢nsito hacia una sociedad multirracial y democr¨¢tica menos traum¨¢tico, estallan incidentes que dejan un reguero de muertos y de mala voluntad. Tal ha sido el caso de los disturbios ocurridos en los alrededores de Johanesburgo -en sus townships o suburbios negros- durante el pasado fin de semana y que han arrojado un espantoso saldo de 63 muertos y m¨¢s de 80 heridos.En los peri¨®dicos estallidos de violencia de Sur¨¢frica concurren dos circunstancias negativas. En primer lugar, las p¨¦simas relaciones entre los dos grandes movimientos negros, el Congreso Nacional Africano (ANC) de Mandela -apoyado por la mayor¨ªa de los xhosas- y el partido Inkhata, del jefe zul¨² Buthelezi. Y en segundo lugar, la intervenci¨®n provocadora del Gobierno de Pretoria, que con acciones violentas y subvenciones encubiertas ha hecho lo posible por impedir cualquier concertaci¨®n de los grupos de color.
La rivalidad entre los zul¨²es perif¨¦ricos, que son mayor¨ªa, y los xhosas del centro del pa¨ªs es antigua, pero se ha recrudecido en el ¨²ltimo ano pese a que las c¨²pulas de ambos movimientos hab¨ªan iniciado conversaciones tendentes a establecer acuerdos que pusieran fin a la violencia. Desde febrero, en que se encontraron por primera vez, Mandela y Buthelez; han continuado los contactos, aunque llenos de desconfianza y desestabilizados por la violencia.
Los zul¨²es reclaman para s¨ª el derecho a manifestarse portando lo que llaman "signos tribales tradicionales"; lo malo es que tales signos son lanzas y palos que utilizan en sus enfrentamientos con los seguidores de ANC. ?stos a su vez los hostigan, apalean y, con frecuencia, matan en los albergues en los que se hacinan como trabajadores emigrantes en los townships xhosahablantes de Johanesburgo. Los zul¨²es se toman la venganza y la violencia se convierte as¨ª en una espiral imparable. Tal ha sido la historia de estos d¨ªas pasados en Thokoza, Soweto, Katlehong y Tembisa. Hasta Mandela, el l¨ªder de la ANC, ha denunciado el ataque contra zul¨²es rivales como "provocaci¨®n deliberada" para sabotear el proceso de paz.
Una de las acusaciones vertidas por el ANC contra Inkhata es que este movimiento ha estado a sueldo del Gobierno blanco, que con dinero y acciones subrepticias de la propia polic¨ªa ha inspirado la violencia zul¨² para mantener dividida a la mayor¨ªa de color de Sur¨¢frica. Pese a las negativas reiteradas del presidente De Klerk, en julio pasado se hizo p¨²blico que el Gobierno de Pretoria hab¨ªa sut,vericionado a un sindicato de Inkhata con cantidades no excesivas, pero s¨ª suficientes para alimentar el esc¨¢ndalo. Tambi¨¦n se supo que la polic¨ªa pag¨® a cuatro zul¨²eS para que asesinaran a un jefe xhosa partidario del ANC. Por otra parte, anteayer empez¨® en Durban -centro de la mayor¨ªa zul¨²- un juicio contra seis polic¨ªas acusados de perpetrar una matanza de 11 zul¨²es hace tres a?os.
En estas condiciones, no parece sencillo que el ANC y el Inkhata lleguen a sentarse a la mesa el pr¨®ximo fin de semana para firmar un acuerdo de paz propiciado por el Consejo Surafricano de Iglesias. Ambos l¨ªderes han asegurado que firmar¨¢n. Deben hacerlo. Es probable que a corto plazo ello tenga poco efecto sobre la violencia, pero a¨²n ser¨ªa peor que se viera una ruptura entre quienes tienen la responsabilidad de apaciguar a sus respectivas huestes. Lo primero que deben exigir ambos, como ha afirmado el obispo Tutu, es que las autoridades de Pretoria encilentren y castiguen a los culpables. Se est¨¢ haciendo en eljulcio de Durban y de hecho se hizo por primera vez a alto nivel el 29 de julio pasado, cuando, cediendo a las presiones de Mandela, el presidente: De Klerk destituy¨® a los ministros de Defensa y de Interior.
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