Arenas movedizas
El pabell¨®n espa?ol, entre lo blasfemo y lo reverencial
Contrapesados por sacos terreros, del techo penden amplios capotes en amarillo y grana. Todo visitante que desee acceder al pabell¨®n espa?ol se ve obligado a dibujar un lance torero que descorre la gruesa cortina. Y, con eso, ya se est¨¢ en el interior de la plaza. Se pisa la arena del albero (arena playera en este caso) y se contempla en torno el acoso del redondel ya habitado por columnas de libros sobre anaqueles de esta?o. Un flujo de diapositivas l¨ªvidas, proyectadas sobre discos voladores y una m¨²sica o unos versos de Lorca, de Zorrilla, de Manrique o de Quevedo, espesan el ambiente de por s¨ª velado por una luz menguada que evoca el aire de un pub dudoso o de una parroquia en Semana Santa.
Poco m¨¢s o menos, ¨¦ste es el primer efecto, entre lo blasfematorio y lo reverencial, que se recibe al ingresar en el pabell¨®n dedicado al libro espa?ol en la Feria de Francfort. El arquitecto catal¨¢n Alfredo Arribas, y la decisi¨®n del Ministerio de Cultura, son la base de la pol¨¦mica que ha suscitado esta composici¨®n. Los libros se ven mal y su selecci¨®n se aglomera bajo el pobre amparo de una luz a la que no auxilia tampoco una clara disposici¨®n de los vol¨²menes.No es, pues, del todo extra?o que un visitante alem¨¢n se explicara la oscuridad reinante como una met¨¢fora del secular oscurantismo hisp¨¢nico. Los alemanes, al parecer, aman tanto el orden que, por ejemplo, cuando suben los impuestos de tabaco siguen pagando el mismo precio por el paquete, sin importarles que el contenido disminuya en uno, dos o tres cigarrillos.
Tambi¨¦n algunos libros, codiciados por los visitantes, han faltado a lo largo de estos d¨ªas, pero el asunto importa bien poco entre un lote de 17.000. De otra parte, el libro ha parecido menos como un texto que como un pretexto para el montaje. Ha funcionado menos como sustancia que como ornamento, m¨¢s como anclaje de la muestra que como un protagonista ensalzado. El conjunto escenogr¨¢fico, la pl¨¢stica y lo audiovisual han prevalecido con estruendo, y de esa manera la impresi¨®n al entrar y al tratar de permanecer all¨ª se parece a las experiencias alucinatorias que cultivan algunos cuartos oscuros de las instalaciones contempor¨¢neas.
En este sentido, la exhibici¨®n puede estimarse como contempor¨¢nea. "Hab¨ªa que reunir las ra¨ªces con la modernidad", dec¨ªa el comisario de la muestra, Andr¨¦s Amor¨®s, y de ah¨ª -cabe deducir- las proporciones de angustia y desenfado, a un tiempo. "El a?o pasado", segu¨ªa Amor¨®s, "los japoneses presentaron un pabell¨®n de gusto exquisito. Una est¨¦tica de la simpleza. Pero, efectivamente, la gente pasaba por ese espacio como por un trasluz, sin emociones". El pabell¨®n espa?ol ha rehuido el concepto de la elegancia o transparencia para acentuar su capacidad de impacto.
El esperpento
?Puede derivarse de este modo el esperpento o la astracanada? Pueden derivarse; pero lo cierto es que pocos conocen, a estas alturas, el lenguaje m¨¢s rotundo para hacerse apreciar por lo extranjero. Lo espa?ol manotea todav¨ªa entre los t¨®picos que flotan sobre el exterior y la exasperaci¨®n por transmitir, desde dentro, una condici¨®n nueva. Pero la novedad espa?ola -se ha visto en los coloquios- decepciona en buena medida. La mayor¨ªa sigue prefiriendo una Espa?a diferente donde proyectar unas vacaciones con el mayor grado de exotismo y el corolario es que las agencias de turismo -el Ministerio de Cultura incluido- no pueden desconocer la verdad de esta demanda. ?Toros? ?C¨¢rmenes? ?Donjuanes? Sumidos en ese mundo, tanto habr¨ªa servido para presentar el libro espa?ol una corrida con libros-toreros que una paella con libros-langostinos. Libros-libros existen por todas partes. Lo decisivo es el peculiar travest¨ª del libro. Su conversi¨®n en un suceso de imagen m¨¢s all¨¢ de la escritura. Lo mismo, por otra parte, puede aplicarse al cartel de la exposici¨®n. ?Cu¨¢ntos alemanes, holandeses o franceses conocen el rostro de Quevedo? De hecho, lo importante no es la lectura de Quevedo, sino la imagen (ilegible) del suceso.
Acaso por experiencia internacional y no por ignorancia los responsables del montaje han apostado por lo que es tan vulgar para los espa?oles como inteligible para otros mortales nacidos en el exterior.
En realidad -como dec¨ªa Ignacio Sotelo en una mesa redonda-, Espa?a es una sucesiva invenci¨®n de Europa. Para los europeos de la Edad Media Espa?a fue la Espa?a musulmana. Y ya se hab¨ªa asentado esta imagine r¨ªa con fuerza cuando en los si glos XIV y XV los espa?oles pa saron a ser, seg¨²n denominaci¨®n provenzal, los catalanes. Comerciantes y soldados que se distingu¨ªan como pueblo peculiar en la Provenza. En el siglo XVI Espa?a fue absolutamente Castilla, sus ej¨¦rcitos imperiales de ocupaci¨®n y su prepotencia en busca de que el sol no se pusiera dentro de sus confines. Durante el siglo XVIII, en opini¨®n de varios historiadores, Espa?a no existe en el sentimiento europeo. El fardo de su Siglo de Oro ser¨ªa una invenci¨®n interesada de los ingleses para oponer tal patrimonio a la pujanza del pensamiento y la creaci¨®n franceses. En cuanto a la Espa?a del siglo XIX, la diversidad territorial se resume en la peculiaridad andaluza y Espa?a fue Andaluc¨ªa por decenios. O bien, ?qui¨¦n refutar¨ªa que todav¨ªa Espa?a pasa por esos tablaos?
Los espa?oles podr¨ªan haber contribuido a esclarecer confusiones, falsas s¨ªntesis, pero basta entrar en el pabell¨®n del libro espa?ol para tropezar con una segunda columna librero-torera.
?C¨®mo luchar contra esto? ?Peleando, tir¨¢ndose del mofio, clamando a los cielos, meditando? ?Qu¨¦ es Espa?a hoy? ?Una reyerta de autonom¨ªas, de lenguas, de tr¨¢fico de drogas? ?Una Taberna del Alabardero -situada en el pabell¨®n espa?ol- con camareras vestidas de T¨ªo Pepe y una barra con patatas bravas? ?Un proyecto? ?Un modelo de transici¨®n pol¨ªtica para Chile, Hungr¨ªa y la URSS? ?Un coso taurino con arena de Benidorm? De hecho, los alemanes estaban hechos un l¨ªo y un miembro de la comitiva que inauguraba la exposici¨®n, conocedor de las aficiones h¨ªpicas de la infanta Elena presente en ese instante, aclar¨® a sus compa?eros que la elecci¨®n de un suelo arenoso obedec¨ªa al deseo de hacerlo m¨¢s transitable a los caballos.
Nadie parece contento
La prensa extranjera ha recibido con agrado e incluso con aplausos el montaje espafiol. S¨®lo los espa?oles peroran, se indignan o acaloran. Examinados desde el exterior, nadie parece contento, o ha elegido, para afirmar su identidad, una u otra forma de descontento. El espect¨¢culo provocador del pabell¨®n se dobla con el espect¨¢culo procaz de las tertulias. Los europeos probablemente observan esta reyerta con un punto de asombro y una inmensa marea de indiferencia Al cabo, volver¨¢n a ser los europeos los que esbocen otra imagen espa?ola para el pr¨®ximo siglo. Indudablemente, todo ello por culpa del enigma de todos nosotros. Es decir, por culpa del espejo de todos ellos.
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