Placer de dioses

Hab¨ªamos cerrado el cofre de los recuerdos de este a?o 1991 satisfechos con el Stravinsk¨ª de Pollini, el Shostakovich del Cuarteto Borodin, el Brahms de Giulini y el Debussy de Celibidache. Hemos tenido que volver a abrirlo apresuradamente: faltaba el Haendel de Gardiner.Agrippina se estren¨® en Venecia en 1709 y fue un ¨¦xito total. "Italia", escribi¨® Anthony Burgess, "suaviz¨® las angularidades alemanas de Haendel, infundi¨® sensibilidad sure?a a sus l¨ªneas mel¨®dicas y le ense?¨® el arte de complacer m¨¢s que de elevar".

La versi¨®n que nos regalaron Gardiner y su orquesta fue asombrosa. Mostraron la alegr¨ªa de hacer m¨²sica con un sonido c¨¢lido y expresivo, atentos a los m¨¢s m¨ªnimos detalles, exactos en los acompa?amientos a los cantantes, precisos en los ataques. El latido de la m¨²sica se percib¨ªa cargado de emoci¨®n, con naturalidad, fantas¨ªa, entrega y equilibrio.

No todas iguales

Gardiner desminti¨® esa creencia que a¨²n tienen algunos oyentes poco expertos de que todas las ¨®peras de Haendel son iguales. Si la primera parte alcanz¨® altas cotas de calidad, la segunda fue de enloquecer. ?Qu¨¦ juego de contrastes, qu¨¦ poes¨ªa, qu¨¦ ardor!Los cantantes se superaban a cada intervenci¨®n. Espl¨¦ndida y teatral Della Jones, extraordinaria l¨ªnea de canto de los contratenores Michael Chance y Derek Lee Ragin (aunque no tengan el sonido de los castrati de anta?o), exquisita Donna Brown, magn¨ªfico Alastair Miles...

John Eliot Gardiner trasladaba sus a?os de experiencia oper¨ªstica en Ly¨®n a los cantantes y a la orquesta. No se a?oraba una escenografia, tal era su capacidad dram¨¢tica. Est¨¢bamos embelesados, con lo que al final el griter¨ªo de exclamaciones fue inenarrable. De verdad, son unos monstruos. El pr¨®ximo 5 de diciembre interpretar¨¢n el R¨¦quiem de Mozart en Barcelona. De tener ocasi¨®n, no habr¨ªa que perd¨¦rselo.