El palacio del exceso
Aunque Freddie Mercury aseguraba que su lectura favorita eran los cuentos de Beatrix Potter, su vida se rigi¨® por aquel proverbio infernal de William Blake: "El camino del exceso lleva al palacio de la sabidur¨ªa".En un negocio como el del pop, tan tolerante con la extravagancia y la ostentaci¨®n, Queen se distingu¨ªa por el regocijo con el que reventaba las barreras del buen gusto, por el placer en burlarse del qu¨¦ dir¨¢n. Desnudar a docenas de modelos y ponerlas encima de bicicletas para ilustrar una portada era una buena excusa para re¨ªrse. Si editaba un disco titulado Jazz (ninguna relaci¨®n con la m¨²sica negra) se aprovechaba para celebrar la presentaci¨®n en Nueva Orleans, entre escenas orgi¨¢lsticas.
Fue algo m¨¢s que un lapsus el que Freddie y sus companeros aceptaran un contrato generoso para actuar en Sun City, legitimando con su presencia la versi¨®n surafricana de Las Vegas. Sin embargo, cuando el mundo del rock se moviliz¨® en Live Aid para ayudar a los pa¨ªses hambrientos de ?frica, all¨ª estaba Queen. En su ¨²ltima antolog¨ªa mencionan que I want to be free (Quiero ser libre) es un himno "en muchas zonas oprimidas del planeta".
Queen carec¨ªa del sentido de la verg¨¹enza, y eso era parte de su ambiguo encanto. Era un grupo que se inventaba sus propias reglas. Respaldando su desfachatez estaba una asombrosa pericia para componer temas pegajosos. A pesar de su origen en el rock duro, el repertorio de Queen cubr¨ªa casi todo el abanico: baladas suntuosas, pop inefable, fragmentos oper¨ªsticos, piezas funky, temas tur¨ªsticos, rockabilly.
Todo serv¨ªa, todo lo serv¨ªan envasado al vac¨ªo y presentado primorosamente, tanto en el sonido como en lo visual. Se mantuvieron unidos, sin variaciones de personal, desde 1971 gracias a una inteligente pol¨ªtica de concordia interior: todos pod¨ªan contribuir con canciones y disfrutar de tiempo libre para desarrollar proyectos paralelos. En sus canciones cuesta saber d¨®nde empieza la confesi¨®n y d¨®nde termina la fantas¨ªa: dominan los t¨®picos sublimados, la celebraci¨®n de su propio poder como rompedores de r¨¦cords y fascinadores de multitudes: "Aqu¨ª estamos. Nacimos para ser reyes, / somos los pr¨ªncipes del universo, / ¨¦ste es nuestro lugar".
Era l¨®gico que, ante tanta arrogancia, muchos m¨²sicos y buena parte de la cr¨ªtica les vituperaran como la'cara obscena del rock. Eran una causa perdida: cuando se hizo sentir la crisis del sida ni siquiera el sector m¨¢s militante denunci¨® el silencio de Freddie. Se sab¨ªa que los gestos convencionales de solidaridad no formaban parte de su repertorio. Que nunca se hab¨ªa retractado de aquella explicaci¨®n inicial de que el nombre de Queen carec¨ªa de implicaciones homosexuales: "Es un homenaje a la familia real brit¨¢nica".
Esta guerra sin cuartel entre Queen y los sectores concienciados del rock fue desastrosa. El grupo se enquist¨® en su castillo, sus enemigos les negaron el pan y la sal. La crueldad de la muerte relativiza aquellas batallas. Ahora, conmovidos por la tragedia, algunas letras de Queen nos suenan menos ampulosas y egoc¨¦ntricas de lo que resultaban, por ejemplo, en el a?o 1975: "Demasiado tarde, ha llegado mi hora, / escalofr¨ªos por mi columna vertebral, / el cuerpo no para de dolerme. / Adi¨®s a todos, tengo que irme, / tengo que dejaros y encarar la verdad. Mam¨¢, no quiero morir, / a veces desear¨ªa no haber nacido".
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