Un espect¨¢culo inteligente y bello
Jorobado, zambo, renegrido, feo, nacido en Indias: Juan Ruiz de Alarc¨®n Mendoza, si es que se llam¨® as¨ª, fue maltratado por sus contempor¨¢neos, insignes escritores pero malas personas. Quevedo: "Los apellidos de don Juan crecen como los hongos; ayer se llamaba Juan Ruiz; a?adi¨¦se el Alarc¨®n, y hoy se le ajusta elMendoza, que otros leen Mendacio. As¨ª creciese de cuerpo, que es mucha carga para tan peque?a bestezuela". Y Montalb¨¢n, y G¨®ngora; y Lope, claro, tan despiadado y cruel para los otros como indulgente para s¨ª.
La "peque?a bestezuela" escribi¨® teatro mejor que muchos de ellos, y un excelente castellano que poco ha tenido que retocar el admirado Claudio Rodr¨ªguez para que suene hoy. Mostr¨® a veces su evasi¨®n literaria. En Las paredes oyen, su triste retrato convertido en personaje desmedrado encuentra el amor de la bella mejor que el apuesto y malo rival. Pienso yo si todo su teatro ser¨ªa alguna forma de ensue?o, de compensaci¨®n ideal de la realidad; y si el personaje del mentiroso de esta Verdad sospechosa, que es en todo apuesto y noble, generoso,. valiente y enamorado menos en su vicio de mentir ser¨ªa una traslaci¨®n sofiada de s¨ª mismo, dado a la mentira del teatro y de la creaci¨®n de h¨¦roes. No sin castigo, por su ¨¦poca y su tendencia. La comedia moral era, en efecto, comedia: graciosa, risue?a, y hasta el castigo era leve y divertido: casarle con la que no quer¨ªa -pero buena moza, y elegante, refinada, bien nacida- y dar la suya a otro. Pilar Mir¨® la ha acentuado, afilado; la ha hecho c¨®mica. Est¨¢ en nuestras costumbres, y muy dentro de esta Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico: se entiende que se les hace m¨¢s asequibles. Dentro de esta ley del d¨ªa, ella y Claudio Rodr¨ªguez han respetado m¨¢s la intenci¨®n y el texto de lo que es habitual; no han llegado a ninguna clase de disparate. Las segundas acciones, las anecdotillas, las deformaciones de personajes, o sea, lo que la directora inventa sobre el texto, pueden ser a veces audaces -un revolc¨®n de gal¨¢n y dama, cuyo final se pierde en una caja del escenario-, pero no contra el texto: no creo que ning¨²n catedr¨¢tico o acad¨¦mico se queje, aunque los hay para todo. La licencia va lejos en materia de decorado y vestuario. ?ste, de Arti?ano, es bell¨ªsima ahorra en terciopelos, capas y golas.
La verdad sospechosa
De Juan Ruiz de Alarc¨®n. Adaptaci¨®n de Claudio Rodr¨ªguez. Int¨¦rpretes: Jos¨¦ Mar¨ªa Pou, Carlos Hip¨®lito, Emilio Guti¨¦rrez Caba, Rafael Ramos de Castro, Adriana Ozores, Eulalia Ram¨®n, Sonsoles Benedicto, Enric Maj¨®, Fidel Almansa, C¨¦sar Di¨¦guez, Jos¨¦ Luis Mass¨®, Fabio Le¨®n, Alfonso Guirao, Diego Carvajal. Iluminaci¨®n: Javier Aguirresarobe. Vestuario: Javier Arti?ano. Escenograf¨ªa: Joaqu¨ªn Roy. Direcci¨®n esc¨¦nica: Pilar Mir¨®. Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico. Teatro de la Comedia. Madrid, 29 de noviembre.
Un decorado sin ninguna significaci¨®n real, trabajado por la iluminaci¨®n, que a veces colabora en el texto -una clase de luz para las mentiras de don Garc¨ªa-, lastima que est¨¦ mal pintado y claveteado demasiado a la vista.
No como a?adido, sino como algo muy por encima de todo, est¨¢ la claridad de dicci¨®n y de desgranamiento de los versos. Siempre he cre¨ªdo que la idea de que se ha perdido la tradici¨®n del verso es una mentira como las de don Garc¨ªa: ha habido intentos, por los directores de escena, de que se dijeran a su manera, cada uno a la suya. Han terminado por desconcertar a los actores. Cuando se dice con naturalidad, se dice bi en. Carlos Hip¨®lito, para quien fue la noche -como protagonista de la obra- dice los mon¨®logos de sus mentiras con, digamos, sobriedad, imaginando la exageraci¨®n c¨®mica que hubiera de ponerse en ellas, y descubre la belleza literaria que hay en Ruiz de Alarc¨®n. No es extra?o que el verso se diga bien por Jos¨¦ Mar¨ªa Pou y por Emilio Guti¨¦rrez Caba, porque son actores ilustres, y adem¨¢s ilustrados, que podr¨ªan muy bien dirigirse solos; en Pou destaca, adem¨¢s, su forma de escuchar, su creaci¨®n de un asombro que tiene que ser c¨®mico para nosotros, los espectadores que estamos en el secreto, pero no con respecto a la acci¨®n; y en Emilio Guti¨¦rrez lo bien que juega con la conversi¨®n del criado en hidalgo, aun fuera de texto, y sabe reunir las dos personalidades. Enric Maj¨® fanfarronea, y Fidel Almansa acompana, los dos con calidad.
Las damas est¨¢n tocadas, sin duda por la voluntad de Pilar Mir¨®, por el dengue y la gracieta; sin duda la directora est¨¢ enfadada con esa hipocres¨ªa femenina tan del Siglo de Oro para tapar su pasi¨®n y una codicia de la que el desenga?ado Juan Ruiz les acusa a todo verso.
Con esta buena interpretaci¨®n, con estos trajes bonitos en un decorado con simplicidad geom¨¦trica, con el talento de una direcci¨®n no maleada por los usos y costumbres (malos) del teatro, es un grato e inteligente espect¨¢culo.
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