Como a idiotas
Se ha dicho muchas veces que los pol¨ªticos del anterior r¨¦gimen, ya perdido en la noche de los tiempos, trataban a los ciudadanos espa?oles como si fueran menores de edad (en la versi¨®n m¨¢s suave de ese trato). Por no s¨¦ qu¨¦ extra?a suerte de perversi¨®n, los pol¨ªticos actuales han llegado a un punto en el que tratan a los ciudadanos espa?oles como a idiotas, lo cual es seguramente m¨¢s grave, ya que idiota se puede seguir siendo toda la vida si se acepta serlo, al contrario de lo que sucede con la minor¨ªa de edad, por mucho que la sociedad actual tienda a perpetuarse en el juvenilismo.Una de las diferencias entre un r¨¦gimen dictatorial y uno democr¨¢tico es que el segundo, al menos, se siente obligado a dar explicaciones de sus actos, de sus leyes, de sus decisiones. Aunque s¨®lo sea por una mera cuesti¨®n de formas y para no irritar al electorado, intenta convencer adem¨¢s de promulgar. Esto requiere cierto esfuerzo: obliga a pensar, a razonar, a argumentar, si bien, cuando un partido gobierna con mayor¨ªa absoluta, los actos, las leyes y las decisiones acabar¨¢n indemnes y yendo a misa tanto si sus responsables convencen como si no. Pero al menos deben intentarlo.
Los pol¨ªticos actuales ya no lo intentan, o digamos que sus escasos razonamientos van dirigidos a completos idiotas. Los que no lo son no suelen contestarles (como en los antiguos duelos, para discutir de veras hay que estar entre iguales), y los que aceptan ser tomados por tales acaban entrando en el juego y perdiendo, en vez de exigir a esos pol¨ªticos que empiecen otra vez, con m¨¢s argumento y ah¨ªnco. Nadie les dice: "Ese razonamiento es inadmisible, busquen ustedes otro, hagan el favor de, por lo menos, representar bien la comedia".
Hay una serie de salvoconductos que los pol¨ªticos utilizan frecuentemente y que, en efecto, parecen servirles. Cuando los esgrime el presidente de la naci¨®n, o uno de sus ac¨®litos ministeriales, o un miembro de la oposici¨®n, o un alcalde, o un presidente auton¨®mico, o un concejal, o un polic¨ªa espiritual -tanto da-, las bocas de la mayor¨ªa de los periodistas que suelen entrevistar a estos personajes en la televisi¨®n suelen quedar abiertas o cerradas, pero en todo caso mudas de asentimiento. Estos periodistas, dicho sea de paso, demuestran con ello ser muy malos en su oficio: hace a?os que no veo a ninguno decirle a un pol¨ªtico cosas tan simples y educadas (y para las que no se necesita especial arrojo) como: "No ha contestado usted a mi pregunta"; o "Se est¨¢ contradiciendo usted con lo que dijo antes o hace un a?o o antes de las ¨²ltimas elecciones"; o "Expl¨ªquese mejor"; o "?C¨®mo puede usted decir eso? Eso no es de recibo". Entre esos salvoconductos hay tres que en modo alguno son de recibo y que, sin embargo, se emplean continuamente. Pasan por moneda corriente cuando son moneda falsa.
Primera moneda falsa: la llamada ley Corcuera se ha justificado en varias ocasiones aduciendo que "la sociedad la exige". Se puede llegar a entender que la sociedad exija mayor seguridad, o una lucha m¨¢s eficaz contra el narcotr¨¢fico, lo cual no significa que exija que la seguridad se consiga o la lucha se libre con los m¨¦todos decididos por los se?ores gubernamentales (por muy electos que sean) y plasmados en esa abusiva y temible ley (tambi¨¦n para cualquier ciudadano, inocente o no). Pero en todo caso la manifestaci¨®n m¨¢s visible de esa supuesta exigencia la constituyen los achulados paseos y rondas de grupos de vecinos dispuestos a tomarse la justicia indiscriminadamente y por su mano en diferentes puntos del pa¨ªs. Esos vecinos, en el momento en que apalean y expulsan a un individuo sin m¨¢s pruebas que su propio dedo acusatorio y porque les da la gana o no quieren gitanos en su zona, son ya una banda de delincuentes que deber¨ªan ser detenidos o expulsados a su vez. El Gobierno, por el contrario, se ampara en ellos -insisto, en una banda de delincuentes- y los eleva a la categor¨ªa de "sociedad". "?Ven ustedes?", parecen decir los representantes de la ley. "Es mejor que este trabajo lo hagamos nosotros". Ante lo que los idiotas completos asienten y los no idiotas deber¨ªan responder: "No, se?or, ese trabajo no debe hacerlo nadie; hay que buscar otra f¨®rmula y otro trabajo para lograr los resultados apetecidos". Es bien sabido, por otra parte, que en toda sociedad hay fragmentos enloquecidos o exasperados, y que incluso a veces es una sociedad entera la que pierde el juicio, como sucedi¨® sin duda en la Alemania nazi. El hecho de que una sociedad pida o exija algo no es siempre, por tanto, raz¨®n suficiente para conced¨¦rselo. Las sociedades pueden volverse locas, pero los gobernantes no tienen ese mismo derecho, ni menos a¨²n pueden valerse del desquiciamiento, moment¨¢neo o no, de esa sociedad o de parte de ella para dar v¨ªa libre a sus propias "locuras menores". Que la sociedad exija o m¨¢s bien parezca exigir algo a trav¨¦s de sus miembros m¨¢s gritones y m¨¢s matones no es un argumento, y esto, adem¨¢s, lo saben mejor que nadie los gobernantes socialistas, a quienes desde hace nueve a?os la sociedad les ha pedido muchas otras cosas m¨¢s razonables sin que ellos quisieran darse por enterados.
Segunda moneda falsa: cuando un pol¨ªtico aduce que algo de lo que ocurre o va a ocurrir en Espa?a sucede tambi¨¦n "en los dem¨¢s pa¨ªses democr¨¢ticos", el silencio y la calma vuelven a reinar y el pol¨ªtico a respirar tranquilo. Acaba de acallar a los idiotas con otro argumento para idiotas. En primer lugar, esa afirmaci¨®n suele ser inexacta, irresponsable e incomprobable. No todos los pa¨ªses democr¨¢ticos son iguales ni se sabe c¨®mo funciona cada uno de ellos en distintos asuntos (hasta dentro de Estados Unidos las leyes var¨ªan seg¨²n los Estados, y no en minucias: en unos, por ejemplo, hay pena de muerte y en otros no). Pero, aunque fuera as¨ª, aunque fuera cierto que leyes equivalentes a la ley Corcuera (por seguir con el caso) se dieran en todos los dem¨¢s pa¨ªses democr¨¢ticos, la respuesta podr¨ªa ser: "Esos pa¨ªses pueden estar en el error y en la injusticia en ese aspecto. Que un error est¨¦ extendido no lo hace menos error, al contrario, lo hace m¨¢s grave y obliga a ser a¨²n m¨¢s cuidadoso en su aplicaci¨®n aqu¨ª, sobre todo si en esos pa¨ªses no ha dado resultado y, adem¨¢s de injusta y err¨®nea, se ha demostrado ineficaz". Pero la invocaci¨®n a "los dem¨¢s pa¨ªses democr¨¢ticos" es cada vez m¨¢s com¨²n en boca de los pol¨ªticos, tanto que empiezan a recordar al antiguo como Dios manda, o acaso es m¨¢s bien a porque lo mando yo.
Tercera moneda falsa: cuando los pol¨ªticos se ven globalmente criticados (como sucede en este art¨ªculo), cierran filas con un inaudito sprit de corps que nadie podr¨ªa sospechar si atiende a las espumosas pullas que se suelen lanzar entre s¨ª. E inmediatamente arguyen que esas descalificaciones globales son "ataques a la democracia". Por suerte, esta tercera moneda no causa tanta estupefacci¨®n ni da lugar a tanta mudez. Pero son muchos los periodistas que, con todo, retroceden, como pensando: "Tengamos cuidado, no vaya a ser que sea as¨ª". Lo que no he visto es a casi ning¨²n periodista contestando algo tambi¨¦n muy simple y para lo que tampoco se requiere demasiado coraje (que a nadie puede ped¨ªrsele, demasiado, quiero decir): "No, se?or, no es un ataque al sistema, sino a la representaci¨®n actual del sistema, a su encarnaci¨®n hoy d¨ªa, al insatisfactorio desempe?o que hacen ustedes de sus funciones. Es m¨¢s, se trata de una cr¨ªtica personal que en modo alguno pone en tela de juicio el sistema democr¨¢tico, sino que, por el contrario, intenta preservarlo de individuos como usted".
Nota aclaratoria final: este art¨ªculo es una cr¨ªtica personal: los se?ores Gonz¨¢lez, Corcuera, Guerra, ?lvarez del Manzano, Rodr¨ªguez Ibarra, Matanzo, Mohedano -cuando menos ellos, sobre todo ellos en estos d¨ªas- tendr¨¢n toda la raz¨®n del mundo si se les ocurre darse por aludidos.
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