Domingo conquista la Scala con 'Parsifal'
El teatro vuelve a la tradici¨®n con Wagner
Se cumpli¨® el rito. Como cada 7 de diciembre, la Scala de Mil¨¢n abri¨® sus puertas al mundo para proclamar su fe en la l¨ªrica. Un rito que este a?o se presentaba doblemente sagrado: por la r¨ªgida liturgia que tradicionalmente acompa?a el inicio de la primera temporada oper¨ªstica italiana y porque la obra en cartel era Parsifal, que Wagner concibi¨® como un festival sagrado y no como un simple espect¨¢culo. Riccardo Muti, Pl¨¢cido Domingo y Waltraud Meier fueron los oficiantes de esta gran misa del arte y la mundanidad.
ENVIADO ESPECIAL, Entre los espectadores se encontraban el presidente de la Rep¨²blica, Francesco Cossiga, y los reyes Carlos Gustavo y Silvia de Suecia, aparte de una nutrida representaci¨®n de intelectuales y profesionales (Umberto Eco, Roberto Calasso, Gaulenti y Gillo Dorfles, entre otros). La delegaci¨®n espa?ola estuvo encabezada por el ministro de Cultura, Jordi Sol¨¦ Tura, y el presidente del Parlamento Europeo, Enrique Bar¨®n.No han faltado opiniones disconformes con la elecci¨®n de Parsifal como primer t¨ªtulo para inaugurar la temporada milanesa. La direcci¨®n del teatro ha acallado prontamente las cr¨ªticas con cifras en la mano: en los ¨²ltimos 100 a?os, el maestro alem¨¢n ha abierto el cartel en 15 ocasiones, lo cual no es poco. Es decir, que, contrariamente a lo que se pueda pensar, se est¨¢ recuperando una tradici¨®n y no imponiendo una nueva.
Por lo dem¨¢s, hay grandes directores de La Scala que han dejado una huella indeleble en el repertorio wagneriano: Toscanini, Serafin, De Sabata, entre otros. Muti se ha puesto a la cola de ellos con un Parsifal terso, transparente, solar, en la mejor l¨ªnea de sus antecesores. Consigue aquello que el viejo Gurnemanz, guardi¨¢n del templo del Grial, dice a Parsifal en el primer acto y que queda como una consigna extensible a toda la obra: "Aqu¨ª el tiempo se hace espacio".
R¨¦cord de lentitud
El director no renuncia al toque alem¨¢n en los empastes, pero permanece en todo momento atento a la frase, a la respiraci¨®n de los cantantes. Y para ello precisa de tempi reposados: una hora y 52 minutos exactos para el primer acto (el r¨¦cord de lentitud absoluto lo tiene Toscanini, que para ese mismo acto empleaba dos horas y seis minutos, frente a la hora y 34 minutos de Pierre Boulez). Aunque el director no siempre encuentra una orquesta a la altura de sus planteamientos, especialmente en los metales, pero los resultados son globalmente de alto nivel.
Pl¨¢cido Domingo respondi¨® fielmente a este car¨¢cter luminoso que el director imprimi¨® a la m¨²sica. En definitiva, no es el del tenor un papel de gran dificultad: es cierto que el registro se mantiene constantemente en la zona de paso de la voz, pero sus intervenciones no tienen ni de lejos la magnitud de un Trist¨¢n. Pl¨¢cido no es -?a¨²n?- un cantante wagnenano: su voz, bell¨ªsima, suena por encima de la m¨²sica y no como un instrumento m¨¢s, que es lo que Wagner pretend¨ªa. Pero triunf¨® por todo lo alto, y con toda justeza. Influye en ello, sin duda, su s¨®lida presencia en escena.
Imparable la Kundry de Waltraud Meier: ah¨ª s¨ª estamos ante una voz aut¨¦nticamente wagneriana, poderos¨ªsima. Buen reparto en conjunto: Wolfgang Brendel estuvo mejor como Amfortas en el primer acto que en el ¨²ltimo; Robert Lloyd hizo un s¨®lido Gurnemanz; y Hartinut Welker imprimi¨® a Klingsor (el maligno que ha robado la danza a los santos caballeros) el desgarro propio del personaje.
Atractiva la propuesta esc¨¦nica de los hermanos Cesare (director) y Daniele (escen¨®grafo, muerto hace pocos meses) Lievi.
Un apunte negativo, eso s¨ª, para la escena del segundo acto de las ni?as flor, supuestamente encargadas de inducir al h¨¦roe a toda suerte de lujurias: vestidas as¨ª (faldas hasta los pies y gargantilla, como si fueran a una inauguraci¨®n de la Scala) y cantando tan mal, desde luego no seducen ni al m¨¢s ingenuo, aunque ¨¦ste sea el mism¨ªsimo Parsifal.
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