Un escritor egipcio condenado a ocho a?os de prisi¨®n por cuestionar el Islam
En El Cairo uno puede tomarse copas en p¨²blico, los escotes no s¨®lo no est¨¢n prohibidos sino que muchas turistas israel¨ªes a menudo se pasean en pantalones cortos y los culebrones televisivos locales son todo menos recatados. Pero a quienes el puritanismo religioso tiene en punto de mira en la sociedad m¨¢s occidentalizada del mundo ¨¢rabe es a los escritores, incluyendo al premio Nobel Nagib Mahf¨²z.La m¨¢s reciente v¨ªctima del selectivo celo egipcio es un empleado cincuent¨®n de la oficina gubernamental de impuestos llamado Alaa Hamed. Su primera aventura literaria puede costarle ocho a?os de c¨¢rcel am¨¦n de una multa de unas 75.000 pesetas. Su editor y el distribuidor de su opera prima La distancia en la mente de un hombre recibieron condenas id¨¦nticas de un tribunal cairota que los declar¨® culpables de "amenazar la unidad nacional y la paz social".
Acusaciones de un colega
Publicada en 1988, la obra pas¨® desapercibida hasta que, hace poco, un bur¨®crata colega de Hamed la someti¨® a. consideraci¨®n de Al-Azar, la m¨¢xima autoridad religiosa egipcia. No hubo necesidad de leer entre l¨ªneas: desde la primera p¨¢gina, el libro cuestiona el valor de la religi¨®n por boca de su protagonista, un sujeto que tiene el "atrevimiento" de reflexionar sobre un elemental dilema existencial: "?Qui¨¦n soy? Un nombre en la lista de espera. Un musulm¨¢n por herencia. De haber nacido en el ate¨ªsmo, ser¨ªa ateo. Uno no elige nacer ni elige su religi¨®n... Si la religiones son para todos los tiempos y lugares, ?c¨®mo es que la mayor¨ªa de las sociedades no cumplen sus preceptos? ?D¨®nde est¨¢ la verdad? Qu¨¦ es el bien y qu¨¦ es el mal?...".El protagonista de Hamed hace esas preguntas durante un viaje on¨ªrico en el que conversa con profetas y ¨¢ngeles, un recurso ficticio pero que ha bastado para enfurecer a los jueces de Al-Azar que decretaron la inmediata prohibici¨®n del libro. La obra, dicen, "blasfema contra el Islam". Sobre Hamed, el egipcio desconocido, pesa la misma acusaci¨®n que mantiene a Salman Rushdie oculto desde hace m¨¢s de 1.000 d¨ªas. Pero a diferencia de Rushdie, Hamed tiene pocos aliados y sin duda pocos recursos para defenderse. Su solitaria defensa est¨¢ a cargo de la Organizaci¨®n Arabe de Defensa de los Derechos Humanos, cuyo secretario general, Baheied¨ªn Hassan, est¨¢ tratando de evitar que el "escritor maldito" vaya a pasar su vejez en un calabozo.
El jueves, Hassan apel¨® ante el primer ministro Atef Sedki, quien de acuerdo con las leyes de emergencia vigentes en Egipto, tiene potestades para confirmar la sentencia. En medios pol¨ªticos y literarios cairotas existe discreta confianza de que el Gobierno egipcio va a optar por ahorrarse las cr¨ªticas de intelectuales locales y extranjeros, sobre todo porque Hamed recibi¨® en junio 10.000 d¨®lares del Fondo Estadounidense para la Libre Expresi¨®n.
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