Lo internacional es lo nacional
A menudo se critica a los gobernantes (le cualquier pa¨ªs de dar demasiada atenci¨®n a lo internacional antes que a lo nacional. Y como el criticar Gobiernos es pasatiempo favorito sobre todo de las democracias, por ah¨ª se hilvana toda una gama de conceptos y argumentos que a la larga se muestran lugare?os y retr¨®grados.Porque lo cierto es que las cosas han evolucionado de tal manera que a lo largo del siglo XX, con la creciente interdependencia entre pa¨ªses y la trama de los asuntos externos con los internos, cada vez resulta m¨¢s dif¨ªcil trazar una l¨ªnea divisoria entre lo propiamente nacional y lo propiamente internacional.
M¨¢s de una vez se ha tildado a un candidato a posiciones pol¨ªticas, sobre todo en las justas electorales, de haber permanecido ausente de su pa¨ªs y, por tanto, (le no estar enterado a fondo (le lo que ocurre en su propia tierra. Otro craso error, dado que en el mundo de hoy quiz¨¢ desde donde mejor se mira, se aprecia y se valora la marcha o el retraso de una naci¨®n es desde fuera, desde donde est¨¢n las competidoras, es decir, lejos de las peque?eces, las presiones, las anteojeras o compromisos de campanarios locales. Y all¨ª tambi¨¦n la separaci¨®n entre lo nacional y lo internacional aparece m¨¢s artificiosa, pues ya las cosas no son m¨¢s como se las pon¨ªa al comienzo del siglo.
El viejo concepto del nacionalismo cerrado prevaleci¨® a lo largo del siglo XIX, pero ya no tiene cabida en manera alguna en las postrimer¨ªas del siglo XX. Acaso por eso en tales divisiones (le la humanidad en parcelas a menudo hostiles prosper¨® el germen de las guerras que, hab¨ªan de amargar y torturar a nuestro siglo. Con ese escarmiento, los pueblos han empezado por fin a descubrir a la humanidad para encontrar que es solamente una.
Hoy se ventilan los mayores problemas de un pa¨ªs, incluidos los de t¨ªpica raigambre interna y de efectos extendidos por toda su poblaci¨®n, en los foros internacionales y en los organismos creados al efecto. La expansi¨®n del sistema de las Naciones Unidas, con su galaxia de entidades de servicio, hace indispensable enterarse de las modalidades de sus objetivos y funcionamiento, no por un mero af¨¢n informativo o de erudici¨®n, sino por necesidad, para afrontar problemas del diario vivir. Tal es el caso de la deuda, la inflaci¨®n, los vuelcos del cr¨¦dito, el comercio, la transferencia de tecnolog¨ªa, la explosi¨®n demogr¨¢fica, etc¨¦tera. As¨ª tienen que recurrir a las entidades internacionales tanto los funcionarios, los estudiosos y profesionales en general como los planificadores y los ejecutores de la agricultura, la industria, la ense?anza, la salud, las comunicaciones, la Administraci¨®n p¨²blica, etc¨¦tera. All¨ª otra vez lo nacional est¨¢ ¨ªntimamente engranado con lo internacional * ' En realidad, se trata ya de un solo campo com¨²n en que el hacer de otros pueblos incide en la marcha y los destinos del propio.
No de otro modo se entiende hoy la total internacionalidad que culmina en la globalizaci¨®n que se muestra en el comercio, pues los grandes productores del mundo industrializado hoy se interesan en un mercado solamente si llega a cubrir todo el planeta. Y as¨ª tambi¨¦n, m¨¢s all¨¢ de lo internacional tomado como relaci¨®n entre Estados oficiales, est¨¢ lo universal de otros sectores altamente importantes del inter¨¦s humano, desde las religiones, cada vez m¨¢s ecum¨¦nicas, hasta las transnacionales, cada vez m¨¢s planetarias, pasando por el turismo, las comunicaciones, los deportes de aspiraci¨®n ol¨ªmpica y todo lo que robustece la marcha hacia una comunidad humana crecientemente informada y en general competencia.
Los productores del cine, de la televisi¨®n y las grandes revistas y editoriales pugnan por cubrir a la totalidad humana. Los productos se universalizan buscando la racionalizaci¨®n y unificaci¨®n de las pesas y medidas que tan locales fueron y que todav¨ªa nos aquejan con su secuela de diversidades contradictorias y hasta de oposici¨®n. A la vez, las gentes son cada d¨ªa m¨¢s multiling¨¹es y empiezan a venderse por los escaparates de la electr¨®nica mil maquinillas que ayudan a conversar o leer en cualquier idioma.
As¨ª tambi¨¦n hoy el descubrimiento cient¨ªfico y la aplicaci¨®n tecnol¨®gica, pese a los esfuerzos de los intereses monop¨®licos, pasan de inmediato que se producen a ser propiedad de todos, o sea, patrimonio de la humanidad. Como ya son patrimonio com¨²n los grandes valores est¨¦ticos del ayer: ciudades, monumentos y parejas.
Y se alza como una responsabilidad propia, d¨ªa a d¨ªa m¨¢s compartida y con mayor n¨²mero de apoyadores, convertida inclusive en corriente pol¨ªtica, la defensa del planeta, de sus recursos y de todos los elementos de la biosfera, que no es para nada privativamente nacional sino en cuanto forma parte de una vigorosa y obligante corriente universal.
Por todo eso, ?d¨®nde viene a quedar lo nacional ya nunca considerado como ant¨ªtesis de lo internacional? Las integraciones son precisamente el brote de evoluci¨®n sobre los viejos conceptos parcelarios de los reductos nacionalistas, cuyo valor hist¨®rico de ra¨ªz y fundamento de las culturas de hoy se reconoce y admira, pero que no pueden retener un monopolio de entidades ni de conceptos que se han hecho cada d¨ªa m¨¢s humanos en t¨¦rminos del conjunto de la especie. Acaso por eso las ciudades amuralladas, cada vez en menor n¨²mero, quedan como valiosas reliquias de una ¨¦poca superada y se restauran y enaltecen como valor de museo y testimonio de evoluci¨®n hist¨®rica. Pero alzar una muralla entre pueblos en nuestros d¨ªas resulta un anacronismo condenado a la destrucci¨®n como lo ha probado la de Berl¨ªn.
Por ello, en nuestro tiempo las integraciones han venido a ser la fase intermedia de toda esta evoluci¨®n. La europea, sobre todo, como una marcha que ha logrado cerrar la etapa inicial de los mercados comunes para entrar a nuevas perspectivas de orden cultural, pol¨ªtico y social. Es prof¨¦tico que ya Ortega y Gasset advert¨ªa sobre toda "limitaci¨®n provinciana", un despertar de advenimiento de mentalidad europea primero hacia la cultura de Occidente y luego con miras a un universalismo, lo que ¨¦l llamaba "el cosmopolitismo de la inteligencia".
Cada d¨ªa un pa¨ªs aparecer¨¢ como m¨¢s actualizado, m¨¢s dispuesto a la superaci¨®n y capaz de afrontar el reto del porvenir si logra tener una mayor conciencia internacional. Y as¨ª, los que quieran seguir sumergidos en viejos criterios localistas ir¨¢n perdiendo raz¨®n de ser y se se?alar¨¢n m¨¢s bien como factores de obstrucci¨®n y hasta como g¨¦rmenes perjudiciales de retraso. Mientras tanto, el porvenir es de quienes act¨²an en t¨¦rminos de progreso, o sea, los que piensan en dimensi¨®n de humanidad ya no solamente internacional, sino de humanidad en conjunto. Aqu¨ª habr¨ªa que recordar a Gandhi cuando encomiaba el valor del deber cumplido y puntualizaba: "As¨ª, hasta el mismo derecho a la vida s¨®lo nos corresponde cuando cumplimos con el deber de ciudadanos del mundo".
Todo esto nada tiene que ver ni en nada afecta a cuanto constituye la esencia, la ¨ªndole y la idiosincrasia de un pueblo, ni a sus valores y sus glorias nacionales, su patriotismo, sus tradiciones, su integridad territorial y su historia. Lo que est¨¢ sucediendo es que, si queremos ser dignos de esos valores de ayer, tenemos que embarcarlos con nosotros en el tren del porvenir, es decir, en la corriente creciente y fecunda de lo universal. Tales valores orgullosos y atractivos dar¨¢n, por cierto, inter¨¦s de matiz, de variedad y de riqueza est¨¦tica e intelectual al vasto acervo de la cultura de la humanidad.
Es por todo eso que lo verdaderamente nacional ya se involucra y existe en nuestros d¨ªas en lo internacional. De hecho, lo internacional no podr¨ªa existir si no fuera a base de los elementos nacionales, pero, por eso mismo, no cabe hallar oposici¨®n en tales conceptos. Y el gobernante hace bien en no descuidar y en dedicar alerta sus mayores empe?os y desvelos a lo internacional, puesto que es all¨ª donde se est¨¢ jugando el destino de cada entidad nacional y all¨ª donde se est¨¢ midiendo el progreso o el retraso en que se halla cada pa¨ªs, lo cual siempre ser¨¢ en funci¨®n de los otros. Tal viene a ser la mayor, la m¨¢s compleja y elevada responsabilidad de un estadista, el cual est¨¢ llamado, en primer t¨¦rmino, a asumir y conducir el tim¨®n de lo internacional, mientras que para las cosas locales est¨¢n las autoridades respectivas, las municipales, las regionales, las policiales y los grupos, partidos y entidades de los ciudadanos. Todo ello porque el destino humano se hace cada minuto m¨¢s y m¨¢s internacional y universal. Acaso porque ya ha llegado a tener plena vigencia el prof¨¦tico apotegma de Terencio: "Soy hombre, nada de lo que es humano me es extra?o".
Miguel Albornoz es escritor, ex embajador de Ecuador en la ONU.
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