Elogio del materialismo
En este pa¨ªs de embobadas Blancanieves en el que vivimos suele confundirse a unos enanos con otros: a Gru?¨®n, por ejemplo, siempre le toman por Sabio. Y la falsa sabidur¨ªa del Gru?¨®n, dale que te pego con la misma monserga: "?Demasiado materialismo!, ?la culpa de todo la tiene el materialismo rampante!". No me pregunten por qu¨¦, pero para Gru?¨®n el materialismo tiene que ser nada menos que "rampante", como los leones sobre campo de gules. Y al pobre Sabio, que dice que no con la cabeza, que no hay materialismo por ning¨²n lado, qu¨¦ m¨¢s quisi¨¦ramos, le confunden los rampantes y sonantes con un Mudito de orejas recortadas...?Materialismo? Es la intuici¨®n del ni?o de cinco a?os: le ofreces un billete de 5.000 pesetas o un caramelo de dos gustos y coge el caramelo. Entonces el pap¨¢ idealista le educa para lo sublime: "Pero ?no te das cuenta de que con el billete puedes comprarte muchos caramelos como ¨¦se?". El joven materialista vacila, considera la lata que supone salir a la calle para ir a la confiter¨ªa (y todo con la boca a¨²n llena de juguillo), pero por fin se decide, pilla el billete y echa a correr. "?Alto, inconsciente!", truena jupiterino el paternal idealista, "?vas a gast¨¢rtelo todo de golpe en caramelos, sin m¨¢s ni m¨¢s? ?Acaso no querr¨¢s el verano que viene comprarte helados y te vendr¨¢ muy bien tener dinerito? Y ?no prefieres ahorrar para una buena bici?". El ni?o, si tiene aut¨¦ntica vocaci¨®n materialista, comprende la trampa, resigna el billete con un sard¨®nico "anda, gu¨¢rdamelo t¨²" y se va a ver en la tele dibujos animados; pero si lo suyo es el idealismo, se compra una hucha.
Respecto a la afici¨®n al dinero, corren dos bulos propalados por los gru?ones: que es un vicio caracter¨ªstico de nuestra ¨¦poca y que se trata de un grave s¨ªntoma de materialismo. Respecto a la antig¨¹edad del ansia de dinero, cabe se?alar que siempre ha sido referida por los cronistas como desmesurada y fatal. Desde que los poetas griegos se lamentaban exclamando "jr¨¦mata ¨¢ner" ("el dinero es el hombre"), pasando por Juvenal, Quevedo, Balzac y todos los dem¨¢s, no hay constancia de ninguna ¨¦poca desde la apari ci¨®n de la moneda en la que no se haya deplorado su fascinaci¨®n funesta y su creciente influjo delet¨¦reo en los asuntos sociales. Nadie se ha quejado nunca de que la gente hubiera perdido inter¨¦s por el dinero: de todas las instituciones humanas, es la ¨²nica que jam¨¢s ha conocido atisbo de decadencia. Lo m¨¢s que puede se?alarse es que la cosa empez¨® como una becerrada, aunque el becerro fuese de oro, pero ahora ya es una corrida de seis toros con picadores.
Sin embargo, de materialismo nada. Si algo caracteriza al humildemente sabio materialismo es su vocaci¨®n de satisfacciones corp¨®reas, palpitantemente sensoriales en el ahora, y su poca imaginaci¨®n para las recompensas futuras que han de tener las renuncias presentes. El dinero es teol¨®gico porque su gracia es siempre promesa para el futuro, posibilidad de goces que vendr¨¢n, preferibles por definici¨®n a los que hay ya al alcance de la mano. Y es que fantasear deleites virtuales harta menos que arriesgarse a disfrutarlos cuerdamente. Las sociedades tradicionales se quejan de que el dinero corroe las solidaridades tribales, al brindar al individuo un seguro personal que le hace desinteresarse del respeto a lo colectivo, nacido no tanto de la hermandad con los vecinos, sino de la zozobra ante el "?qu¨¦ va a ser de m¨ª?" individual. Y las religiones condenan el dinero como principal competidor inmanente en la venta de parcelas de futuro, cuya exclusiva administraci¨®n trascendente se arrogan. La evoluci¨®n del dinero se va alejando cada vez m¨¢s del oro primigenio para convertirse en cr¨¦dito, es decir: en fe en lo que no vimos, con lo que la competencia intereclesial a¨²n se agudiza m¨¢s. Pero ?qu¨¦ tiene que ver esto con el materialismo, tan apegado a lo inaplazable, tan sensorialmente compensado por lo inmediato y tan desconfiado respecto a los goces de nunca llegar?
Dice Gru?¨®n (y le toman por Sabio): es la sociedad actual la materialista y obliga a la gente a materializarse, como ectoplasmas sugestionados por el sistema. Ojal¨¢ fuera as¨ª: pero nada, claro. A las pruebas me remito. ?Cu¨¢l es la sociedad m¨¢s desalmadamente materialista? Gru?¨®n: sin duda la norteamericana, de donde por definici¨®n proviene todo mal y decadencia. ?Qui¨¦n encarna mejor que nadie las rob¨®ticas leyes de tal materialismo atroz? El infumable yuppy, cretino de metacrilato, exportado desde el coraz¨®n del imperio a todos los pa¨ªses que se dejan y cuyo egocentrismo puede llegar tranquilamente al crimen por acci¨®n u omisi¨®n, al asesinato tipo mastercard. Su cr¨®nica: la novela American psycho, de Bret Easton Ellis, una alarmante joya de la literatura involuntariamente teol¨®gica (denostada, lo que no deja de ser buena se?al, por novelistas y novelistos patrios que a¨²n se debaten sin ¨¦xito con la sintaxis o confunden estilo con el abuso chabacano del diccionario). Pero veamos m¨¢s de cerca. El protagonista de esa novela deambula sin objeto entre emblemas de objetos, regido exclusivamente por la marca de las cosas, por el prestigio propagand¨ªstico de los sellos comerciales, por los indicios convenidos y atropelladamente cambiantes de status, por la obligaci¨®n de estar y tener al modo que el concili¨¢bulo de los dem¨¢s -a los que, sin embargo, cree despreciar- consideran apreciable.
Se pasa la vida esperando mesa en restaurantes recomendados por dioses menores, cuya bazofia caprichosa apenas prueba y ni sabe ni puede degustar. Ingiere epil¨¦pticamente f¨¢rmacos que le alteran sin conmoverle ni despertarle: el pobre busca tregua, pero supone que quiere marcha. Macera higi¨¦nica y gimn¨¢sticamente su cuerpo no para el placer, sino para la representaci¨®n del placer: en el fondo, lo ¨²nico que logra a placer es sufrir. De quienes le rodean s¨®lo es capaz de percibir la etiqueta del pa?uelo, de las gafas, del reloj o de la blusa; finalmente, despedaza sus cuerpos y se embadurna de entra?as buscando siempre m¨¢s abajo algo realmente vivo en donde descargar su frustraci¨®n servomec¨¢nica. Pero a ¨¦l todo lo que es materia se le reduce a lo inerte, nada sabe del cuerpo como "un espacio y un tiempo en el que tiene lugar el drama de la ener-
Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior g¨ªa", seg¨²n la hermosa visi¨®n de Val¨¦ry. Trufado hasta la m¨¦dula de convencionalismos est¨¦riles y repetitivos, conoce el agobio de los padecimientos, pero no el juego carnal de las emociones, el lazo consciente entre vida y vida. A fin de cuentas, ya no quiere sino castigo, que alguien desde fuera le comprenda y le suprima, pero hasta eso le es negado: ni vivo ni muerto, ni absuelto ni condenado, ha de proseguir su lujoso calvario. ?Qu¨¦ tiene que ver este atribulado fan¨¢tico de abstracciones insustanciales, este integrista del culto a los r¨®tulos y el qu¨¦ dir¨¢n que confunde las verdades de la carne con la pringue de la casquer¨ªa, con el alegre y prudente materialismo?
?La diferencia entre idealismo y materialismo? En pol¨ªtica, por ejemplo, el idealista rechaza a un candidato porque fornica con quien no debe, y el materialista, porque firma una sentencia de muerte, aunque digan que es lo debido. Los idealismos de banderitas, patron¨ªmicos y ortodoxias celestiales enfrentan a los hombres, pero el materialismo del gozo y la piedad por los cuerpos los emparenta universalmente. Ante los mani¨¢ticos idealistas que creen irreductibles los antagonismos entre humanos por sus distintas concepciones del mundo, el gran Ernest Gombrich responde: "En efecto, hay pueblos cuyo arte conoce la perspectiva y otros cuyo arte no la conoce, pero unos y otros, cuando quieren esconderse, ponen su cuerpo detr¨¢s de una columna...". Y la verdadera solidaridad es de ra¨ªz materialista: Rousseau comprendi¨® para siempre lo intolerable de la sociedad en que viv¨ªa al ver a un criado agachado cuyo cuerpo serv¨ªa de escabel al terrateniente gordinfl¨®n para subir a su caballo. Contra la exasperaci¨®n idealista de ansiedades por la seguridad, el consumo, la acumulaci¨®n, el prestigio, la utop¨ªa, la identidad, etc¨¦tera, la receta materialista para aprender a disfrutarlo todo es no esperar nada. As¨ª que el pelma de Gru?¨®n deplora el materialismo en que vivimos, mientras el Sabio sensato lo echa de menos a su alrededor y, discretamente, lo practica todo lo que puede.
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