Los tuaregs y nosotros
En el coraz¨®n del S¨¢hara existe una poblaci¨®n n¨®mada que cuenta con cerca de dos millones de habitan¨ªes, repartidos entre cinco o seis pa¨ªses. Son mauros, pero b¨¢sicamente tuaregs. Pastores insumisos que viven de la ganader¨ªa, del comercio y tambi¨¦n de la rapi?a. Son los herederos de una antigua civilizaci¨®n y encarnan un cierto tipo de cultura, una manera muy original de relaci¨®n con una naturaleza hostil. Musulmanes convencidos, procedentes de la tradici¨®n bereber, habitan en este espacio sin l¨ªmites, al sur de los ¨¢rabes y al norte de las tribus del r¨ªo: bambaras, fulb¨¦, songhai.Hasta hace 30 a?os, todo este espacio estaba bajo dominaci¨®n francesa, pero las sucesivas independencias lo fragmentaron en Argelia, Mauritania, Mal¨ª, N¨ªger y Burkina Faso. Y en cada uno de estos pa¨ªses los n¨®madas son minoritarios y al mismo tiempo est¨¢n limitados por las fronteras. Este universo, dram¨¢ticamente transformado por la pol¨ªtica, padece las dram¨¢ticas consecuencias de las sequ¨ªas, una modificaci¨®n climatica. Los tuaregs est¨¢n abrumados por la naturaleza, as¨ª como por esa dependencia respecto de capitales remotas que ni ellos reconocen ni ellas les comprenden. Algunos tuaregs, sin embargo, se hacen sedentarios y llegan a integrarse; otros muchos se convierten en marginados; algunos, los j¨®venes en especial, optan por la rebeli¨®n. Pero el pueblo tuareg se siente amenazado: conoce la desesperaci¨®n, teme desaparecer, tiene incluso el sentimiento de un pueblo de se?ores sometido hoy por aquellos a los que anta?o domin¨®. La discusi¨®n adopta un matiz ¨¦tnico.
El proceso democr¨¢tico de Mal¨ª comienza en marzo de 1991. El Comit¨¦ de Transici¨®n de Salvaci¨®n P¨²blica opta por buscar una soluci¨®n negociada a este problema que amenaza la seguridad nacional y la unidad del pa¨ªs. A pesar de ello, los enfrentamientos se multiplican: aqu¨ª y all¨¢ se suceden los ataques rebeldes y la represi¨®n, provocando el odio y la muerte. Civiles e inocentes son las v¨ªctimas m¨¢s numerosas.
El jefe del Estado proclama, huyendo de la mitolog¨ªa jacobina de Mal¨ª, que el Gobierno tiene en cuenta la diversidad, y en lugar de perseguir la dominaci¨®n y la asimilaci¨®n, predica la "uni¨®n por la unidad". Se entablan negociaciones que pronto deber¨ªan concluir en una aceptaci¨®n por parte de mauros y tuaregs de la autoridad del Estado, de la unidad de la naci¨®n, de la ciudadan¨ªa maliense a cambio de la definici¨®n por el Estado de una pol¨ªtica de desarrollo econ¨®mico, social y cultural, y a cambio de la defini ci¨®n de un estatuto que permita a un pueblo original e irreductiblemente caracter¨ªstico seguir siendo lo que es en la cultura dentro de una unidad pol¨ªtica en la cual es minoritario. El problema no es f¨¢cil de resolver. Se trata de un problema ejemplar, puesto que el mundo, y los ejemplos son variados, debe inventar las f¨®rmulas que permitan la coexistencia de la unidad pol¨ªtica y la diversidad etnico-cultural: unidad pol¨ªtica aceptada, diversidad reconoci da y, en cierto modo, fomenta da. La dominaci¨®n no es un marco apropiado para que esta coexistencia sea duradera; no lo ser¨¢ m¨¢s que mediante el consenso. La democracia es, desde luego, el gobierno del pueblo en su diversidad por el pueblo en su diversidad, y no el gobierno del pueblo en su totalidad por una mayor¨ªa, ni que ¨¦sta sea ampliamente dominante.
Es posible que Mal¨ª encuentre una soluci¨®n; pronto lo sabremos. Si se da el caso habr¨¢ nacido un punto de referencia sobre el que podr¨¢ basarse la evoluci¨®n positiva de un pro blema que se plantea en varios pa¨ªses del ¨¢rea sahariana, en muchos otros pa¨ªses africanos y en todo el mundo. Puede que las l¨ªneas maestras de una coexistencia intercultural positiva en el seno de unidades pol¨ªticas pluri¨¦tnicas como Yugoslavia o la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica se encuentren en el coraz¨®n del Sahel.
Metido en el estudio y solu ci¨®n de este problema, valoro en seguida lo dificil que se ponen las cosas cuando aparecen y se exa cerban las diferencias de raza y de cultura, pero tambi¨¦n hasta qu¨¦ punto es irrisoria la preten si¨®n de aquellos para quienes s¨®lo la econom¨ªa deber¨ªa dominar el mundo. El planeta no es el imperio de las cosas, sino de los pueblos y los hombres.
Puestos a definir la comunidad, que no ser¨¢ s¨®lo un mercado, por m¨¢s que ¨¦ste sea grande, ni un casi Estado, los propios europeos han de inventar cu¨¢l va a ser la esencia de la organizaci¨®n que los re¨²na. Estado, naci¨®n, patria, territorio; ciudadan¨ªa y pertenencia, conceptos inventados y consolidados por los siglos XIX y XX, ya no son pertinentes. Las burocracias y las cumbres multiplican textos al respecto, pero Europa seguir¨¢ siendo un poco risible en tanto no haya dicho lo que es, en tanto cada uno de nosotros no sienta en la cabeza, el coraz¨®n y las entra?as, y no s¨®lo en el pasaporte, lo que es. La construcci¨®n de Europa no solamente nos plantea problemas de reglamentaci¨®n y organizaci¨®n, sino que exige una nueva definici¨®n de nosotros mismos. Pero ?cu¨¢l?
Es preciso romper la arquitectura totalitaria del Estadonaci¨®n-patria-territorio. No puede gobernarse el mundo si cada cultura, cada etnia, aspira a la soberan¨ªa internacional. Es preciso adem¨¢s, para que cada ser pueda identificarse en el teatro planetario, que se creen categor¨ªas nuevas. Para que yo pueda vivir como es debido mi doble pertenencia francesa y europea es preciso concretar, m¨¢s all¨¢ de lo que ya se ha escrito, lo que ser¨¢ Francia y lo que ser¨¢ Europa, una con respecto a la otra, sin duda, pero tambi¨¦n las dos con respecto al mundo y a m¨ª mismo.
Toda esta reflexi¨®n es producto de la noche que pas¨¦ echado en la arena del desierto, al raso, tumbado entre dos rebeldes a quienes ven¨ªa a decir y de quienes ven¨ªa a aprender c¨®mo pod¨ªan, c¨®mo anhelaban ser al mismo tiempo tuaregs y ciudadanos de Mal¨ª.
Edgard Pisanies director del Instituto del Mundo ?rabe de Par¨ªs y asesor de Fran?ois Mitterrand. Traducci¨®n: Luis Murillo.
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