Fumar
Cuando comprendi¨® que no podr¨ªa dejar de fumar, empez¨® a ser muy infeliz. Lo hab¨ªa intentado con fuerza de voluntad, con chicles de nicotina, con pastillas homeop¨¢ticas, con acupuntura. Tambi¨¦n hab¨ªa asistido a un cursillo de control mental y autohipnosis donde le obligaban a imaginar que la nicotina y el humo sab¨ªan a huevos podridos. Nada, ¨¦l estaba deseando ganar la calle para encender ese cigarrillo que ten¨ªa el mismo sabor que el que se fumaba al salir del cine en la adolescencia.Pero le hac¨ªa infeliz comprobar el rechazo que produc¨ªa en los otros. Al principio se hab¨ªa rebelado contra aquellos profetas que hablaban del advenimiento del fumador pasivo, pero ahora en su oficina eran todos pasivos y ejerc¨ªan en su quietud tal violencia que ¨¦l ten¨ªa que refugiarse para fumar en el servicio. Los cigarros empezaron a saberle a colegio, a masturbaci¨®n, a sotana.
En casa, su mujer y sus hijos se iban al cuarto de estar cuando ¨¦l encend¨ªa un pitillo en el sal¨®n. Y si por la tele pasaban uno de esos programas sobre las bolsas de marginaci¨®n producidas por el capitalismo, le miraban de reojo para ver si hab¨ªa empezado a parecerse a los apestados que desfilaban por la pantalla. Y se imaginaba a s¨ª mismo, con una colilla entre los labios, dentro de una bolsa de pl¨¢stico abandonada en un estercolero. Era todo muy triste. Ya s¨®lo fumaban Mariano Rubio, Boyer y De la Concha, pero estaban tan acabados como ¨¦l. En eso, apareci¨® Solchaga en el telediario; Solchaga fumaba tambi¨¦n, lo hab¨ªa visto en alg¨²n peri¨®dico con el cigarrillo entre los dedos. "Mira", le dijo a su mujer, "Solchaga fuma y es ministro". "No tardar¨¢ en caer", respondi¨® ella, "he le¨ªdo que lo malo del tabaco no es que produzca c¨¢ncer, es que da mala suerte. ?Por qu¨¦ crees que los han pillado?".
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