Pensando en Alemania
La Asamblea francesa vota hoy la reforma constitucional que exige el Tratado de Maastricht
JAVIER VALENZUELACuando, en la noche de hoy, la Asamblea Nacional francesa se pronuncie a favor o en contra de la reforma constitucional exigida por el Tratado de Maastricht, firmado en la madrugada del 11 de diciembre pasado, los diputados se dividir¨¢n en dos campos: los que piensan que ese tratado consagra una Europa alemana y los que ven en el mismo la confirmaci¨®n de la Alemania europea. Los primeros votar¨¢n contra la reforma; los segundos, a favor. Pero unos y otros expresar¨¢n el mismo temor colectivo. Desde que el presidente franc¨¦s, Fran?ois Mitterrand, arroj¨® al centro de la arena pol¨ªtica francesa el debate sobre Maastricht, Alemania es uno de los principales ejes de todas las argumentaciones.
Para el neogaullista Philippe S¨¦guin, el socialista Jean-Pierre Chev¨¦nement, el comunista Georges Marchais y el ultraderechista Jean-Marie Le Pen, el proceso de uni¨®n pol¨ªtica, econ¨®mica y monetaria decidido en Maastricht bendice para siempre jam¨¢s la hegemon¨ªa en Europa de Alemania y su poderoso Bundesbank.Chev¨¨nement expresa el sentimiento del frente del rechazo al augurar tambi¨¦n que la Europa dominada econ¨®micamente por el Bundesbank estar¨¢ sujeta pol¨ªtica y militarmente a Estados Unidos. "No hay contradicci¨®n entre estos hechos; los norteamericanos hablan claramente de compartir con los alemanes el liderazgo mundial", dice Chev¨¨nement.
Para el frente del rechazo, el tratado firmado en la ciudad holandesa de Maastricht es un paso de gigante en la disoluci¨®n de la excepci¨®n francesa, o, dicho con otras palabras, de la identidad nacional creada secularmente por los reyes de la dinast¨ªa capeta, culminada por la revoluci¨®n de 1789 y restaurada por el general Charles de Gaulle tras la humillante prueba de la derrota de 1940 frente a las entonces imparables tropas de la Alemania de Adolfo Hitler.
El Estado-naci¨®n franc¨¦s va a perder, tras la ratificaci¨®n del Tratado de Maastricht, la posibilidad de acu?ar moneda, elaborar su propia pol¨ªtica exterior y, merced al voto de los comunitarios en las municipales, que permitir¨¢ que ciudadanos nacidos en otros pa¨ªses puedan asumir cargos en los ayuntamientos galos, va a abrir una brecha entre los conceptos de ciudadan¨ªa y nacionalidad.
La sensibilidad expresada por S¨¦guin y Chev¨¨nement es minoritaria, pero no se puede decir que marginal. Un total de 101 diputados, entre ellos casi la mitad del grupo parlamentario de la neogaullista Asamblea para la Rep¨²blica (RPR), la apoy¨® el pasado mi¨¦rcoles en la Asamblea Nacional
Tinglado tecnocr¨¢tico
Y en la prensa esa sensibilidad es defendida por un abanico de "combatientes republicanos" que va desde el hijo del general De Gaulle al socialista Max Gallo. Para ellos, "1992 es el anti-1897", "Ias conquistas democr¨¢ticas del pueblo franc¨¦s van a disolverse en un tinglado tecnocr¨¢tico dominado por intereses extranjeros".
El debate sobre las consecuencias que se derivan del Tratado de Maastricht ha llegado en un mal momento, y, consciente de ello, el presidente Mitterrand ha decidido imprimirle un ritmo acelerado.
La cumbre europea del pasado diciembre no suscit¨® el menor inter¨¦s popular en una Francia angustiada entonces por el incremento del paro, las revelaciones sobre la corrupci¨®n del poder socialista, la pol¨¦mica sobre los inmigrantes y el miedo al renacimiento alem¨¢n. La Francia europe¨ªsta de Jean Monnet, Maurice Schumann, Val¨¦ry Giscard d'Estaing, Simone Veil, Fran?ois Mitterrand y Jacques Delors, segu¨ªa siendo mayoritaria, pero empezaba a colocarse a la defensiva.
El hundimiento del bloque comunista y la reunificaci¨®n alemana han arrebatado a Francia dos elementos que le hab¨ªan permitido mantener su "excepci¨®n", o sea, la ilusi¨®n de seguir siendo una gran potencia. Francia volvi¨® a descubrir que est¨¢ menos poblada y es menos rica que Alemania, ese vecino con el que sostuvo tres guerras entre 1871 y 1945, y el descalabro comunista le priv¨® de la posici¨®n conquistada por De Gaulle de tercera fuerza en el tablero europeo e internacional.
La guerra del Golfo
Poco despu¨¦s, la guerra del Golfo permiti¨® a Estados Unidos exhibir sin la menor traba su condici¨®n de ¨²nica superpotencia pol¨ªtica y militar. El peso de Francia se devalu¨® de modo autom¨¢tico.
Una serie de factores internos contribuyen a la crisis de identidad que sufren los franceses. En primer lugar, la presencia de casi cuatro millones de inmigrantes ¨¢rabes y africanos, que abre las puertas a la conversi¨®n de Francia en un pa¨ªs multicultural y multirracial. El proceso de descentralizaci¨®n, aunque llevado a paso de tortuga, mina tambi¨¦n los fundamentos del Estado unitario, centralista y jacobino surgido de la revoluci¨®n.
En esas circunstancias s¨®lo faltaba que la Comisi¨®n Europea amenazara con prohibir por razones higi¨¦nicas los quesos franceses, que Euro Disney abriera sus puertas cerca de Par¨ªs y que Mitterrand firmara en Maastricht la condena del franco.
Cuando Par¨ªs dijo 'no' a Europa
J. V. El debate sobre Maastricht ha permitido dejar las cosas claras: nunca ha existido ese cacareado consenso franc¨¦s sobre la construcci¨®n europea. Philippe S¨¦guin, Jean-Pierre Chev¨¨nement y los otros defensores de la Europa de las patrias frente a la Europa federal no son ilustres excepciones. Sus argumentos encuentran eco entre sus compatriotas y se fundan, adem¨¢s, en la historia.
En medio de un gran entusiasmo patri¨®tico, Francia bloque¨® e hizo fracasar en 1954 el acuerdo sobre la Comunidad Europea de Defensa (CED). Se trataba de crear un ej¨¦rcito com¨²n de los pa¨ªses democr¨¢ticos de la Europa occidental, una idea que, curiosamente, contaba entonces con el visto bueno de Estados Unidos. Jean Monnet y el jefe del Gobierno franc¨¦s, Ren¨¦ Pleven, la defend¨ªan con toda su alma.
El tratado sobre la CED hab¨ªa sido elaborado en 1952 por los jefes de Gobierno de los pa¨ªses que entonces pertenec¨ªan a la Comunidad Europea del Carb¨®n y del Acero (CECA), el embri¨®n del futuro Mercado Com¨²n. Pero, como ocurre ahora con el Tratado de Maastricht, la CED ten¨ªa que ser ratificada por los Parlamentos nacionales.
La perspectiva de que la CED significara el rearme de Alemania dividi¨® en dos a la clase pol¨ªtica francesa. El entonces presidente de la Rep¨²blica, Vincent Auriol, contrario a la ratificaci¨®n del acuerdo, dijo: "Nos equivoc¨¢bamos al pensar que el peligro ven¨ªa ante todo de Rusia. Ven¨ªa de Alemania".
Desde su retiro provisional, el general De Gaulle conden¨® la CED, al igual que todos los dirigentes comunistas y la mitad de los radicales y los socialistas. La Asamblea francesa no ratific¨® el tratado, y la idea de un Ej¨¦rcito europeo fue enterrada por varias d¨¦cadas. Alemania, en todo caso, se rearm¨® poco despu¨¦s.
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