Una inflexi¨®n a dos bandas
Las primeras declaraciones del Gobierno tras el 28-M, al minimizar el alcance de la participaci¨®n e insistir en que su actitud no variar¨¢ un ¨¢pice respecto de la existente con anterioridad a la huelga, podr¨ªan ser comprensibles en el terreno psicol¨®gico, pero constituir¨ªan un problema pol¨ªtico en el caso de que efectivamente considerara que lo que ha pasado no ha servido para mucho m¨¢s que para molestar a la ciudadan¨ªa y producir determinadas p¨¦rdidas en la econom¨ªa del pa¨ªs.Porque lo ocurrido en la jornada del 28-M y, sobre todo, sus antecedentes y posibles repercusiones futuras son algo de bastante mayor entidad, aunque la paralizaci¨®n de la actividad econ¨®mica no fuera la del 14-D dividido por dos.
De entrada, no deja de ser chocante tildar de "relativo fracaso" una convocatoria en la que, seg¨²n las propias -y pol¨¦micas- estimaciones del Gobierno, han participado tres millones y medio de trabajadores.
En todo caso, a la hora de las comparaciones con la huelga general del 14-D de 1988, lo menos trascendente es la aritm¨¦tica. Pues en aquel entonces el mensaje transmitido por los sindicatos a los trabajadores procur¨® ce?irse a la demanda de un giro social en la pol¨ªtica del Gobierno.
Cr¨ªticas al Gobierno
El Gobierno, en s¨ª mismo, fue relativamente poco cuestionado. Por el contrario, lo que ha acompa?ado al 28-M es algo cualitativamente distinto. Pues el denominador com¨²n d¨¦ las miles de asambleas celebradas en la campa?a previa ha sido descalificar al Gobierno como tal con tanta o mayor dureza que a su pol¨ªtica.Sobre esa campa?a y sobre la conciencia de que estando tres de los cuatro motivos de la movilizaci¨®n en manos del Parlamento -con el que nadie se ha metido-; esto es, con la impresi¨®n de que el margen para obtener satisfacci¨®n a las demandas planteadas era muy reducido por la v¨ªa-sindical, han participado varios millones de trabajadores, lo han hecho la pr¨¢ctica totalidad de los pertenecientes a los sectores industriales -mejor organizados- y se han comprometido de forma militante decenas de miles de representantes de los trabajadores en las empresas.
Es un ejercicio especulativo evaluar la repercusi¨®n electoral que podr¨ªa tener todo esto en el caso de que, como se dice, las actitudes vayan a seguir siendo las mismas. Incluso puede haber quienes est¨¦n calculando que lo que se pierda por este lado puede compensarse por otro. Pero aun en la hip¨®tesis -que no comparto- de que sucediera as¨ª, la gravedad de su posible repercusi¨®n pol¨ªtica para la izquierda no se le puede escapar a nadie.
Porque el nuevo fen¨®meno, hay que repetirlo, es la convicci¨®n del grueso de los cuadros sindicales y de buena parte de los representantes de los trabajadores en las empresas de que reivinidicaciones como las planteadas el 28-M, as¨ª como otras equivalentes, no tendr¨¢n soluci¨®n con este Gobierno.
Y aunque sea evidente que la tendr¨ªan menos a¨²n con cualquier otro de los posibles en el pr¨®ximo futuro, hay que estar ciego para no ver c¨®mo se extiende en estos sectores la idea de que, pase lo que pase, hay que castigar pol¨ªtica y electoralmente al Gobierno actual. Tal encono, por disparatado que a algunos nos parezca, encierra otro problema de incalculable calado.
Podr¨ªa significar que una parte importante del movimiento sindical est¨¦ cruzando el rubic¨®n que separa lo que ha venido siendo desencuentro, cr¨ªtica y confrontaci¨®n con una pol¨ªtica econ¨®mica determinada, para situarse en un nuevo estadio donde la negaci¨®n y el radical divorcio con el fundamental partido de la izquierda resultara, adem¨¢s de traum¨¢tico, irreversible. Algo que, desde luego, nada tendr¨ªa que ver con la incuestionable autonom¨ªa de los sindicatos.
Modelo sindical
Si frente a este panorama, el Gobierno se sintiera tentado a marginar en la pr¨¢ctica a los sindicatos, a la espera de que reconozcan sus errores y hagan acto de contricci¨®n; esto es, si se inclinara a tratarlos como el vencedor a los vencidos, las consecuencias probables ser¨ªan radicalizar las posiciones y una impredecible b¨²squeda de salidas que afectar¨ªa m¨¢s que ahora a la vida pol¨ªtica, al tipo de sindicalismo practicado y al propio proyecto del PSOE como partido.La conclusi¨®n m¨¢s obvia es que no se puede ni se debe continuar as¨ª. Y el camino para salir de esta nefasta dial¨¦ctica pasa, como tantas veces se ha repetido, por abrir un proceso de di¨¢logo, negociaci¨®n y acuerdos que vayan progresivamente desactiv¨¢ndo el enfrentamiento que desde 1987 preside las relaciones entre el Gobierno y los sindicatos. A estas alturas no sirven de nada las meras declaraciones de voluntad negociadora. Se han gastado a lo largo de estos a?os. Por eso, hablar en serio hoy de negociaci¨®n y acuerdo supone hablar de inflexiones tanto en la acci¨®n sindical como en la acci¨®n de gobierno.
Del lado sindical hay que plantearse si se puede seguir con una estrategia que descansa en el discutible supuesto de que como la pol¨ªtica del Gobierno viene fracasando sistem¨¢ticamente corresponde pelear sin tregua hasta conseguir un cambio global de esa pol¨ªtica.
Porque la cuesti¨®n no est¨¢ en negar que a lo largo de estos a?os se han producido efectos sociales negativos, como pueden serlo la acelerada extensi¨®n de la precariedad en el empleo, la permanencia de altos niveles de paro, la desigual distribuci¨®n de la riqueza y su consiguiente repercusi¨®n sobre las capas sociales con menores posibilidades de autodefensa, o medidas que, como el decretazo, son un duro retroceso en una muy sensible conquista social.
La cuesti¨®n es que en tanto el Gobierno contraponga el dat¨®, tambi¨¦n cierto, de que en los ¨²ltimos seis a?os la riqueza general del pa¨ªs ha crecido en una cuarta parte m¨¢s, que se han creado cerca de dos millones de puestos de trabajo y que, en otra serie de par¨¢metros, desde la renta por. habitante, los diferenciales de inflaci¨®n, las obras p¨²blicas o incluso lo que se destina del PIB a protecci¨®n social p¨²blica, las diferencias respecto de la media comunitaria son apreciablemente menores, es impensable que vaya a realizar ese cambio sustancial que se le pide a su pol¨ªtica. Los contenidos del programa de convergencia son indicativos de lo que digo.
Por todo ello, sin renunciar ni mucho menos a demandas como las de ir equiparando mejor y m¨¢s aprisa nuestra situaci¨®n de empleo, contrataci¨®n, renta, protecci¨®n social, etc¨¦tera, a las del promedio comunitario; sin dejar de criticar y combatir lo poco progresista de esa concepcion que plantea la de "primero, crecer, y luego, repartir", el movimiento sindical habr¨ªa de afinar mucho m¨¢s en los juicios de algunos de sus portavoces -lo de Espa?a no es thatcherismo- y afinar, sobre todo, en la distinci¨®n entre lo deseable y lo sindicalmente posible.
Se tratar¨ªa, en suma, de asumir un enfoque m¨¢s ajustado en los objetivos y en las reivindicaciones a corto, medio y largo plazo. Su traducci¨®n pr¨¢ctica, aqu¨ª y ahora, es que tras el 28-M se consigan mediante la negociaci¨®n algunos avances concretos y tang¨ªbles, aunque sean modestos.
Porque si no es as¨ª y se entra en una din¨¢mica que tras el 28-M sit¨²e como ¨²nica perspectiva real preparar la huelga general anunciada para el oto?o, el resultado previsible ser¨ªan nuevas dosis de crispaci¨®n en un notable segmento de trabajadores, paralela a un no menos notable crecimiento del n¨²mero de los que, con mayor o menor frustraci¨®n, optar¨ªan por inhibirse.
Ni que decir tiene que si por parte del Gobierno no se produce una inflexi¨®n equivalente, que adem¨¢s de distinguir entre lo deseable y lo posible tenga en cuenta lo pol¨ªticamente conveniente, entonces no habr¨¢ soluci¨®n.
Para facilitarla al menos, sin entrar en pormenores y sin salirnos del objetivo prioritario que para el Gobierno -no s¨®lo el Gobierno- constituye la convergencia con Europa, ser¨ªa una decisi¨®n inteligente otorgarse a s¨ª mismo mayor margen de maniobra en las disponibilidades de recursos, situando el d¨¦ficit previsto para 1997 en el 3% en lugar del 1% programado, aprovechar que tambi¨¦n existe cierto margen, aunque sea peque?o, en el menor peso relativo de nuestro sector p¨²blico y de nuestra fiscalidad respecto del volumen medio de la CE, contemplar un posible horizonte temporal algo superior al de 1997, habida cuenta de la probable revisi¨®n del calendario por parte de la Comunidad, am¨¦n de alg¨²n ajuste m¨¢s hondo tras el refer¨¦ndum en Dinamarca y, en. definitiva, salirse de una rigidez que objetivamente Ya a impedir satisfacer algunas demandas sociales sin las que los acuerdos con los sindicatos ser¨ªan inviables.
Consenso posible
Aparte de esto, pueden todav¨ªa buscarse soluciones para obtener una Ley de Huelga con consenso sindical, hay bases sobradas para un acuerdo en la formaci¨®n profesional, debe promulgarse sin demora la ya negociada Ley de Salud Laboral, cabe corregir efectos del decretazo por la v¨ªa directa de su modificaci¨®n y por la indirecta de reducir y mejorar el marco legal para la contrataci¨®n precaria, y tambi¨¦n favorecer el fortalecimiento de los sindicatos mediante medidas, a su vez, homologables con Europa.La transici¨®n del enfrentamiento end¨¦mico a un razonable entendimiento, de producirse, no lo va a ser de la noche a la ma?ana. No es nada atractiva la idea, por ejemplo, de que se repita una vez m¨¢s la escenificaci¨®n de los desacuerdos en una mesa conjunta, al estilo de lo que sucedi¨® el pasado a?o con el frustrado pacto de competitividad.
Por eso son imprescindibles las exploraciones previas. En este sentido, es m¨¢s que conveniente que, aparte de la concreci¨®n p¨²blica de las propuestas de negociaci¨®n hacia el Gobierno, se produzca un di¨¢logo m¨¢s fluido entre la direcci¨®n del Partido Socialista Obrero Espa?ol y las de los sindicatos. Di¨¢logo que no es en absoluto incompatible con el hecho de que la negociaci¨®n formal corresponde al Gobierno, pero que valdr¨ªa tambi¨¦n para romper esa imagen de que existe mucha m¨¢s permeabilidad en la comunicaci¨®n de los sindicatos con los dem¨¢s partidos que con el que viene ganando las elecciones desde 1982.
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