El dilema polaco
TRAS UN mes de incertidumbre, Polonia tiene un Gobierno de coalici¨®n de partidos heterog¨¦neos -desde la Uni¨®n Democr¨¢tica a nacionalistas de derecha-, pero todos ellos con una ra¨ªz com¨²n en Solidaridad. Polonia ha presentado en las ¨²ltimas elecciones un cuadro sin precedente de dispersi¨®n pol¨ªtica: 27 partidos est¨¢n representados en el Parlamento, ninguno de ellos con un porcentaje superior al 13%. Ello ha engendrado una fuerte inestabilidad gubernamental (cuatro jefes de Gobierno en unos meses) y unas vacilaciones frecuentes en la pol¨ªtica seguida.Pero no se trata s¨®lo de Polonia. Despu¨¦s de 1989, en todos los pa¨ªses del este de Europa se han celebrado elecciones libres. Sin embargo, el sistema de partidos surgido de las urnas ofrece rasgos sorprendentes. Han desaparecido los movimientos que encarnaron la lucha contra el comunismo, como Solidaridad en Polonia o el Foro C¨ªvico en Checoslovaquia, y ha germinado en su lugar una multitud de peque?os partidos de escasa consistencia program¨¢tica, agrupados en torno a l¨ªderes locales o intereses particulares. Ello dificulta el asentamiento de un sistema estable de partidos que afiance la democracia.
Esa dispersi¨®n contrasta con lo ocurrido en Europa tras la derrota del fascismo. Entonces, las tres corrientes principales que lo hab¨ªan combatido, socialistas, democristianos y comunistas, hegemonizaron la vida pol¨ªtica durante una etapa considerable. Pero el problema de construir la democracia sobre las ruinas del fascismo era b¨¢sicamente pol¨ªtico y constitucional, mientras que la transformaci¨®n que ahora afrontan los pa¨ªses del Este implica el paso a un sistema socioecon¨®mico totalmente diferente. Una transici¨®n sin precedentes, y uno de cuyos efectos es que implica una fase inicial de deterioro de las condiciones de vida de buena parte de la poblaci¨®n.
Ello motiva que el entusiasmo provocado por la conquista de la libertad se oscurezca con la frustraci¨®n de comprobar que no se produce la anhelada equiparaci¨®n al nivel de vida occidental. Por ello, la bandera ideol¨®gica de la lucha contra la dictadura, de la conquista de la libertad, se desgasta con rapidez y pierde eficacia como factor de integraci¨®n social y elemento de atracci¨®n electoral. Otros problemas pasan a primer plano y determinan las opciones pol¨ªticas: con frecuencia, las reivindicaciones nacionalistas, lo que acarrea en bastantes casos consecuencias dram¨¢ticas, e incluso guerras como la que asuela los Balcanes. Un esquema bastante frecuente ha sido la conversi¨®n al nacionalismo de los viejos dirigentes y aparatos comunistas, que han logrado as¨ª mantener sus posiciones de poder. Es lo que ha sucedido en Serbia y Eslovaquia. Incluso en Rumania, donde el nacionalismo juega con los casos de Moldavia y de la minor¨ªa h¨²ngara de Transilvania.
En t¨¦rminos m¨¢s generales, el problema n¨²mero uno que se plantea a esos pa¨ªses es el de c¨®mo realizar ese paso inevitable, y costoso, a la econom¨ªa de mercado. La alternativa se puede resumir en estos t¨¦rminos: o terapia de choque o gradualismo. Polonia hizo la primera opci¨®n; Hungr¨ªa, la segunda. No es muy sorprendente que el elector, ante este problema, se muestre confuso e incierto; quiere que su voto le ayude a no sufrir un descenso, que puede ser tr¨¢gico, de su nivel de vida. En realidad, nadie tiene respuestas seguras. Es un clima propicio a la dispersi¨®n, al aventurerismo, incluso a la recuperaci¨®n de votos -como ha ocurrido- por parte de los antiguos comunistas.
En todo caso, la experiencia parece indicar que el gradualismo engendra mayor estabilidad pol¨ªtica que las terapias de choque. En Hungr¨ªa, si bien el abstencionismo es enorme, Antall se mantiene en el poder, y el debate pol¨ªtico se centra en dos o tres partidos. Quiz¨¢ econ¨®micamente -es la tesis del Fondo Monetario Internacional- el camino de las medidas dr¨¢sticas sea el m¨¢s eficaz. Pero s¨®lo un proceso m¨¢s lento garantiza un m¨ªnimo de estabilidad. ?se es el dilema.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.