La cuenta atr¨¢s de Mitterrand
Recorrido sentimental por el Par¨ªs del presidente cuando su carrera se acerca al fin
El joven y apuesto alcalde de Toulouse, Dominique Baudis, ex prima donna del periodismo televisivo franc¨¦s de los a?os setenta, invit¨® p¨²blicamente en v¨ªsperas del refer¨¦ndum a Fran?ois Mitterrand a que hiciera un gesto para salvar Maastricht. El gesto era: anuncie usted que dimitir¨¢ como presidente si el s¨ª gana. De sobra sab¨ªa Baudis que hablaba por no callar. Pero s¨ª es cierto que Mitterrand, con este refer¨¦ndum, que finalmente ha ganado por los pelos, ha comenzado la definitiva cuenta atr¨¢s de su mandato presidencial y de su larga carrera pol¨ªtica.
?Por qu¨¦ est¨¢ Mitterrand, de 76 a?os, en la recta final de su trayectoria pol¨ªtica? En primer lugar, porque le quedan s¨®lo dos a?os largos de su segundo septenio. En segundo t¨¦rmino, porque "ya est¨¢ bien, que se vaya; en Francia hay casi tres generaciones que conocen sus astucias y sus historias desde hace medio siglo que es pol¨ªtico. Tiene talento y ya ha entrado en la historia de Francia, pero que se vaya, Basta de Mitterrand".Esta suerte de arenga me la soltaba hace unos momentos un ma?tre del hotel Lut¨¦tia, de Par¨ªs. Y a¨²n a?ad¨ªa: "Mire usted lo que es la vida: Mitterrand ha padecido, y gozado en su intimidad m¨¢s profunda, de ser tachado de De Gaulle de izquierdas. Y lo ha sido hasta el final, no s¨¦ si de izquierdas o de lo que fuere; porque, en alg¨²n modo, De Gaulle tuvo su mayo del 68, que nunca entendi¨® ni supo controlar; y los franceses no se lo perdonaron y, en el refer¨¦ndum que sigui¨® unos meses despu¨¦s, lo jubilaron para siempre".
"Hoy Mitterrand", contin¨²a, "ha tenido tambi¨¦n su sesenta y ocho, es decir, Maastricht, y un refer¨¦ndum del que el resultado no es lo m¨¢s decisorio; lo que cuenta son sus marruller¨ªas: quiso secuestrar la importancia de Maastricht, pero Chirac y Giscard se pusieron de su parte y las consecuencias del resultado son compartidas. Y luego, una vez m¨¢s, se ha mezclado, con el suspense que precedi¨® al voto, su pr¨®stata cancerosa. Es probable que no haya podido demorar la operaci¨®n, pero much¨ªsimos franceses creen que ha politizado su pr¨®stata. Toda su vida pol¨ªtica est¨¢ sembrada de jugarretas similares".
Un hotel con historia
En este mismo hotel en el que mi interlocutor se desahogaba se han tejido o liado muchos aconteceres de la historia pol¨ªtica francesa del siglo XX, en general, y de la peripecia del Mitterrand incombustible para la pol¨ªtica y para ligar, que es la otra pasi¨®n de su existencia (dice Jacques S¨¦guela, su hombre de imagen y amigo desde hace 25 a?os: "Mitterrand es el m¨¢s lig¨®n de Francia").
En una habitaci¨®n de este hotel escribo yo ahora; y justo, bajo esta habitaci¨®n, en un sal¨®n de reuniones, el d¨ªa 9 de septiembre de 1965 Mitterrand anunciaba en una conferencia de prensa su primera candidatura a la presidencia de la Rep¨²blica contra el general De Gaulle.
Aqu¨ª comenzaba la andadura de la historia que le llevar¨ªa al El¨ªseo. Antes hab¨ªa sido diputado, 11 veces ministro durante la IV Rep¨²blica, hab¨ªa sido radical, de derechas, casi de izquierdas, hab¨ªa sido condecorado por P¨¦tain con La Francisca y ejerc¨ªa entonces como el m¨¢s furibundo anti-De Gaulle, sobre el que escribi¨® que su ejercicio del poder y la V Rep¨²blica por ¨¦l fundada eran "un golpe de Estado permanente".
En todos los parajes del hotel Lut¨¦tia y los colindantes del barrio latino est¨¢ escrita la biograf¨ªa pol¨ªtico-amatoria del hombre que, m¨¢s que nunca, como le aconseja su experto en imagen, "Mitterrand no camina, sino que se desplaza". Mitterrand no es cosa de todos los siglos.
Por esas calles y callejas, y plazoletas del barrio latino, Mitterrand ha dejado su pelleja de pol¨ªtico y su literatura de conquistador nato e infatigable. Por aquellos tiempos desdibujados de mayo del sesenta y ocho, Mitterrand viv¨ªa en la Rue Guynemer, a dos pasos del Senado, fronteriza de los jardines de Luxemburgo.
Mitterrand ha caminado a pie sin desmayo por las calles de Par¨ªs; desde aquel domicilio suyo, a primeras horas de la tarde, yo mismo, como todo el que pudiera preocuparse por el personaje, cont¨¦ en m¨¢s de seis ocasiones en las que lo segu¨ªa. Sal¨ªa del portal de su casa, compraba el vespertino Le Monde y alcanzaba los alrededores de la iglesia de Saint Germain des Pr¨¦s, sosteniendo el diario con las dos manos a la altura de la cara, como si leyera; y algo le¨ªa, pero las pupilas de sus ojos rastreaban el paisaje implacables; y cuando la presa era apetecible, Mitterrand chocaba inopinadamente con la se?ora de turno.
Aqu¨ª empezaba la literatura del escritor Mitterrand: ped¨ªa perd¨®n, la se?orita reconoc¨ªa al pol¨ªtico, el pol¨ªtico abr¨ªa el cofre de su encanto, y algunas de estas vencidas, a?os despu¨¦s, se encontraron con un puesto en el escalaf¨®n del Estado. Nadie, m¨¢s que Mitterrand, ha sabido ser agradecido.
Hace ya m¨¢s de dos quinquenios, Mitterrand cambi¨® de domicilio; hoy, antes de narrar estos hechos, cuando ya Francia herv¨ªa con el voto sobre Maastricht, yo he peregrinado por los caminos pol¨ªtico-literario-sentimentales de Mitterrand.
Y he llegado a la Rue de Bi¨¦vre, donde descans¨® la semana pasada tras abandonar el hospital de Cochin, donde lo operaron de pr¨®stata. S¨®lo los coches de los vecinos de la calle pueden circular; la polic¨ªa se encarga del asunto. Esta vivienda se la proporcion¨® su amigo de siempre, y ministro de Exteriores, Roland Dumas. ?l tambi¨¦n vive en la Rue de Bievre.
En busca de amores
Hasta ayer, como quien dice, Mitterrand no ha dejado de callejear en busca de lo femenino imposible y de la literatura por estos alrededores. Francia, como Mitterrand, es literatura, comer y amar. Mitterrand, desde la que ser¨¢ su ¨²ltima casa de Par¨ªs, suele caminar cien metros apenas y ya da en el Quai de la Tournelle, frente a la catedral de Notre Dame, con el r¨ªo Sena por el medio; los bouquinistes, libreros de viejo de los muelles, lo conocen todos, y Mitterrand mira, revuelve, ojea un libro, un folleto y, si el trance merece la pena, se apropia del libro y saca su dinero del bolsillo y lo paga.
Y contin¨²a: antes pasmaba con su mirada ladina a las j¨®venes s¨®lo; desde que es presidente saluda a Dios y a su padre, con la mano o con su expresi¨®n entre abstracta y de perfil de ni?o perverso. La era Mitterrand c'est fini, o casi. Los franceses mayores de edad no le niegan la historia, pero recuerdan que un d¨ªa les dijo: "Los comunistas, no", y luego los coloc¨® en el Gobierno; otro d¨ªa recuerdan que dijo: "De Gaulle es un dictador y la V Rep¨²blica la negaci¨®n de la democracia". Y desde 1981 ejerce de De Gaulle mejor que el general que repet¨ªa "yo o el caos". Otro d¨ªa dijo: "Voy a romper con el capitalismo". Y luego... no le falt¨® m¨¢s que acostarse con la se?ora Thatcher. Y as¨ª, llevamos 50 a?os". Francia, ahora, quiere que Mitterrand quede bien con la historia.
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