Generosidad atl¨¢ntica
C¨¦sar Manrique desayunaba higos tunos de madrugada. Luego corr¨ªa por las tierras bald¨ªas de los alrededores de su casa y regresaba fresco como una fuerza intacta de la naturaleza. No hab¨ªa manera de disminuirle la vitalidad ni hab¨ªa forma de quitarle el entusiasmo. La vida s¨®lo pod¨ªa acab¨¢rsele con la muerte y ¨¦sta ha venido de la ¨²nica manera que pod¨ªa arredrar a C¨¦sar Manrique, por casualidad y a traici¨®n, en su tierra.Hace m¨¢s de 30 a?os, sentado como un adolescente al borde de una cueva subterr¨¢nea, C¨¦sar Manrique mir¨® a su amigo Pep¨ªn Ram¨ªrez, que era presidente del Cabildo lanzarote?o, y se fij¨® en el eco de aquella cueva. "Pep¨ªn, levantaremos esta tierra". Hizo un quiebro en la historia y convirti¨® aquel erial que fue Lanzarote en un monumento en s¨ª mismo.
Era un artista del Renacimiento al que la naturaleza quiso poner en este siglo y en Lanzarote. El fue el responsable de la imagen total de su tierra y dot¨® con su generosidad atl¨¢ntica muchos de los rincones olvidados de una isla que durante siglos hab¨ªa sido dejada de la mano. Traslad¨® esa actitud hacia otros territorios, y en medio de la incredulidad cicatera de su tiempo se empe?¨® en adelantarse a los hechos y siempre puso ante reyes y ejecutivos su libertad de pensamiento como la virtud m¨¢s contundente. Gracias a ese tes¨®n impidi¨® muchos disparates de la expansi¨®n tur¨ªst¨ªca que ha sufrido Lanzarote y aunque muchas veces fue un incordio para los acomodaticios, ¨¦stos al fin se rindieron a la evidencia.
Hizo de todo C¨¦sar Manrique, y de todo estuvo orgulloso. A veces pod¨ªa pensarse que pecaba de orgullo excesivo, pero quienes saben hasta qu¨¦ punto nadie crey¨® en ¨¦l en los a?os sucesivos de su cabezoner¨ªa entender¨¢ por qu¨¦ en medio de aquel descr¨¦dito ¨¦l se crec¨ªa afirm¨¢ndose. En realidad, su mayor orgullo estaba en su origen. ?l dec¨ªa que nunca dej¨® de ser aquel ni?o que corr¨ªa por las playas de Famara como una cabra loca. Escribi¨®, pint¨®, hizo poemas, discuti¨® con todo el mundo y conserv¨® siempre, como el joven a que se dirig¨ªa Kipling, la cabeza erguida de los que saben que en el fondo del alma tienen una raz¨®n que les viene de muy lejos. Tuvo toda la raz¨®n en muchas cosas. Su mejor obra es Lanzarote, hasta el punto que a veces parece que el propio nombre de la isla lo puso ¨¦l mismo.
Hace m¨¢s de 20 a?os, C¨¦sar Manrique inaugur¨® el Monumento al Campesino. La burla general hacia aquella obra abstracta fue hiriente. C¨¦sar no se arredr¨®. Tiempo despu¨¦s visit¨® Lanzarote el escritor Camilo Jos¨¦ Cela. "Maririque", dijo, "se ha adelantado m¨¢s de 20 a?os a lo que se ver¨¢ dentro de 20 a?os". C¨¦sar recordaba a?os despu¨¦s esa an¨¦cdota como como un timbre de gloria. Hoy una frase de esa clase se lee como un epitafio, y los que conocieron a C¨¦sar Manrique saben hasta qu¨¦ punto aquel muchacho de Famara no hubiera querido ver jam¨¢s junto a ¨¦l una despedida de muerte. En los ¨²ltimos a?os hab¨ªa cambiado su casa de Tahiche, que era una escultura debajo de la lava, por un ¨¢mbito m¨¢s se?orial y reposado en la localidad de Har¨ªa, en el centro h¨²medo de esta isla reseca. Como si simulara jubilarse, ten¨ªa all¨ª su retiro, pero no par¨® en ning¨²n momento: ahora en Sevilla hay una exposici¨®n suya y proyectos de C¨¦sar est¨¢n en los despachos de muchas instituciones, as¨ª como en los litorales y en el interior de su propia tierra. Vivi¨® como parte de la fuerza de la naturaleza, como la naturaleza propiamente dicha. Su ilusi¨®n era confundirse con la tierra en la que naci¨® y para la que vivi¨®. La muerte era su frustraci¨®n; ¨¦l no la quer¨ªa. Acaso por eso fue tan creativo, tan inagotable.
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