Los Reyes m¨¢s pobres de la Tierra
La cabalgata de Madrid se qued¨® sin caramelos antes de llegar a la mitad del trayecto

Comenzar un reportaje hablando de los efectos de la crisis econ¨®mica resulta, a estas alturas de 1993, un tanto cansino y recurrente. Si adem¨¢s, el relato en cuesti¨®n versa sobre la cabalgata de Madrid, la cosa se vuelve aberrante. Pero as¨ª es la vida. Los Reyes Magos y sus cortesanos repartieron ayer muchos besitos, inmejorables deseos, pero poqu¨ªsimas prebendas. Un redactor de este peri¨®dico emprendi¨®, vestido de paje al lado del rey Melchor, el itinerario de una de las cabalgatas m¨¢s multitudinarias del pa¨ªs. Sin caramelos que regalar se pasa mal.
Media hora antes del comienzo, cientos de ni?os ya ensayan sus primeras frases ante los representantes del poder. ?Mira, un paje!, le dicen los padres se?alando a las Figuras con leotardos blancos y sombrero de pluma. Y los ni?os se acercan con sobres bien selladitos para que el paje se los entregue al rey. Y en las cartas se leen topicazos de toda la vida que, pese a ello, o quiz¨¢s por ello, provocan, con la imagen reciente de las naricillas enrojecidas por la intemperie, escalofr¨ªos de ternura: "Querido rey, mentir¨ªa si te dijera que no me peleo con mi hermano (...)"; o bien: "Me llamo Altor, y vivo, como ya sab¨¦is, en Doctor Laguna, 2".Te dicen el nombre y los apellidos como la tabla de multiplicar. Marialuisagomezortega. Y al despedirse, despu¨¦s de un besito, recalca lo de Ortega, que despu¨¦s los Reyes olvidan el apellido y pasa lo que pasa.
No es de extra?ar que hasta sus majestades se dejaran arrullar por tanta franqueza y que el rey Baltasar, el negro, alias Angel Matanzo Espa?a, concejal del PP por la gracia de Manuel Fraga, se abrazara a un periodista dici¨¦ndole: "Perdonadme mi soberbia".
En ese ambiente, el rey Gaspar, conocido como Felix L¨®pez Rey, concejal de IU abonado a la monarqu¨ªa -es el ¨²nico edil de su grupo que acepta el cargo de mago a?o tras a?o-, en ese ambiente, dec¨ªamos, Gaspar no se pod¨ªa enfadar porque su colega Melchor le dijera, mientras le colocaban la peluca roja, que parec¨ªa un travesti del paseo de Rosales.
Todo estaba listo, eran las seis de la tarde y s¨®lo quedaba arrancar los tractores. Salir del parque del Retiro y encontrarse miles de caras redondas protegidas como mandarinas en gorros siberianos es una de las experiencias m¨¢s fascinantes que puede aconterle a una persona.Dan ganas de bajarse de la carroza, saludar a todos los ni?os uno a uno, preguntarles si han sido buenos y si no le van a pegar m¨¢s al hermanito, obsequiarle con uno o doscientos caramelos, seg¨²n se tercie, compartir la t¨ªpica sonrisa c¨®mplice con los padres, un besito aqu¨ª, otro all¨¢, y hasta otro a?o, mocoso.Es algo grandioso. Y, sin embargo, a los cinco minutos, uno se acostumbra a ver las mandarinas con sus due?os y al griter¨ªo indescriptible; de tal forma que cuando la caravana de Oriente bordea la puerta de Alcal¨¢, la borrachera de tanta ingenuidad y esperanza acumulada por metro cuadrado hace pensar en el dolor de la espalda, resentida de la postura inc¨®moda, el fr¨ªo y hasta en saldar las deudas con el fontanero. M¨¢xime cuando los ni?os extienden las manitas enguantadas, subidos en hombros, cabinas de tel¨¦fonos, barandas y todo lo que sea subible, pidiendo caramelos, y s¨®lo cabe la posibilidad de ondear una bolsa de pl¨¢stico vac¨ªa para que comprendan. Resulta desagradable no poder hacer feliz a tanta gente -los padres y las abuelas disfrutan m¨¢s que ellos- con algo tan barato como una golosina. Esos brincos que dan los cr¨ªos para parar con un ojo, con la oreja o con el pecho los caramelazos que les lanzan no tienen precio.Daba la sensaci¨®n de que el Ayuntamiento se empe?¨® en que los chiquillos memorizasen el nombre de Solchaga. Lo peor no fue que los Reyes no se presentaran entre las chepas de tres camellos; ni que las carrozas pareciesen dise?adas en Esparta con el loable prop¨®sito de que sus majestades se apearan de las carrozas para recorrer el trayecto andandito y ligero, o bien haciendo autoestop: lo peor fue que a los cinco minutos de comenzar la cabalgata no le quedaban caramelos ni siquiera al rey Melchor, que responde tambi¨¦n al nombre de Leandro Crespo, concejal socialista, seg¨²n sostiene.Gritos y plegariasY mira que los chicos, muy entregados a su papel de pajecillos, y tal vez condicionados por la imponente hilera de Bancos que acechan en la calle de Alcal¨¢, administraban de forma inmejorable la mercanc¨ªa. De la bolsita con unos 100 caramelos que le toc¨® repartir a cada uno, echaban mano cuando los gritos -"Meeelchorrr, por favorrrrr"- se transformaban en plegarias.S¨®lo hay una imagen semejante a la felicidad que rezuma la cara de un ni?o al atrapar un caramelo: la de otro ni?o, montado junto a un rey mago, tirando esas golosinas. Pues nada: unos y otros -los de arriba y los de abajo- se contentaban con saludarse como si se hubieran tratado toda la vida. Muy bonito.
N¨²meros que hablan y Magos que no callan
La elocuencia de las cifras informa sobre el declive de la cabalgata madrile?a: el a?o pasado hab¨ªa 600 kilos de caramelos para repartir entre unas 500.000 personas. Este a?o acudi¨® el mismo n¨²mero de testigos, pero s¨®lo se llevaron 300 kilos de chucher¨ªas.Hace cuatro a?os, el Ayuntamiento decidi¨® invertir 80 millones en las tres horas que dur¨® la cabalgata. El a?o pasado, el recorte dej¨® a los Reyes con s¨®lo 30 millones de pesetas. Ayer s¨®lo se gastaron 20 millones de pesetas. En vez de cara rnelos, los Reyes tuvieron que prodigarse en saludos y fervorosas promesas. Los ni?os no protestaron.Cuando el ingenioso rey Melchor, al cabo de dos horas de peregrinaje, se asomaba a la puerta del Sol, y el rey Melchor, doctorado en chistolog¨ªa verde durante 364 d¨ªas al a?o, vio unas 10. 000 personas aclam¨¢ndole, exclam¨®: "?Soy un l¨ªder! Sin un so lo caramelo que repartir, y hay que ver c¨®mo me quiere el pueblo".
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