Asilo, inmigraci¨®n, migraciones
Se habla hoy de los movimientos de poblaci¨®n como si fueran una novedad, cuando la historia de la humanidad se ha labrado a base de esos movimientos. Am¨¦rica del Norte y del Sur fueron pobladas por gente venida de fuera. Europa, antes de invadir varios continentes, estuvo marcada por invasiones procedentes de Asia. Africa no ha cesado de presenciar diversas formas de vagabundeos, de ¨¢rabes y de negros. Y europeos- en b¨²squeda de espacio han perturbado en varias ocasiones ese continente, que hoy es el que cuenta con m¨¢s refugiados.Hasta hace poco, Espa?a, Portugal e Italia han ignorado, o casi ignorado, la inmigraci¨®n porque su dinamismo demogr¨¢fico les ha empujado hacia lugares lejanos; m¨¢s de un habitante de cada cuatro de Francia, aunque hoy tenga la nacionalidad francesa, tiene, al menos, un abuelo o una abuela extranjera.
?Por qu¨¦ se dramatiza hoy un fen¨®meno tan antiguo? ?Es posible ver con claridad el fundamento de las pol¨ªticas que siguen los pa¨ªses europeos, esas pol¨ªticas que intentan armonizar?
Es necesario comenzar por distinguir con la m¨¢xima claridad los que se benefician del derecho de asilo que establece la Convenci¨®n de Ginebra, de las otras categor¨ªas de migrantes. Se beneficia del derecho de asilo y de las cl¨¢usulas de dicha convenci¨®n todo aquel individuo amenazado o perseguido en su tierra a causa de su raza, su religi¨®n, sus convicciones pol¨ªticas... Est¨¢ claro que la mayor¨ªa de los pa¨ªses occidentales acoge con los brazos abiertos y reconoce a esos individuos en cuanto demuestran que dicha amenaza existe. En un pa¨ªs libre, es un deber amparar a un hombre cuya libertad est¨¢ en peligro.
Desde hace algunos a?os, la cosa no est¨¢ tan clara a causa de dos fen¨®menos no relacionados entre s¨ª. En primer lugar, est¨¢n todos los que viven mal en sus pa¨ªses por motivos econ¨®micos y alegan razones pol¨ªticas para irse fuera y mejorar forma de vida. Los gobiernos tienen raz¨®n al evitar la confusi¨®n y salvaguardar, de este modo, el especial¨ªsimo car¨¢cter del derecho de asilo. El problema reside en aquellos a los que la miseria expulsa de su tierra natal. Sobre ellos volveremos despu¨¦s.
Pero tambi¨¦n est¨¢n los amenazados o atacados colectivamente -no como individuos- por ser lo que son: vietnamitas, hace dos d¨¦cadas, yugoslavos, hoy. Se trata de decenas de millares de hombres, mujeres y ni?os cuyos casos no pueden, ni deben, considerarse individualmente y a los que los pa¨ªses libres deben acoger para evitar que sufran o, como es el caso m¨¢s frecuente, mueran. Para los vietnamitas se encontr¨® una soluci¨®n que se intenta aplicar a los yugoslavos: los pa¨ªses libres, mediante acuerdos internacionales, fijan cupos y definen normas a la espera de una normalizaci¨®n de la situaci¨®n pol¨ªtica en los pa¨ªses de origen. Se trata de un acto pol¨ªtico espec¨ªfico al que ning¨²n pa¨ªs libre se puede negar. Lo que pas¨® en la antigua IndochIna, lo que pasa en la antigua Yugoslavia, exige medidas urgentes. Mientras el derecho de injerencia humanitaria no cree los instrumentos de otra pol¨ªtica, habr¨¢ que aceptar lo que la guerra civil y la locura de la limpieza ¨¦tnica hacen terrible, insoportablemente actual.
El derecho de asilo, las cuotas de acogida urgente, no causan problemas ante la opini¨®n p¨²blica. ?sta, en cambio, se muestra inquieta a causa de una inmigraci¨®n que parece un movimiento continuo de poblaciones en busca de un destino mejor. Sin embargo, algunos pa¨ªses est¨¢n habituados: Inglaterra y Alemania, por ejemplo, y Francia. Pero no es ¨¦se el caso de Italia, ni de Espa?a, acostumbradas hasta hace poco a poblar la lejana Am¨¦rica. Pero en todas partes existe un elevado nivel de sensibilizaci¨®n y enseguida se alcanza el l¨ªmite de tolerancia. Pronto Europa ser¨¢ como una ciudadela protegida por altas murallas, al asalto de las cuales se lanzan olas rompientes. En eso se diferenciar¨¢ de Estados Unidos, que acoge y tolera antes de integrar.
No se trata aqu¨ª de resolver el problema planteado, sino de analizarlo objetivamente.
1. Europa ha sido, durante siglos, tierra de emigraci¨®n. ?En nombre de qu¨¦ principios se negar¨ªa a aceptar que la historia haga de ella una tierra de inmigraci¨®n?
2. S¨®lo un brazo de mar separa Europa, relativamente rica y con un crecimiento de poblaci¨®n estancado o en descenso, de ?frica, un continente relativamente pobre y en plena explosi¨®n demogr¨¢fica. ?C¨®mo puede uno Figurarse que no se tender¨¢ a emplear ese principio f¨ªsico?.
3. La historia y la sabidur¨ªa, la raz¨®n que razona, nos hacen considerar que esos hechos instigan a Europa a una apertura. Porque objetivamente no puede actuar de otro modo y porque objetivamente lo necesita: su envejecimiento y la evoluci¨®n de su relaci¨®n con el trabajo impiden a Europa prescindir de sangre nueva. Dicho esto, nadie puede mostrarse a favor de una apertura que no est¨¦ definida ni controlada. Una sociedad s¨®lo puede integrar anualmente un n¨²mero determinado de personas llegadas del extranjero. As¨ª, no habr¨¢ tensiones, crisis ni rechazo. Por consiguiente, hay que definir una pol¨ªtica que dicte claramente las normas de entrada y la organizaci¨®n de las formas y procedimientos de inserci¨®n. En este terreno, no hay peor actitud que la de cerrar los ojos. En aras del inter¨¦s nacional, del necesario respeto a los derechos humanos, hay que abordar p¨²blicamente el fen¨®meno de la inmigraci¨®n, sin falsa generosidad, pero tambi¨¦n sin ego¨ªsmo. Porque para controlar un fen¨®meno que ninguna voluntad puede impedir, antes hay que aceptarlo. es presidente del Instituto del Mundo ?rabe de Par¨ªs y de la revista L'?v¨¦nement europ¨¦en.
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