El manuscrito final de 'Sa¨²l ante Samuel'
Al tacto, el manuscrito de Sa¨²l ante Samuel, acaso la novela m¨¢s elaborada de Juan Benet, es tambi¨¦n un libro hermoso. Cubierto de cartones leves de color beis, el manuscrito es rugoso y simple, como los antiguos manuscritos de los novelistas de la generaci¨®n del 50. A Juan Garc¨ªa Hortelano, por ejemplo, le horrorizaban las tachaduras, y a Jaime Gil de Biedrna le gustaba la perfecci¨®n propiamente dicha. Eran perfectos y pulcros, al contrario que Carlos Barral, que garabateaba palabras sueltas para poemas futuros o para memorias inventadas mientras esperaba que abriera Correos para echar las cartas.A Juan Benet deb¨ªa gustarle pensar que los manuscritos eran partituras. En la penumbra de su sal¨®n, en el que figuraban como iconos insustituibles las fotos de sus amigos -Dionisio Ridruejo, Antonio Mart¨ªnez Sarri¨®n-, el autor de Sa¨²l ante Samuel ten¨ªa siempre a disposici¨®n un atril en el que le¨ªa a los otros y donde, a veces, se le¨ªa tambi¨¦n a s¨ª mismo. Ese sal¨®n de Benet siempre fue el sal¨®n de un escritor. Ten¨ªa el aire de los talleres literarios medievales, acaso por la levedad de la luz, la disposici¨®n cari?osa de los cuadros y porque cada uno de los objetos -los sillones, la chaise longue, el propio atril, el color de las tapicer¨ªas-evocaba un deseo de inmortalidad tranquila, de tiempo elegante y detenido.
Esa sensaci¨®n -la del tiempo detenido- fue la que se rompi¨® bruscamente en el oto?o de 1992 y sigui¨® decayendo como una maldici¨®n al lado del invierno de ese mismo a?o. Primero Juan Benet percibi¨® que algo fatal ocurr¨ªa en su cuerpo, y sobre esa decrepitud que advirti¨® con la elegancia que era propia de ¨¦l ironiz¨® ante los que le quer¨ªan como si fuera un incidente m¨¢s de una vida irrompible. Pero el car¨¢cter inexorable de aquella p¨¦rdida paulatina de su vitalidad le fue minando aquella sonrisa ani?ada con la que se burl¨® primero de s¨ª mismo y luego de los otros. El tiempo dej¨® de ser un elemento m¨¢s al servicio de la vida y empez¨® a ser el tiempo del dolor y del insomnio, el tiempo de la enfermedad y del desconcierto.
En medio de ese clima de cat¨¢strofe final Juan Benet abord¨® la reforma de Sa¨²l ante Samuel, su novela m¨¢s ambiciosa, aquella que hab¨ªa escrito a lo largo de ocho a?os en la ¨¦poca de su mayor vitalidad creadora. En una conversaci¨®n c¨¦lebre, recogida por la revista El Urogallo y luego reproducida, a la muerte de Benet, por el suplemento Babelia de EL PA?S, Garc¨ªa Hortelano le contaba a su amigo que ese texto era precisamente su mejor libro. Era as¨ª para Benet tambi¨¦n, pero el irredento iconoclasta de s¨ª mismo no pod¨ªa aceptar sin m¨¢s un elogio as¨ª, y record¨® que Mart¨ªnez Sarri¨®n no lo hab¨ªa visto precisamente as¨ª, sino que le hab¨ªa hecho una cr¨ªtica muy cumplida en contra. Esta circunstancia y la profunda amistad que entre el joven cr¨ªtico y el veterano escritor se sustanci¨® a lo largo del tiempo son ejemplos de la capacidad de Benet y de su respeto por la opini¨®n de los otros.
Benet consideraba que, en efecto, Sa¨²l ante Samuel era su libro m¨¢s importante, o al menos aquel al que dedic¨® un esfuerzo m¨¢s sustancial, m¨¢s profundo, y acaso la novela a la que habr¨ªa que volver alguna vez como una asignatura final, como un asunto pendiente. La enfermedad trunc¨® su deseo de escribir otra novela y quiz¨¢ interrumpi¨® su voluntad de construir completo el,cuarto tomo de Herrumbrosas lanzas. Por eso, probablemente, acept¨® dar para que fuera editado en bolsillo Sa¨²l ante Samuel, lo que le obligar¨ªa, por otra parte, a regresar a ese texto tan querido por ¨¦l. Y lo revis¨®, seg¨²n nos contaron Blanca, su mujer, y sus hijos, con la paciencia de los orfebres en los insomnios crueles de la enfermedad que le llev¨® a la muerte.
Muchos de los t¨ªtulos de Benet -desde Nunca llegar¨¢s a nada- parecen simb¨®licos de una actitud ante la vida que tiene hasta en los verbos sus sustentos. Una tumba, Un viaje de invierno, Herrumbrosas lanzas, Una meditaci¨®n... Era una escritura oto?al, un continente verbal lleno de escepticismo, de ternura y de desesperanza. Corno si fuera un resumen final de todas esas actitudes que se advierten en el conjunto de sus libros, las tachaduras de Sa¨²l ante Samuel nos hacen regresar a ese universo y devuelven al Juan Benet de las postrimer¨ªas.
El manuscrito est¨¢ a m¨¢quina, en hojas grandes, excesivas, como si, en efecto, fueran partituras. Y ¨¦l ha tachado rotundamente con un rotulador negro, pero ha escrito con letra clara y firme todo el tiempo vali¨¦ndose de una pluma de tinta corriente de color marr¨®n. En el lomo de su bastante r¨²stica encuadernaci¨®n, el propio Benet ha escrito el n¨²mero 17 y lo ha rodeado de un c¨ªrculo perfecto, y tambi¨¦n ha escrito a mano el t¨ªtulo en may¨²sculas. Dentro, las correcciones del libro son el testamento de una despedida.
Los p¨¢rrafos eliminados se pueden leer perfectamente porque la m¨¢quina es m¨¢s severa que el rotulador. El primero, por citar uno, contiene las palabras del Benet m¨¢s vigoroso: "Severas, arrogantes y truculentas cordilleras... a fin de preservar su casi m¨ªstica uni¨®n con el aire, lejos de la atractiva y pecaminosa agua". A lo largo del libro, las correcciones siguen ese cariz de ir eliminando adjetivos que podr¨ªan indicar optimismo o fuerza, o incluso esperanza, as¨ª que una reliquia deja de ser "milagrosa" o la primavera deja de serlo directamente para convertirse, cada vez que esa estaci¨®n se cita en el libro, en el invierno en el que estaba ya la propia vida de Juan Benet y que acaso se refleja de manera m¨¢s compleja en esta otra tachadura: "... esa degeneraci¨®n del alma en polvo dormido y furioso de su sue?o".
Las tachaduras tienen tambi¨¦n otros signos metaf¨®ricos. De "los elementos dolorosos de una peniexistencia relegada a la duda" ha desaparecido el t¨¦rmino doloroso, y a lo largo de todo el libro un lugar m¨ªtico en la obra de Benet -Sepulcro Beltr¨¢n, que adem¨¢s iba a ser el t¨ªtulo del libro- deja de existir como tal para llamarse simplemente Herencia o Feltre, como otros de los sitios de Regi¨®n. Pero no siempre tienen esa se?al de melancol¨ªa o de distancia ante las palabras por lo que ¨¦stas significan, sino que a veces hay afirmaciones de sentido contrario, como cuando una huerta pasa a ser un cementerio, las magnolias dejan de ser esas plantas para convertirse en "inodoras hortensias", brotes o mirtos o simplemente "plantas" los puentes pasan a ser puertos, "la retirada monte abajo" pasa a ser "la marcha r¨ªo arriba" y el hombre que comprendi¨® "que no hab¨ªa llegado a ninguna parte" dej¨® de tener el consuelo, que antes hab¨ªa en el original, de estar "a un par de horas de camino de su casa y de su lecho". Hay una tachadura rotunda, que en el original parec¨ªa un verso final de James Joyce, que Benet hace de un trazo: "Cerdos".
El manuscrito tiene 361 p¨¢ginas. En muchas hizo Benet alguna correcci¨®n, ortogr¨¢fica, sint¨¢ctica o fundamental, y siempre lo hizo con un trazo muy firme. El verano anterior pasa a ser "el primer verano de host¨¹idades", "un amor universal" pasa a ser "extenso", la "subida del puerto" se convierte en bajada, "el mal gusto del sal¨®n del nuevo rico" se "refuerza" en lugar de venirse abajo... El final queda intacto: "No abras, ret¨ªrate. Observa tu mano y dime para qu¨¦ sirve. Espera. Ret¨ªrate. Todo ha de seguir".
Todas aquellas correcciones cobran sentido en el texto global. Acaso Benet las hubiera hecho en cualquier caso. Pero caben pocas dudas de que el ocaso simb¨®lico de la muerte les devuelve una met¨¢fora, a la que uno no puede sustraerse ante un libro tan simb¨®lico de la propia dedicaci¨®n del escritor a la literatura y a la vida.
Termin¨® de corregirlo 10 d¨ªas antes de su muerte. Lo hizo cada d¨ªa. Seg¨²n los que le rodearon en ese tiempo, ese trabajo le distrajo del dolor y del insomnio, pero tambi¨¦n le enfrent¨® con algunos rasgos bien conocidos de su car¨¢cter. "Soy el escritor m¨¢s pesado que conozco", dec¨ªa a veces, al descansar de aquella tarea minuciosa. Cuando entreg¨® el original corregido, una tarde de un s¨¢bado de diciembre del a?o maldito de 1992, aquel d¨¦bil Benet de los ¨²ltimos d¨ªas carec¨ªa de fuerzas para tomar en la mano el manuscrito, as¨ª que lo recogi¨® su hijo Eugenio mientras Benet repet¨ªa que no entend¨ªa c¨®mo nadie, en un mundo normal, fuera a leer alguna vez esa obra suya que ahora, en cierto sentido, adquiere el subrayado tr¨¢gico y misterioso de una obra p¨®stuma.
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