Las reflexiones de Adolfo Schlosser
Pocas veces he experimentado una mayor sorpresa y satisfacci¨®n cuando, en 1991, le, fue otorgado el Premio Nacional de Artes Pl¨¢sticas a Adolfo Schlosser (Leitersdorf, Austria, 1938), un escultor que lleva afincado entre nosotros desde hace ya aproximadamente 25 a?os.En mi contento de entonces pesaba no s¨®lo la convicci¨®n del merecimiento art¨ªstico de Schlosser, sino tambi¨¦n el ser consciente del hecho de la dificultad a?adida que en este caso se interpon¨ªa para la obtenci¨®n del galard¨®n por la vida retirada y silenciosa de ¨¦ste, tan en la ant¨ªpoda del glamour espectacular que se requiere hoy a los artistas triunfadores.
No quiere esto decir que Adolfo Schlosser no viniera exhibiendo peri¨®dicamente su obra entre nosotros casi desde comienzos de los a?os setenta, y que ¨¦sta no estuviera dotada de una coherencia po¨¦tica de muy dif¨ªcil parang¨®n, pero jam¨¢s se ha rebajado al nivel de las cuitas de actualidad.
Adolfo Schlosser
Galer¨ªa Buades. Gran V¨ªa, 16. Madrid.Del 8 de febrero al 20 de marzo.
Tensi¨®n
Sea como sea, la obra de del pintor austriaco afincado en Espa?a gira en torno al arte como experiencia y reflexi¨®n, lo cual comporta mantener viva la tensi¨®n entre dos direcciones cada vez divergentes en el arte. contempor¨¢neo: la formalista, anal¨ªtica e ir¨®nica, y la vivencial, simb¨®lica y pol¨ªtica.En este sentido, aunque Adolfo Schlosser carece de las pretensiones prof¨¦ticas de un Beuys, su rom¨¢ntica recusaci¨®n de los juegos malabares del formalismo artificialista le salva de ser un simple moderno autocomplaciente.
Por lo dem¨¢s, la exposici¨®n que ahora presenta responde a ese mismo n¨²cleo de tensi¨®n que le caracteriza: la b¨²squeda de una definici¨®n topol¨®gica, que se aprovecha del simbolismo tradicional y, a la vez, lo trasciende.
As¨ª, la idea del centro de la Tierra o el n¨²mero nueve, de tan hondo arraigo en las viejas sabidur¨ªas esot¨¦ricas, son elementos que Schlosser no necesita apropiarse porque convienen de forma espont¨¢nea con su horizonte art¨ªstico personal, donde la monta?a, el ¨¢rbol o la piedra -figuras que simbolizan el centro de la Tierra- han estado siempre presentes, o el n¨²mero nueve, con su funci¨®n simb¨®lica de unir triangularmente lo subterr¨¢neo, lo terrestre y lo celeste, tambi¨¦n ha configurado esa visi¨®n vertical que ha caracterizado a muchas de sus obras.
Con todo, el centro para Schlosser no deja de ser simult¨¢neamente el punto imantado de cada hombre, donde se realiza o tiene lugar el deseo natural y su satisfacci¨®n sobrenatural, en lo que ¨¦ste tiene de juego especular o, si se quiere, de espejismo, de ilusi¨®n reflexiva y, por tanto, potencialmente liberadora. El centro como creaci¨®n ilusion¨ªstica de una totalidad visual nos es presentado por Schlosser como espejos perpendiculares, a la vez que puede construir un bosque triangular con madera, cristal y plomo, tres estados de la materia.
Poderosa elocuencia
En realidad, con im¨¢genes fotogr¨¢ficas o dibujos de mapas, con los materiales m¨¢s diversos, Schlosser obtiene una poderosa elocuencia po¨¦tica, cuyo fondeamiento ¨²ltimo nunca ofrece la resistencia de un l¨ªmite, porque, fruto de la experiencia, es fuente de sabidur¨ªa, y la sabidur¨ªa no es sino la consciencia de que la clave del mundo es cognoscitivamente insoldable, lo que no excluye una iluminaci¨®n.En la expectativa de la iluminaci¨®n se produce el arte, y, desde luego, la obra de Adolfo Schlosser.
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