La pol¨ªtica de Jes¨²s
Surgen cat¨®licos en el Tercer Mundo comprometidos con las injusticias pol¨ªticas y sociales, y as¨ª se ha creado la teolog¨ªa de la liberaci¨®n. Y en la historia han aparecido movimientos renovadores de orientaci¨®n cristiana, incluso utop¨ªas como las de Campanella o Tom¨¢s Moro. Y ante ello uno se pregunta: ?tuvo Jes¨²s una pol¨ªtica?Han sido muchos los que lo han cre¨ªdo. En el siglo XVII surgieron dos expresiones sistem¨¢ticas: una de nuestro Quevedo, con su Pol¨ªtica de Dios y gobierno de Cristo, y la otra de Bossuet, con su Pol¨ªtica sacada de las Sagradas Escrituras. El hecho de que hoy discutamos su exposici¨®n no invalida la idea fundamental de que puede surgir una pol¨ªtica del Evangelio; pero ?cu¨¢l y hasta d¨®nde?
Porque la Biblia no es como el Cor¨¢n. No pretende decidir sobre todo lo humano, sino que "dej¨® el mundo a la disputa de los hombres" (Eclesiast¨¦s). Jam¨¢s debe ser el cristianismo una teocracia, como muchos quieren hacer del islam. La Biblia acepta una gran secularizaci¨®n. Ya no aparecen en ella astros divinos ni dioses animistas. Y Jes¨²s pide nuestro juicio sobre las sefiales del mundo: "?Por qu¨¦", dice,- "no juzg¨¢is por vosotros mismos lo que se debe hacer?".
Y sin embargo, hay en el Libro Sagrado de los cristianos una concepci¨®n humanista de la sociedad que debe hacernos reflexionar a todos. ?Y por qu¨¦ no analizarla en este momento crucial de la humanidad?
Nuestra ¨¦poca es de divisiones, luchas cruentas, hambre, violencias, enfrentamiento s, pobreza creciente en el Tercer Mundo y aparici¨®n del cuarto mundo de la marginaci¨®n en los pa¨ªses desarrollados, explotaci¨®n, paro, inhumanidad; y, como resultado en los mejores, desorientaci¨®n y des¨¢nimo.
En tiempo de Jes¨²s -tan parecido al nuestro-, el grito con el que le recibieron las multitudes al entrar en Jerusal¨¦n fue, seg¨²n la traducci¨®n del te¨®logo Crespy, "?s¨¢lvanos de los romanos!": del explotador, del expoliador, del injusto gobernante y de los vendidos a ¨¦l. Como pod¨ªan decirhoy los parados, los emigrantes, los marginados, los desamparados, los torturados, las inocentes v¨ªctimas de la violencia de los poderosos. Y para remediar su injusta situaci¨®n, Jes¨²s dio cuatro pautas que har¨ªan la sociedad m¨¢s justa:
1. De las autoridades civiles dijo claramente que estaban al servicio del pueblo. Nuestros pensadores cristianos del Siglo de Oro fueron los que mejor interpretaron ese mensaje contra el derecho divino de los reyes, propugnado desde las filas protestantes de Jacobo I de Inglaterra. No hay en lo humano un poder absoluto, el poder viene del pueblo, y ¨¦ste lo transmite al gobernante; peto el que rrianda se debe a las exigencias del pueblo, que es el que tiene la ¨²ltima palabra. Eso es lo que ense?aron hace cuatro siglos los dominicos Vitoria y Soto, los jesuitas Molina y Su¨¢rez o el franciscano Alfonso de Castro. Y las leyes regulan as¨ª los problemas sociales (divorcio, aborto, eutanasia, natalidad ... ) de acuerdo con esta voluntad general, y no en consonancia con las convicciones morales del gobernante (L. Molina).
M¨¢s importante para ellos fue siempre la sociedad que el Estado. Estaba latente la antigua idea de san Agust¨ªn de que el Estado era s¨®lo una necesidad por el pecado de los hombres, por su imperfecci¨®n y debilidad. As¨ª, el Estado no puede ser una especie de Leviat¨¢n que todo lo domine, ha de respetar la iniciativa individual, cuando no se desmanda y perjudica a los m¨¢s d¨¦biles: eso es lo que se ha llamado el principio de subsidiariedad, en que todo viene de abajo arriba, mientras pueda ser para bien de todos. Antes es el pobre que el rico, la PYME que las grandes empresas. El Estado no puede ser "drag¨®n que todo lo devora" (san Agust¨ªn), como de hecho lo es muchas veces, con injustos impuestos para la generalidad y gastos p¨²blicos excesivos.
2. Las leyes tienen que ser expresi¨®n de dos cosas: "de la raz¨®n" (santo Tom¨¢s) y "de la voluntad del pueblo" (A. de Castro). Por eso "una ley que no sea justa no es ley", dicen a una todos estos pensadores.
Y la objeci¨®n de conciencia se deduce de sus ense?anzas, porque "si para el ciudadano la injusticia de la guerra es evidente, no puede ir a ella, aunque se lo mande el pr¨ªncipe" (Vitoria).
La ley debe estar por encima de toda violencia. Jes¨²s no tuvo inconveniente en escoger entre sus 12 ap¨®stoles a cinco zelotesque hab¨ªan sido luchadores violentos contra lo que ellos cre¨ªan opresi¨®n. Pero los convenci¨® de la actitud contraria, esgrimiendo la gran verdad, hoy bien conocida por los hechos ocurridos en nuestro mundo, de que 1a violencia engendra violencia", que expres¨® popularmente con el refr¨¢n "quien a hierro mata, a hierro muere". ?No es el ejemplo que dio Euskadiko Ezkerra rehabilitando y recuperando a quienes hab¨ªan propugnado esta violencia? El di¨¢logo, la ley rehabilitadora y el justo perd¨®n son plenamente cristianos y eficaces.
3. El di¨¢logo es la clave de una justa sociedad. Juan XXIII, el papa evang¨¦lico que quer¨ªa Lutero, acept¨® el libre examen de la discusi¨®n, del consenso, la negociaci¨®n y la escucha mutua, porque pensaba que "del contraste de las opiniones sale siempre la luz", y Pablo VI empez¨® su pontificado con la carta magna del di¨¢logo a todos los niveles.
El clima social no puede ser otro que la libertad de la que dio muestra Jes¨²s, aunque sus representantes muchas veces la negaron. Jes¨²s no tiene m¨¢s "espada que su boca" (Apocalipsis, 2,16); su postura es estar a la puerta y "llarnar", esperando que le abran, y entonces "entrar y cenar juntos" (Apocalipsis, 3,20). Hay que creer en la libertad y dejar que todos hablen. Es la libertad la que pondr¨¢ las cosas en su sitio con la libre expresi¨®n y reuni¨®n. La participaci¨®n es muy peque?a en nuestro pa¨ªs, y el asociacionismo es m¨ªnimo comparado con otras naciones. No hay colaboraci¨®n sin aportar todos y cada uno su perspectiva y su conocimiento de la realidad. Porque el hombre corriente es el gran olvidado por el que gobierna: le parece que basta recibir el voto cada cuatro a?os; pero el representante del pueblo tiene que inspirarse de ideas que vive ¨¦ste todos los d¨ªas, en contacto con la realidad, y tomar contacto con ¨¦l y con sus grupos. Y de ese consenso saldr¨¢ la ¨¦tica c¨ªvica que es necesaria para la convivencia, ¨²nico fin de la sociedad.
4. Hoy ha surgido la teolog¨ªa de la liberaci¨®n en Latinoam¨¦rica, y ha empezado tambi¨¦n en el ?frica negra cristiana. Gustavo Guti¨¦rrez y JeanMarc Ela han sido sus pioneros en un continente y en otro. Y en Europa surgi¨® la teolog¨ªa pol¨ªtica de Metz. El problema social preocup¨® ya a los primeros escritores cristianos, con sus invectivas contra las injusticias sociales de su tiempo: "S¨®lo tenemos derecho a poseer aquellas riquezas que usamos bien", dec¨ªa san Ambrosio. El obispo antifranquista Pild¨¢in record¨® en el Concilio Vaticano II que "en caso de necesidad, todas las cosas son cornunes", y no s¨®lo de persona a persona, sino de pueblo a pueblo. Y el padre Mariana se preguntaba: "?Por qu¨¦ no hemos de procurar que los pobres vivan. de los fondos p¨²blicos?". Y cuando vemos en otro pa¨ªs cometer graves injusticias contra los inocentes -como en Yugoslavia- tenemos el deber de intervenci¨®n, para protegerles, en virtud de la sociabilidad humana (Vitoria), incluso para "desarmar al violento" (Juan Pablo II). Y al emigrante, que padece hambre en su pa¨ªs, "no es equidad expulsarle" (Vitoria); aunque lo mejor es ayudarles a conseguir que ellos mismos est¨¦n capacitados en su pa¨ªs para salir de su situaci¨®n, ya que, "si es bueno que des al hambriento, mucho mejor ser¨ªa que nadie tuviera que pasar hambre" (san Agust¨ªn).
es te¨®logo.
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