La construcci¨®n de Dios
Hay religiones, como el islam, cuya aparici¨®n hist¨®rica y contenidos quedan estrictamente acotados en el tiempo. La revelaci¨®n hecha por Al¨¢ a Mahoma es un proceso ¨²nico e irrepetible, que, como m¨¢ximo, puede enriquecerse a trav¨¦s de la interpretaci¨®n, en la variante shi¨ª. En cambio, el cristianismo resulta de una prolongada evoluci¨®n en el tiempo, con un antecedente integrado, el Antiguo Testamento, a su vez corpus de otra creencia religiosa (el juda¨ªsmo) y con una elaboraci¨®n subsiguiente a cargo de un agente de producci¨®n doctrinal: la Iglesia.As¨ª, el Dios del catolicismo fue, primero, una invenci¨®n en el seno el pueblo hebreo, y luego, el resultado de una trabajosa identificaci¨®n, sembrada de conflictos en tomo a las definiciones dogm¨¢ticas, desde los disc¨ªpulos inmediatos de Jes¨²s hasta los dos ¨²ltimos siglos. Sirva de ejemplo la propia configuraci¨®n de la divinidad. Aunque los mimbres del cesto se encuentren en san Pablo, el hecho es que el dogma central del cristianismo, el de la Sant¨ªsima Trinidad, no aparece como tal ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, correspondiendo la primera menci¨®n del t¨¦rmino. a Te¨®filo de Antioqu¨ªa, a finales del siglo 11, mientras la elaboraci¨®n del dogma s¨®lo tiene lugar en el siglo IV, bajo el influjo directo de la filosofia neoplat¨®nica. No es una excepci¨®n: Jacques le Goff ha mostrado con precisi¨®n c¨®mo tiene lugar a lo largo de siglos el nacimiento e integraci¨®n de un elemento tan espec¨ªfico de la creencia cristiana como es el purgatorio. Y en un libro reciente, El nacimiento de Dios, Jean Bott¨¦ro examina para el Antiguo Testamento los momentos centrales de definici¨®n de la doctrina (donde, por supuesto, falta del todo la Trinidad, evocable s¨®lo a trav¨¦s de los ¨¢ngeles que visitan a Abraham, la llamada "Sant¨ªsima Trinidad del Antiguo Testamento" de la iconograf¨ªa oriental). La invenci¨®n del Dios ¨²nico, inmaterial y omnipotente, situado a un tiempo fuera y por encima del cosmos, corresponde sin duda a Mois¨¦s, en el siglo XIII antes de Cristo. Mois¨¦s codifica adem¨¢s en un dec¨¢logo el conjunto de obligaciones que ligan ante ese Dios el comportamiento de su pueblo. Queda fijado el principio de responsabilidad que en elaboraciones sucesivas acaba personaliz¨¢ndose, centr¨¢ndose en la relaci¨®n entre el hombre y Dios, con lo cual se perfila otra noci¨®n capital, la del pecado, en un cuadro de relaciones de radical asimetr¨ªa, conforme dise?a dram¨¢ticamente el libro de Job.
De hecho, la acumulaci¨®n de preceptos y dogmas con el correr del tiempo confiere al catolicismo una clara dimensi¨®n de historicidad, as¨ª como la apertura de m¨¢rgenes amplios para fijar posiciones a partir de tan compleja tradici¨®n. Incluso sin rebasar los linderos del dogma, han cabido en ¨¦l opciones tan dispares como la de potenciar la imagen del hombre como ser libre, que no ha perdido su condici¨®n de criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, o la contraria, de limitar en la pr¨¢ctica la asociaci¨®n entre el hombre y el bien al momento fundacional del para¨ªso, para convertir el resto de la historia humana en una prolongada repetici¨®n de la Ca¨ªda, que s¨®lo la obediencia total a la de Dios (es decir, a la Iglesia) puede remediar.
No constituye simplificaci¨®n alguna estimar que la primera orientaci¨®n parecer¨¢ imponerse en la Iglesia cat¨®lica a partir de Juan XXIII, culminando en las enc¨ªclicas Mater et magistra y Pacem in terris, mientras la segunda prevalece en el ¨²ltimo pontificado, con punto de llegada en el reciente Catecismo. Los protagonistas son los mismos: los puntos de referencia dogm¨¢ticos no se han alterado, pero la combinatoria produce resultados casi divergentes, que en el fondo responden a una concepci¨®n no menos diferenciada de las relaciones entre el hombre y la divinidad. No es casual que las dos enc¨ªclicas mencionadas sean objeto s¨®lo de un total de cinco referencias en el texto del nuevo Catecismo, por m¨¢s de setenta en el Apocalipsis y varios cientos de las ep¨ªstolas paulinas. La fijaci¨®n de la doctrina se aparta de los problemas del presente y opta resueltamente por la tradici¨®n. Paralelamente, la Iglesia-organizaci¨®n recupera su protagonismo -frente a las referencias compartidas a sacerdotes laicos, tan frecuentes hace tres d¨¦cadas-, y el laico es retrotra¨ªdo a su papel anterior de ac¨®lito, esto es, literalmente, de compafiero de viaje del actor principal de la vida religiosa.
M¨¢s que de construcci¨®n, habr¨ªa que hablar en este caso de reconstrucci¨®n del concepto de divinidad y de religi¨®n dominante hasta la renovaci¨®n de los a?os sesenta. En el fondo del Catecismo, como piedra angular de un conjunto muy coherente, reaparece la concepci¨®n antropol¨®gica pesimista, que condena todo ensayo de historia humana aut¨®noma y que acepta el hecho de la libertad ¨²nicamente como primera fase de un discurso cuyo eje es el pecado. "La Escritura revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original". "Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquiri¨® un cierto dominio sobre el honibre". "La historia de la humanidad, desde sus or¨ªgenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del coraz¨®n del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad". Y as¨ª, una y otra vez.
De ah¨ª la extrema dificultad para encarar los problemas actuales, superando la barrera defensiva que traza esa concepci¨®n del hombre, continuamente acechado por el Mal. En la perspectiva descrita por las enc¨ªclicas de Juan XXIII, la actualizaci¨®n de la doctrina de la Iglesia resultaba una necesidad, ya que se trataba de que la misma fuera "conocida, asimilada, traducida en la realidad social". En el Catecismo, esa pretensi¨®n queda bloqueada al presentar la realidad como un repertorio de peligros para el alma cristiana. "Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres -advierte el texto oficialconfieren al mundo en su conjunto una condici¨®n pecadora". Los efectos de este enfoque son particularmente visibles en temas como la consideraci¨®n de la vida humana, contemplada exclusivamente desde el ¨¢ngulo negativo del quinto mandamiento, y con una especial atenci¨®n al apartado pol¨¦mico de la oposici¨®n al aborto, que recibe un tratamiento mucho m¨¢s extenso que cualquier otro aspecto. De la toma de posici¨®n defensiva se deduce la legitimidad del "recurso a la pena de muerte, en casos de extrema gravedad", prescripci¨®n l¨®gica si se juzga el castigo terrenal como una facultad de la autoridad, instrumento de Dios para la restauraci¨®n del poder vulnerado por la falta con medios proporcionales al alcance de ¨¦sta. Es la antigua l¨®gica del c¨®digo de Hammurabi. Y tampoco ha de extra?ar la ausencia en el apartado de toda reflexi¨®n sobre los efectos que el crecimiento demogr¨¢fico pudiera tener sobre la vida del hombre en el planeta. Los anticonceptivos suponen, en explicaci¨®n ininteligible de este Catecismo, "una falsificaci¨®n de la verdad interior del amor conyugal" (sic). Los t¨¦rminos poblaci¨®n y ecolog¨ªa est¨¢n ausentes del ¨ªndice tem¨¢tico del Catecismo, lo mismo que democracia. La propia ciencia es tambi¨¦n fuente de peligros -como los intentos de intervenci¨®n en el patrimonio gen¨¦tico-, sobre todo porque puede implicar la pretensi¨®n de un conocimiento fundado exclusivamente en la razon humana. "La fe es cierta, m¨¢s cierta que todo conocimiento huinano'," y ¨¦ste s¨®lo ser¨¢ v¨¢lido si se subordina a los valores morales definidos por la Iglesia y a la palabra de Dios, la cual tampoco podr¨¢ ser analizada desde una perspectiva laica o hist¨®rica: "Todo lo dicho sobre la interpretaci¨®n de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia". El argumento de autoridad impera sin reserva alguna. As¨ª, por buscar un ejemplo significativo, el cient¨ªfico cat¨®lico deber¨ªa refrendar la idea de que la muerte humana tiene por causa el pecado original.
Queri¨¦ndolo o no, el Catecismo promulgado por Juan Pablo II devuelve los planteamientos de fondo de la Iglesia a la estrategia de confrontaci¨®n con el mundo moderno que presidiera
Pasa a la p¨¢gina siguiente
La construcci¨®n de Dios
Viene de la p¨¢gina anteriorla acci¨®n del catolicismo militante desde el Siglo de las Luces hasta bien avanzada la era contempor¨¢nea. Sin la gu¨ªa constante de Dios (es decir, de la Iglesia), el hombre 6st¨¢ condenado a sucumbir a los asaltos de un entorno marcado, como ¨¦l mismo, por la inclinaci¨®n al mal. La autosuficiencia de la raz¨®n humana es un enemigo declarado de la ¨²nica v¨ªa posible de salvaci¨®n, "la vida en Cristo". Claro que los efectos de ese repliegue no tienen por qu¨¦ revestir hoy el alcance del pasado. Simplemente, la Iglesia abandona el ensayo de incorporaci¨®n a la perspectiva optimista del "progreso de los pueblos" y prefiere construir un recinto amurallado, consagrando frente a la historia la validez de su tradici¨®n. Se ha dicho humor¨ªsticamente que este nuevo Catecismo, arrancando del Concilio Vaticano II, hab¨ªa ido a parar al esp¨ªritu de Trento. Tal vez ser¨ªa m¨¢s adecuado hablar de un retorno a Yahv¨¦, a la imagen de un Dios que impone a su criatura su poder, omnicomprensivo e ilimitado, fijando ese dominio sobre la noci¨®n central del pecado. La ventaja para el hombre de hoy es que, a diferencia de siglos anteriores, puede en gran medida prescindir de los efectos de semejante coagulaci¨®n doctrinal.
En cuanto a los cristianos perseverantes, siempre cabe evitar esta selva oscura de misterios y citas rebuscadas, ¨¢ngeles y diablos, insuficiencias y argumentos de autoridad, pecados y m¨¢s pecados, recuperando la visi¨®n del mundo que expon¨ªa la Pacem in terris: los progresos de la t¨¦cnica prueban que en el universo reina un orden espl¨¦ndido y "tambi¨¦n la grandeza del hombre que descubre tal orden y crea los instrumentos id¨®neos para apropiarse de esas fuerzas y emplearlas en su servicio". La fe en Dios encontraba entonces un firme apoyo ahora perdido: la fe en el hombre.
es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.