Sabino
De entrada nos pareci¨® t¨ªmido, o cerrado o distante. No era otras cosas y s¨ª militar, aunque de un arma m¨¢s bien administrativa. Luego fuimos adivinando que t¨ªmido s¨ª es, no cerrado, aunque cauteloso, y tampoco distante, pues cualquier elegancia asoma siempre desde la lejan¨ªa. Obtuve la clave de estas ponderaciones por un detalle som¨¢tico. Ciertos d¨ªas, en ocasiones determinadas, a Sabino le crec¨ªan las ojeras. No afirmar¨ªa yo, como lo hace de su personaje don Luis de G¨®ngora, que nuestro amigo haya tenido las "venas con poca sangre", mas s¨ª "los ojos con mucha noche" y no precisamente por no dormir. En esa casa, en la que deben saberse todas las pol¨ªticas y no implicarse por ello en ninguna, hay m¨¢s motivos para el desvelo; no el ¨²ltimo: el protocolario. La alerta es aconsejable para cumplir las normas de una igualdad jerarquizada y de la m¨¢s alta buena educaci¨®n; m¨¢s alerta es precisa para abrirse a los rompimientos que improvisen quienes Pueden o tramen los que no deben; y, sobre todo, hay que ser ¨¢gil para volver la espalda con delicadeza ante lo irremediable. Durante esta coyuntura es cuando las ojeras llegar¨¢n hasta el om¨®plato. Sabino ha tenido que echarse muchas veces los ojos y sus alrededores a la espalda. Cierto que la madrugada de la copla, que en la copla contradice a la noche ocular, tampoco se le advierte, as¨ª como as¨ª, en las sienes. El propio conde de Latores ha declarado ante familia p¨²blica que en cuanto a puestos resulta menester ejercitar la modestia evang¨¦lica, aquella (le los ¨²ltimos ser¨¢n los primeros, para comprobar as¨ª desde un penoso refugio asignado que, con toda probabilidad, en ¨¦l te asientan, esto es, que en ¨¦l te dejan sentado.No s¨¦ por ahora de otros homenajes que se le hayan tributado que no sean los asturianos, porque asturiano es y de oficio nuestro grande de Espa?a. Nada tengo que aconsejar a nadie, mas s¨ª exhorto a nuestro amigo se defienda de lo que he denominado "el cortejo humillante de los dones", que suele organizarse con intenciones de sepelio prematuro. Bien es verdad que Sabino, por haber prestado servicio eficac¨ªsimo, discreto y desinteresado, all¨ª donde lo ha hecho, reconocer¨¢ el acierto de la sentencia de Miguel de Montaigne: "Por muy alto que sea un trono, siempre habr¨¢ que sentarse en ¨¦l sobre las propias posaderas".
Sus declaraciones se han atenido hasta ahora, y por muy buen sistema, a la preceptiva de la diplomacia vaticana: "Que vuestro discurso sea: 'Es, es; no, no". ?Mas cu¨¢l es el haz y cu¨¢l es el env¨¦s? Se trata de llevar aristot¨¦licamente a buen puerto la operaci¨®n de pensar lo semejante. En cuanto a la comprensi¨®n del auditorio, ninguna mejor que la que pretend¨ªa Gertrud Stein: "La uni¨®n del ox¨ªgeno y del avestruz no constituye un buen seguidor de huellas". Sabino est¨¢ ya en libertad, pero en libertad condicionada; en un retiro, aunque retiro a borbotones (?ser¨¢ verdad que Borb¨®n procede, etimol¨®gicamente, de fuente termal, de chorro c¨¢lido hacia arriba? Porque si fuese as¨ª, auguro a mi amigo salud largamente restaurada en un real balneario). ?Qu¨¦ le azorar¨¢ m¨¢s, la imaginaci¨®n o el recuerdo? No pueden sino alimentarse uno de otra, y otra de uno. Cuando nos percatamos de que el hombre apenas es capaz de lograr certezas, hacemos de la certidumbre nuestra melanc¨®lica residencia. ?Esto lo recuerdo o lo imagino? Entretanto...
Consuela que el sustentador de una biograf¨ªa con tanto logro confiese que en su montura hay cu¨¦vanos vac¨ªos, vocaciones frustradas y dos por lo menos: la de diplom¨¢tico y la de m¨²sico. En la guerra civil surgieron el oficio y luego el empleo militar sin banda de m¨²sica. Un frustrado, aunque lo sea s¨®lo rec¨®nditamente, es un hereje virtual. No es que plazcan los herejes, sino que resulta paulinamente oportuno que los haya. La endogamia termina por fatigar la cuna, por casi no mecerla. Si no hay nanas, no habr¨¢ tampoco himnos, ni conversaci¨®n siquiera. No olvidemos que Sabino es hijo ¨²nico, y los suyos, en cambio, cortejan la docena.
Ni diques de grandezas y menos a¨²n los remoloneos de quienes siempre piden algo a cambio de adulaciones producir¨¢n la m¨¢s peque?a mutaci¨®n en la sustancia de Sabino. Si as¨ª no fuese, que no ser¨¢ as¨ª, por ¨¦stas que me sentir¨ªa yo capacitado para aspirar a otra Academia. Y lo digo porque el conde de Sade, padre del marqu¨¦s m¨¢s famoso, afirma en sus papeles, recientemente desempolvados, que si cayese su hijo en determinada virtud, su coraz¨®n paterno y dieciochesco quedar¨ªa "abrumado y preferir¨ªa que su hijo fuese de la Academia".
Que la boca calle porque el coraz¨®n abunda: el nuestro y el de un Sabino Fern¨¢ndez Campo que escamotea sus fronteras ya que las rebasa siempre clandestinamente. Una sabina es, en las Pitiusas, una viga de color muy claro, nudosa y, seg¨²n estimo, joven. Cada est¨ªo alzo la mirada hacia su frescor y reposo del excesivo arrobo de la mar y del sol y sus puestas anaranjadas. En tus verdes h¨²medos, boscosos, de la Asturias que te pari¨®, ?te dicen algo estas l¨ªneas m¨ªas a ti, servidor de quien sirve?
es duque de Alba.
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