Jos¨¦ Emillo Pacheco, 30 a?os despu¨¦s
El autor analiza el itinerario singular y la obra del intelectual mexicano Jos¨¦ Emilio Pacheco. Una obra que no duda en calificar como uno de los caminos m¨¢s ricos y estimulantes de la cultura de M¨¦xico. La lectura de Pacheco es un encuentro de infancias perdidas y de representaci¨®n de im¨¢genes.
Hace 30 a?os, la Universidad Nacional de M¨¦xico public¨® Los elementos de la noche, un libro de poemas de un escritor, entonces joven, llamado Jos¨¦ Emilio Pacheco. Ese mismo 1963, ERA, una editorial sin la cual no se entiende la cultura mexicana contempor¨¢nea, presenta una serie de cuentos: El viento distante, segundo libro de relatos de Pacheco, si consideramos la edici¨®n que Juan Jos¨¦ Arreola realizara en 1958, de dos breves relatos de Pacheco -La sangre de medusa y La noche del inmortal-, en su colecci¨®n Los Cuadernos del Unicornio.En el curso de las tres d¨¦cadas que distan entre estos primeros libros y la pr¨®xima publicaci¨®n de El silencio de la Luna, la literatura y la cultura mexicana han encontrado en la generosa y abierta obra de Jos¨¦ Emilio Pacheco uno de sus caminos m¨¢s ricos y estimulantes y uno de sus ejemplos intelectuales m¨¢s l¨²cidos.
Se trata -el de Pacheco- de un itinerario singular. No soy el m¨¢s indicado para describir con detalle sus momentos m¨¢s relevantes. Baste decir ahora que, 30 a?os despu¨¦s, su, obra produce una mezcla feliz de sentimientos, donde la emoci¨®n se une a la admiraci¨®n y al aprecio.
Hay una raz¨®n simple para ello: desde mi inicio como lector, oficio intenso, la obra de Jos¨¦ Emilio Pacheco ha sido una lectura constante y recurrente; una lectura en donde se tiene la certeza de encontrar en armon¨ªa la pasi¨®n por el lenguaje de la pasi¨®n. Leer a Pacheco ha sido compartir un proceso de aprendizaje, de representaci¨®n de im¨¢genes, de infancias perdidas y de un M¨¦xico que no conocimos. Su obra nos permite, quiz¨¢ como ninguna otra, reconocernos y escucharnos a nosotros mismos y a los dem¨¢s. Es, en el mejor de los sentidos, un principio de comuni¨®n con la ciudad, con sus habitantes y aun con sus fantasmas y sus olvidos, sus odios y sus amores.
Educaci¨®n sentimental
Lo mejor de la educaci¨®n sentimental de la generaci¨®n mexicana de los a?os setenta debe mucho a libros de poes¨ªa como No me preguntes c¨®mo pasa el tiempo (1969), Islas a la deriva (1976), Desde entonces (1980), Tarde o temprano (1984); a novelas como Morir¨¢s lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981), a relatos tan hermosos como los reunidos en El principio del placer (1972) y, por supuesto, a los inventarios, que desde hace m¨¢s de 20 a?os son ejemplo del mejor periodismo cultural en el pa¨ªs y que, por cierto, exigen ya una labor editorial semejante a la que el joven Pacheco realiz¨® sobre la obra period¨ªstica de Salvador Novo.
No es poca tambi¨¦n la deuda con Jos¨¦ Emilio Pacheco como traductor y editor. Gracias a sus aproximaciones muchos le¨ªmos en espa?ol, quiz¨¢ por vez primera, a autores tan distintos y necesarios como Eliot Cavafis y Montale, y versiones exactas y eruditas, como la edici¨®n catalana de De profundis.
A diferencia de otros intelectuales mexicanos, actores indispensables en nuestra hoguera de las vanidades, Jos¨¦ Emilio tiene 30 a?os ejerciendo el talento y la vocaci¨®n con una notable e ins¨®lita disciplina intelectual para dar, como escribi¨® Edmund Wilson, "expresi¨®n suprema a la experiencia personal... y situarse m¨¢s all¨¢ de las perplejidades, opresiones y p¨¢nicos comunes".
Se entiende porqu¨¦ no es dificil rendir un homenaje a Jos¨¦ Emilio Pacheco. Los merece todos, y acaso ninguno es suficiente para reconocer su constancia ante la palabra, su devoci¨®n por los libros y su gratitud a las im¨¢genes que le ha sido dado ver. Pol¨ªgrafo por excelencia, ah¨ª donde este complejo oficio se traduce -?es necesario decirlo?- principalmente en poes¨ªa; lector que sabe del polvo y las p¨¢ginas amarillentas, pero tambi¨¦n de la tinta fresca, este mexicano extraordinario ya tiene el homenaje de la sensibilidad y el talento: un signo imborrable y, tal vez, escaso en estos tiempos dif¨ªciles que, por lo dem¨¢s, para el poeta, todos lo son.
Lo recuerdo en Madrid en d¨ªas y horas beligerantes. Era el a?o de 1986. L¨²cido, elocuente, con palabras justas, sencillas, narraba a los espa?oles pasajes en la vida de su pa¨ªs, por ellos ignorados.
Los sum¨ªa en la perplejidad y en una suerte de fascinaci¨®n. De aquella tarde rescato una peque?a historia contada por Jos¨¦ Emilio: los v¨ªnculos de los asesinos del general Obreg¨®n, en 1928, con corporaciones o personajes ib¨¦ricos de la ¨¦poca.
De entonces me qued¨® una certidumbre: convivir con Jos¨¦ Emilio Pacheco significa siempre cobrar conciencia de una pasi¨®n que se despliega ante el mundo sin. tregua, absorbiendo incesante sus elementos, para luego a?adirlos en los quehaceres vitales, en los signos cotidianos.
En ese auditorio de la calle de Alcal¨¢, el c¨ªrculo de Bellas Artes, confes¨® que ¨¦l no era escritor, sino reescritor, y lo demostraba deshojando uno a uno los cambios que durante a?os han S'ufrido sus poemas.
Lo recuerdo, curioso, hurgando olores y texturas en los libros, paseando sus manos en las superficies de ¨¦stos, como si se tratara de piedras preciosas. En su conversaci¨®n era posible advertir recorridos semejantes, no de sus manos, sino de su voz, con el tacto profundo hacia las palabras.
Un escritor universal
Ganador del Premio Nacional de Poes¨ªa -en M¨¦xico- hace 24 a?os, Jos¨¦ Emilio Pacheco ha recibido desde entonces muchos otros y muy merecidos. Un escritor universal cuya obra se corresponde plenamente con esta justa dimensi¨®n, tarde o temprano es requerido de nuevo por quienes ya asumieron, como lectores, su generosidad de autor.
Quienes hemos buscado y encontrado la recompensa de acudir a sus textos (y encontrarlos igualmente diferentes), estamos aqu¨ª. Y no es un gesto de nostalgia; es, en cierta forma, un ejercicio inevitable "en la imposible costumbre de estar vivos".
Ya se sabe, lo dice Pacheco, que "no volveremos nunca a tener en las manos el instante" -Madrid, en aquellos tiempos, el premio de hace 24 a?os o esas primeras lecturas de esta obra que hoy homenajeamos-, pero nos queda, entre otras muchas cosas, este d¨ªa, este, otro gran momento, y los poemas que seguramente Jos¨¦ Emilio nos seguir¨¢ obsequiando.
En 1934, T. S. Eliot escribi¨®, en The Rock, las siguientes l¨ªneas: "Where is the life we have lost in living? / Where is the wisdom we have lost in knowiedge? / Where is the knowiedge we have lost in information? / The cycles of Heaven in twenty centuries / Brings us farther from God and nears to the Dust" ("?D¨®nde est¨¢ la vida que hemos perdido en vivir? / D¨®nde est¨¢ la sabidur¨ªa que hemos perdido en conocimiento? / D¨®nde est¨¢ el conocimiento que hemos perdido en informaci¨®n? / Los ciclos celestiales en veinte siglos / Nos alejan de Dios y nos aproximan al polvo").
Me gusta pensar que en cada l¨ªnea de Pacheco hay una posibilidad intensa y, en ocasiones, desesperada de recobrar esa sabidur¨ªa que hemos estado perdiendo al perder la vida. ?sta es, creo, su principal batalla en el desierto.
Otto Granados es polit¨®logo mexicano. Palabras pronunciadas en el homenaje a JEP durante la entrega del Premio Nacional de Poes¨ªa 1993, en Aguascalientes (M¨¦xico).
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