Ten¨ªan casta y se not¨®
Sep¨²lveda / Ortega, Espartaco, FinitoTres toros de Sep¨²lveda de Yeltes (resto, rechazados en reconocimiento), en general bien presentados aunque sospechosos de pitones, mansos, encastados. 1?, 2? y 6? de Baltasar Ib¨¢n, terciados (el ¨²ltimo muy chico y cornal¨®n), sospechosos de pitones, con casta.
Ortega Cano: pinchazo bajo, media, rueda de peones y descabello (silencio); aviso antes de matar, bajonazo trasero y rueda e peones (bronca). Espartaco: dos pinchazos y estocada corta delantera baja (silencio); pinchazo, metisaca y estocada corta (pitos y palmas). Finito de C¨®rdoba: pinchazo -aviso-, otro hondo y dos descabellos (ovaci¨®n y salida al tercio); media atravesada baja y rueda de peones que ahonda el estoque (ovaci¨®n y salida al tercio).
El banderillero de Finito Antonio Manuel de la Rosa puso al p¨²blico en pie en un quite y en un gran par de banderillas.
Plaza de Las Ventas, 1 de junio. 25? corrida de feria. Lleno.
JOAQU?N VIDAL
Veinte toros reconocieron los veterinarios para recomponer una corrida de Sep¨²lveda que hab¨ªan rechazado en su totalidad. El ganadero aport¨® m¨¢s toros, hubo otros de distintas ganader¨ªas, eran las tres de la tarde y a¨²n no se sab¨ªa cu¨¢les saltar¨ªan a la arena. Y, mientras tanto, venga discutir y revolver. La autoridad, los veterinarios, los apoderados de los toreros, el padre de uno de ellos, todos con sus argumentaciones, sus voces y sus exigencias. Siempre que hay figuras en el cartel, pero sobre todo si una de esas figuras es Espartaco, hay l¨ªos en los reconocimientos, discusiones de nunca acabar... Pero si el presidente y los facultativos saben estar en su sitio, como suele ocurrir en Madrid, al final han de torear lo que jam¨¢s hubiesen querido ver de cerca. Por ejemplo, un toro de casta. Y eso fue lo que sali¨®. Y se not¨® much¨ªsimo.
Se not¨®, principalmente, en que no pod¨ªan con esos toros. Ni Espartaco ni Ortega Cano pudieron, y eso que ambos van de maestros por la vida. Cierto es que el concepto de maestr¨ªa ha adquirido ¨²ltimamente una caracter¨ªstica peculiar. Cuando uno empez¨® a ir a los toros (reinaba Carolo) un maestro en tauromaquia era el coletudo que conoc¨ªa esta ciencia y ten¨ªa valor para ponerla en pr¨¢ctica con toros poderosos de casta ind¨®mita. Un maestro en tauromaquia es actualmente, en cambio, el que s¨®lo torea toros aboregados y sabe darles unos cuantos pases templaditos aprovechando el ratito puedan aguantar en pie.
Luego, un d¨ªa cualquiera, les sale por casualidad un toro de casta y se llevan un sobresalto. Espartaco estuvo crispad¨ªsimo con sus dos toros y lo que no se le iba en ayes, se le ven¨ªa en suspiros. Cierto que no eran toros de pastue?ez infinita, puesto que sacaron genio, se revolv¨ªan, punteaban, y no menos cierto que Espartaco estuvo muy voluntarioso intentando darles derechazos y naturales. Pero all¨ª no mandaba el torero; mandaba el toro, que lo desbordaba, pues en ning¨²n momento consigui¨® aplicarle una t¨¦cnica muletera medianamente dominadora.
Lo mismo le ocurri¨® a Ortega Cano con toros m¨¢s nobles y posiblemente a¨²n m¨¢s encastados. Parte del p¨²blico protest¨® su toreo de pases r¨¢pidos, instrumentados con alivio del pico, y cuanto m¨¢s se esforzaba el hombre, peores le sal¨ªan los pases. Hab¨ªa entablada una pol¨¦mica entre el torero y la afici¨®n. Al concluir las tandas, aquel manifestaba su extra?eza porque le pitaban, y se volv¨ªa a los tendidos pidiendo explicaciones. La respuesta era entonces contundente: un fenomenal abucheo.
Reinaba tambi¨¦n Carolo cuando se ten¨ªa por regla de oro de la torer¨ªa respetar al p¨²blico y no dirigirle gestos impertinentes as¨ª se hundiera el mundo. Respetable p¨²blico, le llamaban, y se hac¨ªa respetar. Un torero que osar¨¢ hacerle curritos ya pod¨ªa cortarse all¨ª mismo la coleta (o lo otro), porque hab¨ªa terminado su carrera. En la moderna tauromaquia, por el contrario, el respeto lo reivindican ellos, aduciendo que se juegan la vida. Claro que se juegan la vida. Aunque a¨²n se la juegan m¨¢s los otros toreros, los que no revuelven por lo corrales, ni imponen el borego inv¨¢lido para lucir sin competencia alguna su extra?a maestr¨ªa.
Compareci¨® Finito de C¨®rdoba y tore¨® a los toros de casta sin remilgos ni reservas. A uno boyante lo embarc¨® por redondos de singular val¨ªa y fue una l¨¢stima (acaso un disparate) que s¨®lo quisiera darle una tanda de naturales, pues los sac¨® extraordinarios y el toro iba de seda.
Finito posiblemente est¨¦ afectado por el s¨ªndrome Ponce y construy¨® su faena al estilo poncista. Un error, claro, porque Finito tiene personalidad suficiente para hacer un toreo propio de alta escuela. Al deslucido sexto lo mulete¨® animoso y aguant¨® con valor sus medias arrancadas por el pit¨®n izquierdo.
La diferencia entre Finito y sus compa?eros de terna fue evidente. Y, sin embargo, con borregos, los tres se habr¨ªan hablado de tu. Si saliera siempre el toro encastado e ¨ªntegro, algunos iban a correr m¨¢s que en los sanfermines.
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