Guerra en Europa
Desde el a?o 1000 hasta 1945, la condici¨®n normal de Europa ha sido la guerra. Fueron primero las guerras estacionales entre se?ores feudales y sus mesnadas por la ocupaci¨®n y adscripci¨®n de nuevas tierras a sus dominios: hab¨ªa una estaci¨®n de guerra como hab¨ªa otra de cosecha. Se abri¨® luego, cuando los Estados pudieron garantizar la paz dentro de sus respectivos territorios, el largo ciclo de las guerras entre monarcas por la supremac¨ªa europea: la rivalidad de Francia con los Habsburgo espa?oles y germanos ocasion¨® m¨¢s de dos siglos de lo que se ha llamado primera gran guerra europea, en la que acabaron por participar todas las monarqu¨ªas, de la inglesa a la sueca. No le faltaba raz¨®n al abb¨¦ de Saint Pierre cuando, "reflexionando acerca de las crueldades, las muertes, las violencias, los incendios y los otros diversos estragos que causa la guerra", se preguntaba "si la guerra era un mal absolutamente irremediable y si era completamente imposible hacer duradera la paz".Saint Pierre escribi¨® su op¨²sculo casi un siglo antes de que los ej¨¦rcitos de Napole¨®n se desparramaran por toda Europa en la m¨¢s palpable demostraci¨®n de que la guerra no era una t¨¦cnica de los se?ores feudales para aumentar sus posesiones ni un capricho de los monarcas absolutos para incrementar, sus dominios. Apenas apagado el eco de las revoluciones populares, comenzaron las guerras entre naciones que, tras el par¨¦ntesis abierto por el Congreso de Viena de 1815, se renovaron con la guerra de Crimea y la franco-prusiana, y llegaron en el siglo XX por dos veces a su culminaci¨®n en forma de guerra total. Las crueldades, las muertes, las violencias, los incendios y dem¨¢s estragos provocados durante los dos ¨²ltimos siglos no tienen parang¨®n posible con lo sucedido desde el a?o 1000 al 1800. Fue preciso que surgiera el nacionalismo para comprobar hasta d¨®nde puede llegar la crueldad de la guerra, que en nombre de la raza, del pueblo o de la naci¨®n no se limita a combates entre soldados, sino que marca como objetivo el exterminio de etnias enteras o el desplazamiento en masa de poblaciones civiles.
Toda esa historia parec¨ªa olvidada desde 1945. Pero olvidada gracias a un equ¨ªvoco, pues la paz que en 1945 se logr¨® establecer entre los Estados de Europa no obedeci¨® a factores pol¨ªticos que hubieran germinado en nuestro propio suelo, sino a que, al contrario de lo ocurrido en Westfalia en 1648, en Viena en 1815 o en Versalles un siglo despu¨¦s, el garante de esa paz fue una potencia exterior, Estados Unidos de Am¨¦rica. Si la paz hubiera dependido de los propios Estados europeos, tal como las cosas quedaron en 1945, con los rusos en Berl¨ªn y los brit¨¢nicos en Atenas, pasado alg¨²n tiempo, y rotos como siempre los acuerdos alcanzados en la mesa de negociaciones, habr¨ªa sonado de nuevo la hora de las armas.
De manera que, al final de la Segunda Guerra Mundial, los Estados de Europa occidental dejaron de basar la paz en los fr¨¢giles equilibrios firmados por sus sutiles diplomacias para fundamentarla en la contundente hegemon¨ªa militar, econ¨®mica y pol¨ªtica de Estados Unidos. Esta circunstancia guarda estrecha relaci¨®n con el desarrollo de tres procesos que se han revelado decisivos para la paz: la relativa homogeneizaci¨®n ¨¦tnica de los grandes Estados, con la masiva expulsi¨®n de alemanes de los territorios asignados a Francia, Polonia y Checoslovaquia y el consiguiente desarme del irredentismo nacionalista de gran potencia; la evoluci¨®n interna de cada Estado, con la consolidaci¨®n de democracias civiles estables y el declive del militarismo; y la aparici¨®n, con la Comunidad Europea, de un nuevo sistema pol¨ªtico basado no ya en equilibrios de poder entre naciones, sino en la construcci¨®n de un incipiente poder supraestatal centralizado.
Pero la naturaleza germinal y el horizonte todav¨ªa indeterminado del nuevo poder supraestatal impide hablar de Europa como un ¨²nico actor pol¨ªtico. Es un error decir que Europa se ha mostrado pasiva ante la guerra entre serbios, croatas y musulmanes. Pasivos fueron el Reino Unido y Francia ante Alemania en los a?os treinta. Europa, sencillamente, no existe como agente pol¨ªtico y, por tanto, mal puede actuar en una regi¨®n que ha seguido durante estos 50 a?os un camino por completo diferente, del que han faltado las tres condiciones antes mencionadas: la separaci¨®n ¨¦tnica, la democracia y una Comunidad pol¨ªtica supraestatal. Los mismos factores que explican la primera crisis y la guerra de los Balcanes en los a?os 1912 y 1913 han saltado de nuevo a la superficie, inmediatamente que la Uni¨®n Sovi¨¦tida se ha mostrado incapaz de sobrevivir, y Rusia de intervenir, y cuando Estados Unidos, ajeno al destino de Europa del Este durante todo este siglo, no tiene all¨ª ning¨²n inter¨¦s que defender.
Los pesimistas deb¨ªan recordar, sin embargo, que sin ese conato de poder supraestatal que es la Comunidad Europea y sin ese organismo de la vigilancia armada de Estados Unidos en Europa que es la OTAN, otras naciones balc¨¢nicas -Rumania, Bulgaria, Montenegro, Grecia y tal vez Turqu¨ªa- estar¨ªan quiz¨¢ envueltas en el conflicto, mientras Alemania, Francia, Rusia y el Reino Unido habr¨ªan entrado en la fase de gruesas palabras y estar¨ªan al borde de reconocer que sus respectivas diplomacias hab¨ªan fracasado y que sonaba de nuevo la hora de las armas. Todo esto puede parecer extremado y apocal¨ªptico en 1993, pero as¨ª son¨® ya en 1914 y otra vez en 1939: nadie pod¨ªa dar cr¨¦dito a lo que estaba pasando hasta que en efecto las pisadas de los grandes ej¨¦rcitos asolaron otra vez el suelo de Europa. S¨®lo hay que pensar en la hoguera que se habr¨ªa encendido ya en toda Europa si una Alemania desligada de la Comunidad, libre de la vigilancia de la OTAN y tentada a desarrollar una pol¨ªtica propia, no limitada a precipitados reconocimientos diplom¨¢ticos, hubiera enviado tropas a Croacia para defenderla de Serbia,
M¨¢s all¨¢ de hip¨®critas declamaciones sobre la culpabilidad universal, de denuncias parafascistas sobre la estafa que es la democracia y de in¨²tiles lamentos sobre la incapacidad de Europa, las condiciones de una paz que se extienda a todos los pa¨ªses europeos parecen ser las mismas que han hecho posible la paz entre los Estados de Europa occidental: la separaci¨®n ¨¦tnica, la fortaleza democr¨¢tica de cada Estado y la existencia de un poder supraestatal. El problema radica en que no hay separaci¨®n ¨¦tnica por mera iniciativa diplom¨¢tica, sin una previa matanza o sin un ej¨¦rcito de ocupaci¨®n que la imponga por la fuerza; en que la democracia no es posible bajo el poder de jefes locales armados; y en que cualquier poder por encima de los Estados debe ser ya europeo porque Estados Unidos no puede asumir la funci¨®n de gendarme universal. Ninguna de estas condiciones es f¨¢cil de cumplir, sobre todo la tercera, pues la fortaleza y la debilidad de Europa ha radicado hist¨®ricamente en su constituci¨®n como sistema polic¨¦ntrico y multiestatal. De ah¨ª que la guerra en la ex Yugoslavia no tenga soluci¨®n aceptable para todos y de ah¨ª que mientras queden grupos armados o ej¨¦rcitos del pueblo que pretendan construirse un Estado a la medida de su etnia o de su naci¨®n y no cristalice un poder eficaz, militar adem¨¢s de pol¨ªtico, por encima de los Estados y las naciones ya existentes, Europa parezca condenada a conjurar peri¨®dicamente su milenario fantasma de la guerra: ¨¦sa es nuestra tradici¨®n m¨¢s arraigada, ¨¦sa es nuestra cultura.
es catedr¨¢tico de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales en la UNED.
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