Michael Johnson gana la final que merec¨ªa
Michael Johnson gan¨® una final que necesitaba la m¨²sica de Ennio Morricone y la direcci¨®n de Sergio Leone. Estaban el profesional (Johnson), el campe¨®n (Quincy Watts) y el hombre que buscaba la venganza (Butch Reynolds). Los tres cuatrocentistas forman parte del grupo de caracter¨ªsticos m¨¢s importantes del circuito atl¨¦tico y unos de los pocos elegidos que han entrado en el club de los 43 segundos. Se decid¨ªa la final de 400 metros, una de las carreras m¨¢s esperadas del a?o. Venci¨® la eficacia y la solidez de un atleta que s¨®lo ha fallado una vez en su vida. Fue en los Juegos de Barcelona, donde pag¨® los efectos de una comida en mal estado. En Stuttgart, no fall¨®. Los profesionales no se permiten dos errores.Johnson escogi¨® los 400 metros en las pruebas de selecci¨®n norteamericana como medida de seguridad. Hab¨ªa sufrido una lesi¨®n que limitaba sus posibilidades en los 200 metros. No quer¨ªa arriesgarse. Los 400 es un territorio de absoluta confianza para el estadounidense. Gan¨® su puesto junto a Quincy Watts y Butch Reynolds. El pedigr¨ª era fant¨¢stico. Reynolds se acreditaba como plusmarquista mundial (43.29 segundos) y Watts como campe¨®n ol¨ªmpico (43.50). Johnson a?ad¨ªa un larga campa?a como invicto en los 400 metros.
El car¨¢cter de los tres americanos mejoraba todav¨ªa m¨¢s la prueba. Reynolds hab¨ªa vuelto de su destierro de dos a?os por dopaje y de una larga batalla legal contra la Federaci¨®n Internacional; Quincy Watts se gan¨® la condici¨®n de estrella mundial en los Juegos de Barcelona. Del anonimato hab¨ªa pasado al lujo que procuran las grandes firmas deportivas. Y Johnson era el matador. Johnson no corre, gana.
Las miradas se dirigieron al palco, hacia Nebiolo, protagonista secundario de la carrera. Reynolds hab¨ªa declarado una cruzada contra el presidente de la Federaci¨®n Internacional. Quer¨ªa la victoria desesperadamente para humillar a Nebiolo, el hombre que le castig¨® por dos veces. Los elementos de la carrera eran espl¨¦ndidos. S¨®lo faltaba Morricone con su m¨²sica efectista para convertir el asunto en un duelo ¨¦pico.
La opci¨®n del r¨¦cord
Hab¨ªa otra posibilidad: el r¨¦cord del mundo. La espectacular salida del nigeriano Sunday Bada alent¨® a¨²n m¨¢s la esperanza. Desde la sexta calle se lanz¨® a una aventura descabellada. Se coloc¨® a la altura de Reynolds, que viajaba por la s¨¦ptima, y abri¨® un boquete sobre el resto. Watts sinti¨® el efecto del ritmo. No era el mismo que en Barcelona, donde su dominio fue imperial.
Johnson no se sobresalt¨®. Con su estilo heterodoxo (el hombre de la escoba en el pecho), comenz¨® a aumentar la frecuencia de su cort¨ªsima zancada y a sacar provecho de su incre¨ªble facilidad para recorrer las curvas. Nunca en la historia se ha visto a nadie como Johnson para doblar las curvas. Su bajo centro de gravedad y la estatura discreta (1,80 metros, cuando la media de los finalistas era de 1,87) le ayudan. Es el estilo que le sirvi¨® para alcanzar a Bada y aplastar a sus rivales. Su segunda curva fue maravillosa. Cuando entr¨® en la recta final, ten¨ªa cinco metros sobre Reynols. La gente mir¨® al marcador, donde corr¨ªan los segundos y las d¨¦cimas. Quiz¨¢ el r¨¦cord del mundo estaba en aquella c¨®mica zancada. Pero el milagro no ocurri¨®. Johnson gan¨® con 43.65, la tercera marca de la historia. Lo hizo con la seguridad de los profesionales de la victoria.
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