Concierto sorpresa de Prince en Barcelona
400 personas tuvieron que superar un riguroso control para presenciar la actuaci¨®n
Y ocurri¨®. Cuando nadie lo esperaba y todo el mundo estaba convencido de que los deseos de Prince de ofrecer alg¨²n concierto sorpresa en su gira espa?ola no eran sino puro montaje promocional. Ocurri¨® deprisa y por sorpresa. Prince hab¨ªa despreciado la noche del viernes en Madrid, una noche id¨®nea para tocar, ya que ten¨ªa el d¨ªa libre. Pero nada m¨¢s llegar a Barcelona en la tarde del domingo manifest¨® a su promotor nacional, Pino Sagliocco, que ¨¦sa ser¨ªa la ciudad de su concierto pirata.Hab¨ªa que buscar en apenas seis horas una sala y un equipo de escenario. Las primeras llamadas fueron al Otto Zutz, una discoteca de gran tradici¨®n noct¨¢mbula, pero las vacaciones del equipo directivo frustraron el contacto. Alfonso Sostres, director del Estandard, fue localizado en Tamariu, y horas despu¨¦s ya ten¨ªa a un equipo de Prince revisando la sala, poniendo en la calle a todo el personal y dej¨¢ndoles entrar de nuevo tras un riguroso control con detectores de metal y la entrega de una camiseta amarilla con el logotipo de Prince a modo de uniforme.
A todo esto, el concierto del Palau Sant Jordi estaba en su apogeo, igual que los rumores. Que se hace, que no se hace, que igual s¨ª, que depende... La confirmaci¨®n oficial desat¨® las carreras por conseguir una credencial de acceso al Estandard. "Toma una pero no se lo digas a nadie". Ese era el soniquete que oyeron todos los afortunados. Al acabar el concierto, Prince se esfum¨® en su limusina al hotel mientras su grupo acud¨ªa a cenar pollo con ensalada al restaurante del Estandard, ya tomado por un implacable servicio de seguridad capitaneado por un asi¨¢tico de aspecto nada tranquilizador. Sostres buscaba oporto en las bodegas de su local, el ¨²nico alcohol que bebe Prince.
Comenzaron las colas. Era la 1.30 de la madrugada y todo el mundo quer¨ªa entrar. Al final, quienes no ten¨ªan pase pudieron hacerlo previo pago de 2.000 pesetas. El dinero para el grupo, la recaudaci¨®n de las barras y el prestigio para el local. Un local cuyo director todav¨ªa se pellizcaba, incr¨¦dulo y aturdido. Como fuera que Prince quer¨ªa tener una audiencia con mayor¨ªa femenina, las colas se establecieron por sexos, como en los lavabos. Los detectores de metal, las manos irrumpiendo con brusquedad en bolsos y mochilas, los apretujones, alguna palabra gruesa y la mirada del asi¨¢tico disuadieron a m¨¢s de uno. Al final, s¨®lo unas 400 personas entraron. Ni siquiera se llen¨®. Nadie se lo cre¨ªa.
Entre el p¨²blico, mucha chica. Ombligos al aire, escotes profundos como una mina y novias buscando al novio abandonado en la cola masculina. "No ser¨¢ cierto", "es una quedada", "ahora dir¨¢ que se va al hotel con la bailarina y santas pascuas". Pero no. La se?al de la certeza la dio una vez m¨¢s el equipo de seguridad, que impidi¨® al p¨²blico acudir a los lavabos, porque el pasillo de acceso pasaba demasiado cerca de donde estaba el pr¨ªncipe. Una inglesa del equipo de Prince sacaba fotos como en las fiestas de Marbella, Pino Sagliocco iba y ven¨ªa y Alfonso Sostres repart¨ªa copas con generosidad. Iba a actuar.
Y lo hizo, con todo su grupo. Ah¨ª estaba, vestido de blanco, con un colgante con dos de sus logotipos y su peinado rococ¨® primorosamente reconstruido. De cerca se le ve¨ªa m¨¢s bajito, pero su mirada tambi¨¦n era mucho m¨¢s intimidadora y dominante. Eran las 4.10 de la madrugada, y durante hora y media, Prince se acerc¨® a los mortales y dej¨® que le mirasen. Incluso permiti¨® que en su ¨²ltimo tema saliesen a bailar con ¨¦l media docena de personas, todas ellas chicas. Luego se esfum¨® de la mano de Maite Garc¨ªa, su bailarina. A¨²n hab¨ªa gente pellizc¨¢ndose.
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