La voz a ti pagada
Las mejores noches de mi vida las he pasado con los norteamericanos. Desde peque?os se nos predispon¨ªa a ellos: las mam¨¢s hab¨ªan crecido enamoradas de los m¨¢s agraciados de su ¨¦poca; a los pap¨¢s, si se les comparaba por guapos, era con el m¨¢s guapo de aquella constelaci¨®n, y hasta las chicas de servicio te hablaban con otra voz, en la hora sagrada de las patatas fritas largas y estrechas, de sus sue?os irrealizados con el vaquero de las piernas arqueadas. Antropol¨®gicamente quiz¨¢ no tanto, pero socialmente, y sobre todo est¨¦ticamente, ¨¦ramos alimentados en el deseo y disfrute de sus formas.Luego llegaba el d¨ªa de las espa?olas, que a cada cual le daban gusto de manera distinta. Muchos las prefer¨ªan santurronas, pero con una punta tonadillera; otros, temperamentales hasta la l¨¢grima f¨¢cil; otros, incluso, de estirpe regia, y no pocos se pirraban por las toreras. A Europa le costaba colocar, no m¨¢s en esos d¨ªas que hoy, a sus representantes m¨¢s opulentas; en el final de mi adolescencia cobraron fama las suecas. Hab¨ªa dificultad en pronunciar su nombre, pero hasta los curas nos incitaban a ellas: empezaba la era Bergman.
Dec¨ªa todo esto -hablando, claro, de cine- para que las personas de probado buen gusto no piensen que mi art¨ªculo es una cruda pieza de ese antiamericanismo que se da bastante en festivales de cine y, particularmente, recuerdo, en el de San Sebasti¨¢n de 1990, donde un jurado de mayor¨ªa rabiosamente europea dio el gran premio a una inane y bienintencionada pel¨ªcula de un, por otra parte, excelente director vasco-espa?ol contra la favorita de todos los presentes, Muerte entre las flores (Miller's crossing), esa extraordinaria obra de cine, de cine americano, de los (parad¨®jicamente antisistema) hermanos Coen. Aunque la nacionalidad sea igual de est¨²pida como ¨ªndice de calidad u originalidad en el arte que en la vida real (y la prueba cinematogr¨¢fica m¨¢s convincente es que un porcentaje alto de los m¨¢s grandes directores y art¨ªfices de Hollywood fuesen y son europeos), el cine americano, por una serie de razones largas de desarrollar pero que, b¨¢sicamente, tienen tanto que ver con el costoso aparato expresivo como con la preponderancia all¨ª de un fundamento visual, ha sido hist¨®rica y popularmente identificado, sin m¨¢s, con el cine. Yo repito que en la moviola de mi memoria hay mayor n¨²mero de momentos de placer producidos por los filmes norteamericanos que por las magistrales pel¨ªculas de Eisenstein y Pasolini, Bu?uel, Ozu, Truffaut y tantos otros... Ahora bien, las maravillas del cine USA no existir¨ªan sin el entramado de su potente industria, que, como toda empresa humana basada primordialmente en el enriquecimiento de sus financiadores, tiene una buena parte de trama negra: despiadada, acaparadora, despreciativa o miserablemente paternal con lo aut¨®ctono, y criminal, si se me permite la palabra, en el control asfixiante de lo que le molesta.
Dos sucesos motivan que una verdad tan sabida como ominosa tenga ocasi¨®n de ser exhumada de la tumba de lo inevitable: los hombres y mujeres del cine europeo se levantan en armas contra la bota de celuloide del yanqui, y entretanto, nuestros dobladores van a las barricadas pidiendo a los patronos que no menosprecien su trabajo con subcontratas perif¨¦ricas. El anecdotario de estos dos acontecimientos, dispares pero conc¨¦ntricos, est¨¢ siendo -y no acaba aqu¨ª- amplio. En las negociaciones de la Ronda Uruguay del GATT, los pol¨ªticos de la CE luchan a arancel limpio para evitar que Estados Unidos imponga su criterio de que los productos audiovisuales (como el resto de la producci¨®n cultural) son "una rama m¨¢s del sector de servicios", pero un benem¨¦rito cineasta portugu¨¦s, Vasconcelos, dirige mientras una carta abierta a su colega Ford Coppola pidi¨¦ndole a ¨¦l y a los directores m¨¢s conscientes de Hollywood un apoyo basado en la peregrina soluci¨®n de que las cintas europeas sean debidamente dobladas para el mercado USA, dirigiendo ellos mismos, si sus superproducciones les dejan tiempo; dichos dobla es. En Espa?a, como suele ser norma en tiempo de acoso, voces de acentos patrios se elevan para afirmar que "el doblaje espa?ol es el mejor del mundo".
Ya en 1945, clamando venenosamente contra esa pr¨¢ctica, escrib¨ªa Borges: "Oigo decir que en las provincias el doblaje ha gustado". Conviene recordar una vez m¨¢s que el doblaje se instaur¨® obligatoriamente en esa gran provincia que fue la Espa?a de Franco con la victoria de los nacionales (por razones de ¨ªndole pol¨ªtica, no cultural) y es, por el contrario, repudiado y casi inexistente en la mayor¨ªa de pa¨ªses latinoamericanos, incluidas las rep¨²blicas m¨¢s bananeras. Respecto a su calidad s¨®lo dir¨¦ una cosa, hablando en este caso con cierto conocimiento de causa, pues he traducido y seguido de cerca, por un acuerdo con el director que dura ya casi 20 a?os, las versiones de doblaje de los filmes de Stanley Kubrick: el cuerpo de doladores espa?oles, tan reducido que para algunos tiene algo de mafia, es excelente, s¨ª, por el sencillo hecho de que en n¨²mero cada vez mayor est¨¢ compuesto de actores de la cantera nacional, abocados a esa actividad secundaria por el paro en cine y teatro.
Lo que sucede es que el doblaje en s¨ª es intr¨ªnsecamente perverso, el modo de hacerlo a menudo rutinario y apresurado, y el fen¨®meno de la repetici¨®n de voces de una a otra pel¨ªcula, frustrante y antidram¨¢tico (raz¨®n por la cual Kubrick insiste en elegir ¨¦l, de acuerdo con el distinguido director de doblaje que especialmente contrata, actores no quemados en esas lides).
Los conformistas se?alan, en favor del doblaje, a esa vieja dama holgazana, la costumbre. Pero mayor costumbre hab¨ªa de gobernaci¨®n antidemocr¨¢tica en este pa¨ªs y hoy nadie decente a?ora las ventajas de la dictadura. Un siglo venidero y f¨¢cilmente desacostumbrado al doblaje se burlar¨ªa de la falsificaci¨®n de las voces irrepetibles de Woody Allen o Sharon Stone con la misma soma con que hoy ver¨ªamos el intento de grupos pop espa?oles de doblar en castellano las canciones de los que tal vez as¨ª ser¨ªan llamados Los Puertas o Subterr¨¢neo de Terciopelo, por citar dos bandas legendarias del rock americano hoy en boga.
Naturalmente, la presi¨®n de las grandes casas norteamericanas de producci¨®n-distribuci¨®n no acaba ni descansa en el doblaje de sus filmes, aunque pa¨ªses como Espa?a e Italia, donde es mayoritario, sean sus territorios europeos m¨¢s colonizados cinematogr¨¢ficamente, a excepci¨®n, claro, del Reino Unido, que comparte el idioma. Pero es tan goloso el regalo del doblaje que las grandes distribuidoras USA y sus filiales hispanas no han dudado ante la huelga en resucitar, pervirtiendo su sentido una pr¨¢ctica de la lucha democr¨¢tica norteamericana, el busing o transporte de colegiales negros a escuelas integradas, llevando en este caso a Par¨ªs a aquellos voluntarios que permitir¨¢n la desintegraci¨®n de Parque Jur¨¢sico en castellano.
Yo no soy tan optimista como los que piensan que antes de fin de a?o la huelga de dobladores y el acento gallego de sus sustitutos habr¨¢n impuesto la versi¨®n original en todo el territorio espa?ol. Pero s¨ª me atrevo a hacer un vaticinio de visionario a m¨¢s largo plazo. Frente a las cifras apabullantes, un 80% del mercado audiovisual europeo controlado por Estados Unidos, que a su vez s¨®lo consume un 2% de cine europeo, un 53% de filmes norteamericanos en la programaci¨®n televisiva espa?ola, los pa¨ªses de la CE no tendr¨¢n m¨¢s remedio que tomar medidas pol¨ªticas de rango militar, militante. A m¨ª, que no soy un experto, se me ocurren algunas. Pero la que terminar¨¢ sin duda por llegar es la prohibici¨®n pura y simple de todo doblaje para que, dado el hecho de que el cine europeo seguir¨ªa su t¨®nica de exhibirse casi exclusivamente subtitulado en los vecinos pa¨ªses comunitarios, los norteamericanos compitan al menos en eso en igualdad de condiciones, y con la desigualdad de ese ligero y leg¨ªtimo handicap vocal respecto a nuestras cinematograf¨ªas nacionales. El d¨ªa, cuando llegue, ser¨¢ de mucha dignidad. Los espectadores, que ver¨¢n los filmes y las pel¨ªculas en su integridad, sin la chapucer¨ªa hoy vigente, no pagar¨¢n con su entrada el precio de una doble traici¨®n. Y los dobladores recuperar¨¢n la suya, dando cuerpo en las pantallas recobradas a su voz no robada.
Vicente Molina Foix es escritor.
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