Federico Fellini (1)
R¨ªmini
Siempre recordar¨¦ la primera vez que Fellini me habl¨® de su infancia. Fue durante el rodaje de Giulietta degli Spiriti, en un oscuro rinc¨®n del Caf¨¦ Greco de la Via Condotti, el mismo que habitan todav¨ªa los fantasmas de Byron y de Shelley. La historia de una infancia es siempre la prehistoria de una vida. La imaginaci¨®n deforma los contornos dl recuerdo y la nostalgia see torna peligrosamente creadora. Hay que ser un poeta para saber contar su infancia. O un mentiroso, o un loco. Un hombre que tuviera simplemente memoria s¨®lo dir¨ªa cosas exactas, pero nada verdadero."Nac¨ª en R¨ªmini. ?Conoces Rin¨²ni? No, no puedes conocerlo. Nadie puede conocer R¨ªmini a menos de haber visto la luz all¨ª y pasado sus primeros a?os hurgando en los recovecos de la ciudad. Es importante haber nacido en un lugar fuera de lo com¨²n. Si yo fuera ginebrino me habr¨ªa convertido probablemente en un banquero con la nalga redonda y confortable. De haber nacido en Sevilla ser¨ªa torero y me pasar¨ªa la vida muerto del susto. Pero las cifras no me dicen nada v¨¢lido y los toros me parecen bestias dulces y pensativas. La idea de sacrificarlas me parece propiamente absurda. R¨ªmini es una ciudad it¨¢lica y feudal. Siempre fue fabulosa y siempre lo ser¨¢. No lejos de la ciudad corre un peque?o r¨ªo que las lluvias transforman de vez en cuando en torrente. En verano, durante los grandes calores, se evapora de pronto, como un perfume. Es el Rubic¨®n. A los ocho a?os yo ya sab¨ªa que C¨¦sar -ese general que parece salido de una de mis pel¨ªculas- lo hab¨ªa franqueado pese a la prohibici¨®n formal del Senado romano: 'General o soldado, detente aqu¨ª y no dejes pasar el Rubic¨®n ni a tus estandartes, ni a tus armas, ni a tu ej¨¦rcito'. Entonces, cuando estaba solo, me tiraba de cabeza al hist¨®rico hilo de agua, aullando: 'Alea jacta est!".
"Los pueblos de la regi¨®n se alinean todos sobre r¨ªos y arroyos. Hay muchos arroyos cerca de R¨ªmini. Pero no. se los ha sabido tomar en serio, como en Venecia. Nosotros no tenemos alma de mercaderes. Somos m¨¢s bien po¨¦ticos, como nuestros bueyes, que tienen los cuernos en forma de lira. Todas las ciudades importantes de la regi¨®n jalonan la ¨²nica gran v¨ªa que hizo penetrar en Francia el arte italiano bajo todas sus formas. Se la llam¨®, bajo el Renacimiento, la V¨ªa Franc¨ªgena. Es como decirte que nac¨ª en una regi¨®n donde hace siglos hormigueaban los poetas, los pintores y los escultores que hicieron de Italia ese gran museo universal que tanto fastidiaba al pobre Mussolini".
"Ariosto -el mismo a quien, despu¨¦s de haber le¨ªdo su Orlando furioso, el cardenal Hipolito d'Este pregunt¨® asombrado: 'Ma dove avete preso tutte queste coglionerie?"- fue el primer poeta italiano que encontr¨® en m¨ª un apasionado lector. Me gusta porque exagera siempre lo bello y lo triunfal, lo que hay en ¨¦l de m¨¢s italiano".
"Despu¨¦s de Ariosto vino el Dante. Mi encuentro con Dante es muy importante. Cuando le¨ª por primera vez la historia de Francesca de R¨ªmini, del pobre Lanciotto di Polenta y de su hermano Paolo, comprend¨ª que todo, ?me entiendes?, todo en la vida, aun una banal historia de adulterio provinciano, puede ser sublime si se saben contar los hechos con cierto lenguaje y con un poco de talento. Fue Dante el primero que me hizo reflexionar sobre esa palabra abstracta que a muchos les gusta escribir con may¨²scula: el Arte".
"Mi regi¨®n es tambi¨¦n una regi¨®n de grandes nombres. No s¨¦ gran cosa de los arist¨®cratas. Nunca los frecuent¨¦. Temo mucho la compa?¨ªa de seres que habitan en un mundo al cual no tengo acceso. Los evito como evitar¨ªa ma?ana a los marcianos que desembarcaran de un cohete en la Piazza del Popolo. Sin embargo, ?sabes?, les envidio sus nombres. Los nombres de los arist¨®cratas italianos son los m¨¢s hermosos del mundo. ?Ordelaffi da Forli! ?Pallavicini di Piacenza! ?Bentivoglio da Bolonia! ?Malatesta di R¨ªmini! Malatesta era, de ni?o, mi apellido favorito. Ten¨ªa que ser un forajido extraordinario, un guerrero invencible, un hombre conquistador de innumerables mujeres para llamarse as¨ª. ?Sabes cu¨¢les son las armas de los Malatesta? Una rosa y un elefante. Quiz¨¢s porque eran a la vez poetas y soldados, fuertes y fr¨¢giles, rudos y delicados. Jugando en lo que queda de las murallas de la formidable fortaleza de los Malatesta, tuve, muy joven, la intuici¨®n de que las fuentes del verdadero poder, del poder que dura, dependen ante todo de una posibilidad de retirada r¨¢pida y segura ante el enemigo. Por eso me impresionan tanto los castillo?.
Federico pidi¨® el quinto caf¨¦ de la ma?ana y prosigui¨® cont¨¢ndome:
"En la ¨¦poca de mi infancia hab¨ªa dos R¨ªmini perfectamente distintos. No pienso que actualmente haya cambiado mucho. En invierno, el campo tomaba brutalmente posesi¨®n de la ciudad. Las ferias y los mercados se instalaban en las plazas. En las terrazas de los caf¨¦s, los gritos de los tratantes de ganado cubr¨ªan las voces discretas y pausadas de los ciudadanos. R¨ªmini dejaba de ser de repente la ciudad con un pasado glorioso, una historia, una tradici¨®n, leyendas y fantas¨ªas de enamorados. Se convert¨ªa, en un abrir y cerrar de ojos, en un pueblo ruidoso donde s¨®lo se o¨ªan los relinchos de los caballos, los mugidos de los grandes bueyes blancos y los gritos de todos esos hombres vestidos de pana negra que discut¨ªan el precio de los cerdos y el del vino color morado que se beb¨ªa directamente de los grandes c¨¢ntaros panzones. Pero el invierno tambi¨¦n metamorfosea el mar, que se vuelve gris y violento, una especie de caldo de algas en perpetua ebullici¨®n. ?No sabes t¨² c¨®mo amo yo ese mar! Es misterioso, traidor y al mismo tiempo tan acogedor. Uno no se puede fiar de ¨¦l ni un segundo y, sin embargo, hay que tenerle a menudo una ciega confianza. Es un mar-mujer. M¨¢s fuerte que los hombres que lo surcan. En todas mis pel¨ªculas, el Adri¨¢tico est¨¢ presente. En esa somnolencia del invierno todo el mundo parece perder -como las marmotas- todo inter¨¦s en seguir viviendo. Pero hay una corporaci¨®n que se deja ir exageradarnente a esa nefasta indolencia. Son los vitelloni. No trates de encontrar una traducci¨®n exacta porque esa palabra no existe en ning¨²n otro idioma que no sea el nuestro. No significa granuja, ni vago, ni marginado, ni vividor. Es una palabra que tiene un sinf¨ªn de matices. Una palabra complicada. El vitellone, indolente, pesimista por naturaleza, desilusionado, so?ador -en cierto modo, un sabio que desprecia la filosof¨ªa-, es un producto t¨ªpicamente italiano, fuertemente enraizado all¨ª donde se encuentra, junto al Adri¨¢tico o a orillas del Mediterr¨¢neo. Prolifer¨® generosamente bajo el fascismo. Cierto es que durante esa ¨¦poca toda f¨®rma de tonter¨ªa era generalmente gratificante".
"Creo", le dije a Federico, "que en espa?ol el equivalente del vitellone podr¨ªa ser el se?orito "
"?En qu¨¦ se parecen", se interes¨® Federico.
"El se?orito espa?ol", le expliqu¨¦ a Fellini, "es, como el vitellone italiano, un par¨¢sito en alto grado, que vive al margen de la sociedad de su pa¨ªs. No trabaja, no produce, no crea y, desgraciadamente, a veces procrea. Generalmente desprovisto de dinero personal, vive de lo que puede darle su familia, las mujeres que seduce o los amigos a los que logra ablandar. El se?orito, como el vitellone, es un personaje pat¨¦tico: no tiene raz¨®n de ser. La muerte de todos ellos en conjunto no plantear¨ªa ning¨²n problema ni a la econom¨ªa, ni a la pol¨ªtica, ni a la historia del pa¨ªs".
Fellini medita unos segundos antes de murmurar:
"S¨ª, claro, se parecen mucho, aunque...".
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