Corrupci¨®n en la ONU
LOS CASCOS obtuvieron el Premio Nobel de la Paz en 1988. Eran entonces apenas 10.000 en todo el mundo. Hoy, s¨®lo en Somalia, hay m¨¢s del doble. En Bosnia, como en muchos otros focos de conflicto, son la garant¨ªa de supervivencia para muchas v¨ªctimas de la guerra. Si entonces ganaron un Nobel, hoy podr¨ªan, con justicia, ganar 10. Y, sin embargo, coincidiendo con la potenciaci¨®n de su papel y de la propia ONU en una ¨¦poca de aceleraci¨®n hist¨®rica sin precedentes, la organizaci¨®n est¨¢ en la picota. Por presunta corrupci¨®n, por derroche injustificado, por actuaciones indebidas, por burocracia desbocada, por gigantismo incontrolado; hasta por presuntos asesinatos.Cinco a?os despu¨¦s, el importe de aquel premio, unos treinta millones de pesetas, comprometido en su d¨ªa para crear una fundaci¨®n que atendiera a las necesidades de los heridos en cumplimiento de su misi¨®n o de los familiares de los muertos, se halla en paradero desconocido. Tal vez haya servido, simplemente, para tapar alguno de los numerosos agujeros de una organizaci¨®n en bancarrota cr¨®nica: entre otros motivos, porque algunos de sus principales contribuyentes, como Estados Unidos, son morosos.
De vez en cuando han surgido acusaciones de corrupci¨®n: desv¨ªo de partidas alimenticias en operaciones de ayuda a poblaciones hambrientas o malversaci¨®n de fondos destinados a refugiados. Pero tal vez nunca hab¨ªan sido tan graves como las que, ahora mismo, se dirigen contra los en Sarajevo, objeto de una investigaci¨®n en torno a supuestas pr¨¢cticas de narcotr¨¢fico, mercado negro, fomento de la prostituci¨®n o relaciones con las mafias locales. Simult¨¢neamente, el Ej¨¦rcito belga estudia las denuncias de malos tratos e incluso homicidios de somal¨ªes por parte de soldados de su contingente.
Por supuesto, se trata de casos aislados que en forma alguna debieran lesionar el reconocimiento p¨²blico a unos hombres que se juegan la vida por salvar la de los dem¨¢s y que, a veces, la pierden, como ya ha ocurrido con 10 espa?oles en Bosnia. La labor pacificadora de los cascos azules ha contribuido, y sigue haci¨¦ndolo, a resolver conflictos en cuatro continentes. Pero ello no debe impedir que el secretario general, Butros-Gali, y los mandos sobre el terreno investiguen a fondo estas denuncias y castiguen a los responsables en el caso de ser ciertas.
La imagen de la organizaci¨®n se ha visto afectada tambi¨¦n ¨²ltimamente por denuncias de comportamientos corruptos por parte de funcionarios adscritos a los ¨®rganos permanentes de la misma. Se trata de altos cargos con sueldos multimillonarios que no ejercen ninguna funci¨®n concreta, de pensiones e indemnizaciones desmesuradas, de miles de millones gastados en viajes de avi¨®n en primera clase o gastos suntuarios, de inversi¨®n desproporcionada en burocracia respecto a las operaciones sobre el terreno.
Es el precio del gigantismo de una organizaci¨®n que cuando se fund¨®, en 1945, apenas si ten¨ªa 1.500 empleados, y que hoy cuenta con 51.600 (adem¨¢s de 9.600 asesores). Una desmesura que se extiende por todo el mundo, a trav¨¦s de sus 150 organismos especializados y agencias. Tan s¨®lo una de ¨¦stas, la FAO, dedicada a buscar soluciones al hambre en el mundo, emplea a 7.000 personas y dedica la tercera parte de su presupuesto, 173.000 millones de pesetas, a los gastos de su sede central, en Roma.
La burocracia, la administraci¨®n de un presupuesto anual que supera el bill¨®n de pesetas, ha llegado a fagocitar en gran parte al alma de la ONU. Cuando Gali asegura que las Naciones Unidas se enfrentan a una crisis econ¨®mica sin precedentes y admite que hay fallos administrativos y exceso de personal reconoce una obviedad. Pero con independencia de que sea necesario, o no, un reajuste de plantilla, lo que tiene que cambiar es la filosof¨ªa de gesti¨®n. Se impone un aumento de la productividad, una moderaci¨®n salarial, un control sobre el gasto y una mayor transparencia. Como en cualquier empresa o cualquier pa¨ªs.
Los Estados miembros tienen la obligaci¨®n de imponer una limpieza a fondo que permita aumentar la eficacia de una organizaci¨®n a la que ahora se vuelven todos los ojos apenas estalla una guerra o una tragedia humanitaria. Porque, parad¨®jicamente, nunca como en la era del poscomunismo ha sido m¨¢s patente la necesidad de supervivencia de la ONU. Sanear su estructura es, sin duda, la mejor garant¨ªa de que seguir¨¢ siendo ¨²til.
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