Los desheredados
JOSU MONTALB?N GOICOECHEA
Los desheredados son los que han dejado de ser heredados en contra de su voluntad.Por el mero hecho de serlo, el hombre es poseedor de una serie de caracter¨ªsticas, de bienes ra¨ªces, que no deben ser cuestionados por sus semejantes, por m¨¢s extra?as que dichas caracter¨ªsticas sean, siempre que no supongan un peligro evidente para los dem¨¢s.
No suponen un peligro las personas de diferente color en la piel, de diferentes facciones, de diferentes lenguas y costumbres, que llegan buscando el alimento que no hallan en sus tierras de origen. No suponen un peligro quienes, por haberse inyectado "entusiasmo" en las venas, han alimentado virus mortales de ese mal llamado sida. No suponen un peligro los hombres que prefieren hacer el amor con los hombres, ni las mujeres que prefieren hacer el amor con las mujeres.
Como el resto de los hombres y mujeres, vieron la luz pre?ados de esperanzas y desde el primer respiro, sin darse cuenta, se entregaron a la irreparable e irrenunciable tarea de vivir. En la noble obligaci¨®n de respirar, no cabe tomarse ning¨²n respiro -valga la redundancia- S¨®lo cabe seguir a cualquier precio, pero ?qui¨¦n fija el precio?
La sociedad (?soberana?) fija unas normas estrictas de comportamiento de las que quedan exentos los diferentes, los que no se acomodan a la regla y son, por tanto, las excepciones que confirman la regla. Si nos disponemos a precisar hasta el extremo, convendremos en que no es precisamente la sociedad en su conjunto la que fija los comportamientos. Son, en todo caso, determinadas ¨¦lites, no siempre las m¨¢s cualificadas, las que determinan lo admisible y lo inadmisible bas¨¢ndose c¨ªnicamente en los deseos generalizados de una mayor¨ªa social a la que ellos mismos se han encargado de sobrecargar de prejuicios.
En los ¨²ltimos tiempos, algunos Gobiernos est¨¢n tomando medidas claramente discriminatorias hacia colectivos y personas por el mero hecho de que sean diferentes. Las restricciones aplicadas, tanto en el n¨²mero como en las condiciones de entrada, de extranjeros y transe¨²ntes, iniciadas por el Gobierno conservador de Balladur en Francia, o la proposici¨®n de Clinton de permitir a los homosexuales pertenecer al Ej¨¦rcito norteamericano siempre que no se pronuncien sobre su condici¨®n son dos muestras de cuanto he dicho en el p¨¢rrafo anterior. No obstante, los ciudadanos de a pie deben tener en cuenta que estas formas de institucionalizaci¨®n o nacionalizaci¨®n de la insolidaridad y los falsos prejuicios responden en gran medida a los propios deseos de las sociedades que se dicen llamar posmodernas.
Las dificultades por las que atraviesan algunas econom¨ªas, provocadoras de altos porcentajes de desempleo, han sobrevenido en hermetizar las fronteras a las personas, precisamente en una ¨¦poca en que el comercio ha convertido en internacionales y universales los objetos, enseres y art¨ªculos de compraventa. Al mismo tiempo, la doble moral que ha vuelto a aparecer de forma evidente en las conservadoras sociedades modernas ha llevado a la postergaci¨®n y el rechazo de personas por el mero hecho de padecer enfermedades generadas en el propio lecho social, al lado justo del mercantilismo y la miseria. ?Y qu¨¦ se puede decir de la hipocres¨ªa de quienes rechazan las pr¨¢cticas diferentes de los homosexuales sino que son ellos los que est¨¢n absolutamente fuera de lo natural?
Cabr¨ªa hablar de m¨¢s grupos sociales inaceptados por diferentes, pero la paradoja m¨¢s flagrante se produce actualmente con los gitanos. En nuestros tiempos, en que la recesi¨®n ideol¨®gica ha permitido o es consecuencia (todo puede ser) de la aparici¨®n de movimientos nacionalistas que basan sus reivindicaciones en historias, costumbres y culturas, nadie o casi nadie es capaz de entender la reivindicaci¨®n gitana, basada en una cultura espec¨ªfica, unas costumbres arraigadas y una historia antigua, profunda y enclavada en lo universal.
La sociedad actual precisa emplear alg¨²n tiempo en la reflexi¨®n. Si de algo se puede tachar a la sociedad es de incongruente. Su definici¨®n de los grandes conceptos que han de determinar la convivencia no es todo lo amplia que debiera. La libertad de los ciudadanos se toma, a veces, en libre albedr¨ªo por el mero hecho de no asumir los deberes y responsabilidades derivados de la pertenencia al amplio grupo de la humanidad. La solidaridad, ejercida como h¨¢bito de conducta, se ha convertido en una pr¨¢ctica caritativa selectiva. La tolerancia hacia los otros se ha ubicado tras un tamiz de condiciones excesivamente riguroso, que los otros deben atravesar. La justicia, apoyada en leyes y, a veces, al margen de ellas, no es m¨¢s que una ceremonia de entrega de diplomas de m¨¦rito o dem¨¦rito. La sociedad, apoyada en estas entelequias, es un gallinero.
Mucho deben hacer los gobernantes y la sociedad en su conjunto por devolver a los desheredados lo que les fue sustra¨ªdo al margen de la justicia. Hoy m¨¢s que nunca hay que hacer realidad el "vive y deja vivir" de los reaccionarios actuales. Si no lo conseguimos, seremos para siempre unos "amenazados" por la propia sociedad a la que pertenecemos, es decir, por nosotros mismos.
es diputado foral de Bienestar Social de Bizkaia (PSE-EE).
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