Expr¨ªmir el hurac¨¢n
Juan Luis Guerra y 440
Ciclo M¨²sica en Las Ventas. 20.000 personas. Precio: 2.500 y 3.500 pesetas, Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 14 de septiembre.
Juan Luis Guerra ha conseguido lo que parec¨ªa imposible: convertir en mayoritaria una m¨²sica antillana y latina, en un mundo musical dominado por el rock, el pop, las recopilaciones y el bakalao. No es ninguna tonter¨ªa. ?C¨®mo lo ha conseguido?Los po¨¦ticos textos de sus canciones proclaman sentimientos solidarios muy primarios, que emocionan. Su capacidad para convertir en mensaje optimista situaciones negativas (pobreza, hambre, desigualdad ... ), engancha porque no hurga en la herida: simplemente la descubre. El otro aspecto de su tir¨®n popular es la m¨²sica. Su indiscutible latinidad queda matizada con un tratamiento muy pop de los coros, y los teclados contribuyen a suavizar el impulso en¨¦rgico que caracteriza a g¨¦neros hermanos, como la salsa. Con estos ingredientes, y el enorme ¨¦xito popular de sus tres ¨²ltimos discos como respaldo, Juan Luis Guerra y 440 triunfaron por todo lo alto en la plaza de las Ventas, ante 20.000 espectadores. Muchos espectadores; demasiados.
Como sardinas en lata -en tiempos de crisis, hay que rentabilizar lo seguro-, asistieron arrebatados a todo un recorrido por el merengue y la bachata, g¨¦neros dominicanos que constituyen el repertorio de Guerra. Comenz¨® por lo m¨¢s trepidante: el merengue. El costo de la vida, Rosal¨ªa, Woman del Callao, Visa para un sue?o... Ah¨ª estaban las ra¨ªces del soukous zaire?o -en el ritmo machac¨®n- y de los coros sudafricanos, impulsados por un excepcional cuarteto de percusionistas. Guerra no ha perdido el norte y mantiene a la tambora como base de ese merengue que, cuando quiso recordar su origen -"M¨¢s lento, m¨¢s sensual", dijo-, recurri¨®, parad¨®jicamente a una canci¨®n no dominicana: Mal de amor, del haitiano Jean Baptiste Nemours.
Tras el arrebato del merengue llegaron las bachatas, casi boleros, en las que la fraternidad de Juan Luis Guerra con Silvio Rodr¨ªguez se hizo patente. Y de bachata a merengue, y de merengue a bachata, con leves incursiones bien resueltas en el son cubano, transcurri¨® el recital. El sonido, bien. Los 13 m¨²sicos que acompa?an a Guerra, magn¨ªficos, con una energ¨ªa esc¨¦nica encomiable y una precisi¨®n r¨ªtmica sobresaliente. Al final, arriesg¨® con largu¨ªsimas improvisaciones a cargo de los percusionistas, pero el -p¨²blico respondi¨® bien al reto, antes de contribuir a la apoteosis con La bilirrubina, cantar coros zul¨²es en A pedir su mano y asistir al final rockero de La gallera. Era el final de un concierto que el preciosismo de los arreglos y la ejecuci¨®n instrumental convirti¨® en un hurac¨¢n, con el p¨²blico encantado y exprimido.
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