?ltimo d¨ªa en Isla Negra
En su casa del Pac¨ªfico, Pablo Neruda vaticin¨® el horror de la dictadura chilena
Pablo Neruda, uno de los mejores escritores de amor de la literatura espa?ola, premio Nobel, radical defensor de la libertad y de la vida, vio despojada su casa y su patria tras el golpe de Pinochet del 11 de septiembre de 1973. La tristeza y la rabia precipitaron su muerte doce d¨ªas m¨¢s tarde. Horas antes le hab¨ªa dicho al ahora corresponsal de EL PA¨ªS en Chile: "Ustedes tienen que tratar de sobrevivir a este temporal, que puede ser largo". La largu¨ªsima dictadura chilena no pudo frenar el recuerdo de una de las m¨¢s fecundas memorias de este siglo.
Con la experiencia de la guerra civil espa?ola y conocedor de los efectos represivos del triunfo de Franco, Pablo Neruda, poco antes de morir, vaticin¨® con certeza lo que iba a ser la dictadura chilena. En la ¨²ltima conversaci¨®n que sostuve con ¨¦l en su residencia de Isla Negra, junto al oc¨¦ano Pac¨ªfico, hace 20 a?os, un d¨ªa antes de partir a una cl¨ªnica de la que saldr¨ªa ya sin vida, el poeta, postrado en cama, advirti¨® premonitoriamente a un grupo de amigos que le pregunt¨® qu¨¦ hacer: "Ustedes tienen que tratar de sobrevivir a este temporal, que puede ser largo. Eviten ser detenidos, porque si los capturan los van a torturar, y en ese caso tienen que hablar, porque si no les sacar¨¢n un ojo".Meticulosamente, el director de televisi¨®n Hugo Ar¨¦valo recuerda el di¨¢logo con Neruda. ?l y su esposa, Charo Cofr¨¦, amigos del poeta y de su compa?era, Matilde Urrutia, viajaron a Isla Negra el 18 de septiembre de 1973, una semana despu¨¦s del golpe de Estado del general Augusto Pinochet. Ar¨¦valo ten¨ªa entonces 30 a?os. "En ese momento, lo que dec¨ªa Pablo parec¨ªan las fantas¨ªas delirantes de un enfermo, pero eran cosas p¨¢lidas respecto de lo que sucedi¨® despu¨¦s".
Neruda no permiti¨® que la Junta Militar, adem¨¢s de derrocar al Gobierno de Salvador Allende y sepultar la democracia, le arrebatara la celebraci¨®n del 18 de septiembre, fecha en que Chile conmemora el primer paso de su independencia de Espa?a. Le pidi¨® a Matilde comprar unas empanadas.
El presidente de M¨¦xico, Luis Echeverr¨ªa, que concedi¨® refugio a la familia de Allende, le ofreci¨® un avi¨®n a Neruda y Matilde para trasladarlos, pero ambos rechazaron la idea.
L¨¢grimas por Chile
Sus ¨²ltimas energ¨ªas las dedic¨® a Confieso que he vivido, sus memorias, recuerda el presidente de la Fundaci¨®n Neruda, el abogado y actual ministro Juan Agust¨ªn Figueroa. El libro culmina mencionando a los soldados que "otra vez hab¨ªan traicionado a Chile". Como el toque de queda comenzaba a las cuatro de la tarde, invit¨® a las visitas a alojarse. En la madrugada, Matilde les dijo que trasladar¨ªa a Pablo a Santiago porque se sent¨ªa muy mal.
En una ambulancia, el premio Nobel de Literatura de 1971 recorri¨® los 120 kil¨®metros hasta la capital. El veh¨ªculo fue detenido en varias ocasiones por los controles policiales. "Revisaron la ambulancia, e incluso debajo de la camilla, y verificaban si realmente llevaba un paciente o era alg¨²n fugitivo", recuerda Ar¨¦valo, que iba en un coche detr¨¢s. Al terminar la inspecci¨®n "hab¨ªa l¨¢grimas en los ojos de Pablo. Pens¨¦ que no lloraba por ¨¦l ni por m¨ª, lloraba por Chile", escribi¨® Matilde en sus memorias.
Hijo de un trabajador de ferrocarriles y de una profesora, Neftal¨ª Reyes naci¨® en 1904, en Parral, una peque?a ciudad 400 kil¨®metros al sur de Santiago. Vivi¨® en Temuco, en el lluvioso sur ("Mi infancia son zapatos mojados, troncos rotos / ca¨ªdos en la selva, devorados por las lianas / y escarabajos, dulces d¨ªas sobre la avena"). Comenz¨® a publicar en 1917 y dos a?os despu¨¦s adopt¨® el nombre que hoy est¨¢ en su l¨¢pida, en la sepultura que comparte con Matilde en su casa de Isla Negra, a la que fue trasladado en 1992 ("Abrid junto a m¨ª el hueco de la que amo, y / un d¨ªa / dejadla que otra vez me acompa?e en la tierra").
En Santiago estudi¨® franc¨¦s, se comprometi¨® con las luchas sociales y el partido comunista, para iniciar en 1927 su carrera diplom¨¢tica, que lo llevar¨ªa de Ceil¨¢n a Espa?a, donde fue c¨®nsul en Barcelona y Madrid. Entretanto, publica su Veinte poemas de amor y una canci¨®n desesperada, Residencia en la tierra y, en Madrid, Espa?a en el coraz¨®n.
La guerra civil espa?ola le conmueve, compromete y acerca entra?ablemente con una generaci¨®n: Vicente Aleixandre ("Es el poeta m¨¢s secreto de Espa?a") Rafael Alberti ("Hemos sido, simplemente, hermanos"), Miguel Hern¨¢ndez ("Era tan campesino que llevaba un aura de tierra junto a ¨¦l"), Federico Garc¨ªa Lorca ("Me hac¨ªa re¨ªr como nadie y nos enlut¨® a todos por un siglo").
Vivi¨® despu¨¦s en Ciudad de M¨¦xico, donde fue c¨®nsul general. Escribi¨® entonces el Canto general, su obra cumbre seg¨²n muchos cr¨ªticos ("Y nacer¨¢ de nuevo esta palabra, / tal vez en otro tiempo sin dolores"). De regreso en Chile fue elegido senador y m¨¢s tarde despojado de esta condici¨®n por el gobierno de Gonz¨¢lez Videla, que ¨¦l y su partido contribuyeron a elegir.
Cuando volvi¨® a salir al extranjero, en 1949, era ya el chileno m¨¢s conocido en el mundo. M¨¢s tarde, regres¨® unido a Matilde y particip¨® en las campa?as presidenciales de Allende ("el antidictador, el dem¨®crata principista hasta en los detalles"). Cuando ¨¦ste fue electo, en 1970, le nombr¨® embajador en Par¨ªs, desde donde regres¨® ya enfermo de c¨¢ncer.
Consumido por la enfermedad, en la cl¨ªnica donde muri¨® s¨®lo tuvo chispazos de lucidez. Delirando, sufri¨® por sus compa?eros. "?Los est¨¢n fusilando!", le escuch¨® exclamar Matilde. Supo del asesinato del cantautor V¨ªctor Jara, a quien los soldados le rompieron las manos, el rostro y cuyo cuerpo recibi¨® 44 balas. Al enterarse del saqueo en sus casas de Santiago y Valpara¨ªso, atiborradas de colecciones y recuerdos, reaccion¨® con pena. "No por ¨¦l, porque hab¨ªa reunido las cosas para leerlas, sino por la p¨¦rdida para el patrimonio nacional", dice Figueroa.
Su muerte, el 23 de septiembre, pese a que la prensa no la resalt¨®, conmovi¨® a los chilenos. Seg¨²n Figueroa, el c¨¢ncer de Neruda estaba relativamente controlado y ten¨ªa un avance lento. "En condiciones normales habr¨ªa tenido una sobrevida de algunos a?os", pero el clima posterior al golpe lo derrumb¨®. El m¨¦dico tratante "estim¨® que esos acontecimientos aceleraron su enfermedad y lo que estaba bajo control se revoc¨®", se?ala.
El velorio fue en su destrozada casa de Santiago. Al funeral concurrieron miles de personas venciendo el miedo y la vigilancia, en lo que fue la primera manifestaci¨®n contra los militares. Pasar¨ªan 17 a?os antes que Chile volviera a erguirse y el poeta empezara a recuperar un puesto en la amarga historia de su pa¨ªs.
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