Las cosas rotas
Los barcos cubanos que recalaban en Tenerife a finales de los a?os sesenta iban cargados de discos endebles con la voz lenta de Pablo Neruda. Nosotros la escuch¨¢bamos mientras com¨ªamos arroz con frijoles en aquellos bajeles h¨²medos.Eran tiempos en que la esperanza y la vida ten¨ªan s¨ªmbolos por todas partes y crec¨ªan tanto que parec¨ªan imbatibles. Pero aquel mediod¨ªa el capit¨¢n interrumpi¨® el arroz, la poes¨ªa y la risa y dijo que Fidel Castro iba a anunciar por los altavoces que hab¨ªan matado al Che en Bolivia. Ah¨ª empez¨® a romperse uno de los flecos del mito. Quedaba la poes¨ªa, si en lo que respecta a la pol¨ªtica, ya resquebrajada, se abrigaba la palabra Chile como el p¨®ster restante. Seguimos oyendo a Neruda, en los barcos o en las habitaciones de los colegios mayores, y nos pas¨¢bamos los discos cubanos como antes nos hab¨ªamos intercambiado los manifiestos.
Un d¨ªa de 1970 lleg¨® el propio Neruda, tambi¨¦n en un barco. Iba camino de Valpara¨ªso, con Matilde Urrutia, y recalaba en la isla contraviniendo su decisi¨®n de que mientras viviera Franco no pisar¨ªa tierra espa?ola. Pas¨® por Barcelona, y parece que all¨ª roz¨® Espa?a, pero en Tenerife la pis¨® del todo: encontr¨® a sus viejos amigos surrealistas -P¨¦rez Minik, Westerdahl, Garc¨ªa Cabrera- y habl¨® con ellos de experiencias comunes -la guerra, la Casa de las Flores, Caballo Verde para la Poes¨ªa, Gaceta de Arte- con el candor de los muchachos que se reencuentran tras unas largas vacaciones colegiales o despu¨¦s de un desastre sobre el que guardan silencio. Se rieron mucho y nosotros les ve¨ªamos como como si nada se hubiera roto de veras, como si todo hubiera sido un sue?o terrible de poetas melanc¨®licos.
Su viaje, que se interrumpi¨® en la isla para hacer carcajadas, iba a tener un final feliz, de nuevo la esperanza en un horizonte de espejos rotos. Iba a apoyar la candidatura socialista de Allende a la presidencia de Chile. Tres a?os despu¨¦s, sobre aquel triunfo del poeta creci¨® la hierba de la melancol¨ªa, la rabia ante el despojo; se hizo de hierro y cruel aquel verso suyo -"las cosas rotas, las cosas que nadie rompe pero se rompieron"- y la barbarie rompi¨® con sa?a toda esperanza e hizo avanzar la muerte sobre aquella cara que re¨ªa como un chiquillo mientras dec¨ªa adi¨®s hacia Valpara¨ªso.
Maldici¨®n para aquellos y tambi¨¦n para los que les perdonan hoy, misericordes hip¨®critas de este lado inc¨®lume del mundo en el que ya hay no sino cosas rotas.
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