El mutis del prestidigitador
Ha sido Pepe Espali¨² figura esencial -tal vez la m¨¢s enigm¨¢tica y sutil- entre ese n¨²cleo de artistas que, desde el ¨¢rea sevillana, agitan las aguas de la pol¨¦mica art¨ªstica espa?ola de la segunda mitad de los ochenta, alcanzando una notable resonancia en la atenci¨®n de los circuitos internacionales hacia nuestro arte joven.Con frecuencia, desde su propia visi¨®n y desde las palabras que otros le dedicaron, la po¨¦tica y la acci¨®n de Espali¨² han encontrado una analog¨ªa en la acci¨®n del prestidigitador. En ese juego, que se complace en enfrentamos a la paradoja con quiebros perversos, el artista cordob¨¦s simulaba incursiones hacia la pintura o la escultura, como mostrando inocente no esconder nada en las mangas. Mas, en su intenci¨®n, pintura, escultura o instalaciones no eran sino disfraces de una imaginaci¨®n m¨¢s fluida e indiferenciada desde donde el pensamiento del artista escapaba, cual Houdini, a los grilletes que imponen las categor¨ªas del oficio art¨ªstico.
Pero junto a la, a menudo, aparente frivolidad intempestiva de esos artificios y juegos de manos, la po¨¦tica itinerante de Espali¨² acababa siempre por filtrar a trav¨¦s de sus actos una secreta y melanc¨®lica elegancia. Y ese sentimiento crece, ante todo, en intensidad con el Espali¨² final, en el modo como asume el empe?o de metamorfosear la conciencia de la propia enfermedad en energ¨ªa creadora y arma con la que subvertir la inercia miserable de determinados comportamientos colectivos.
En ese Espali¨² tard¨ªo, el gusto por lo equ¨ªvoco se convierte en asombrosa capacidad para generar met¨¢foras transparentes como las que se desprenden de la imagen de sus instalaciones sobre el palanqu¨ªn opaco, encerrado en s¨ª mismo y cerrado a los dem¨¢s, pero necesitado de otras manos que lo completen en su viaje. Y con esa lucidez po¨¦tica, que vibra por igual en los textos del mismo periodo, compone al fin el prestidigitador un mutis fecundo e impecable.
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