La tribu y el mercado
(Respuesta a R¨¦gis Debray)
"Lo que es bueno para la Columbia y la Warner Bross es bueno para Estados Unidos, vale; la cuesti¨®n ahora es saber si es bueno para la humanidad", dice mi amigo R¨¦gis Debray en su respuesta a mi art¨ªculo contra "la excepci¨®n cultural" para los productos audiovisuales en las negociaciones del GATT (*). Es una frase efectista, pero poco seria, en un texto cuyo anti-norteamericanismo, basado en mitos ideol¨®gicos, desv¨ªa el debate sobre el asunto en discusi¨®n: si la libertad de comercio y la cultura son compatibles o ¨ªrritas la una a la otra.
A su juicio hay -?una vez m¨¢s!- una conspiraci¨®n de Estados Unidos, "el poder imperial", para convertir al planeta en un "supermercado" en el que las "culturas minoritarias" acosadas por la Coca-Cola y los yuppies y privadas, de medios de expresi¨®n, no tendr¨ªan otra salida que el integrismo religioso. Y, por lo visto, no han sido varias d¨¦cadas de planificaci¨®n econ¨®mica, controles, colectivismo y estatismo socialistas lo que explica la crisis de Europa del Este sino "el capitalismo tejano de importaci¨®n", culpable de que se hayan cerrado los "teatros, estudios y editoriales" de esos pa¨ªses.
?sta es una ficci¨®n, caro R¨¦gis, que puede divertir a la galer¨ªa, pero que falsea la realidad. Los grandes conglomerados norteamericanos, de la IBM a la General Motors, se ven cada vez en peores aprietos para hacer frente a la competencia de empresas de diversos pa¨ªses del mundo (algunos tan peque?os como Chile, Jap¨®n o Taiwan), capaces de producir desde ordenadores hasta autom¨®viles a mejores precios que aquellos colosos, y que, gracias a la libertad de mercado, son preferidos a los de ¨¦stos por gentes del mundo entero (incluidos los estadounidenses). Esta libertad no es buena porque perjudique a las grandes empresas, sino porque favorece a los consumidores, quienes, guiados por su propio inter¨¦s, deciden qu¨¦ industrias los sirven mejor. Gracias a este sistema muchos de esos pa¨ªses "colonizados" que te preocupan, est¨¢n dejando de serlo a pasos r¨¢pidos y ¨¦sta es, desde mi punto de vista, una raz¨®n principal para preferir el mercado libre y la internacionalizaci¨®n al r¨¦gimen de controles e intervencionismo estatal que t¨² defiendes para los productos culturales.
Acabo de pasar un a?o ense?ando en Harvard y en Princeton, y si esas dos universidades dan la medida de lo que ocurre en los centros acad¨¦micos de Estados Unidos, el "imperialismo" que los devasta es el franc¨¦s, pues Lacan, Foucault y Derrida ejercen a¨²n en las humanidades (cuando en Francia su hegemon¨ªa decae) una influencia abrumadora (a ti te estudian, tambi¨¦n). ?No pondr¨ªan t¨² y tus amigos defensores de la "excepci¨®n cultural" el grito en el cielo si un grupo de profesores norteamericanos pidiera la imposici¨®n de cuotas de libros obligatorios de pensadores nativos en las universidades de su pa¨ªs como defensa contra esa 'agresi¨®n' intelectual francesa que amenaza con arrebatar a Estados Unidos su "identidad cultural"?
Seg¨²n tu art¨ªculo, en el caso de los productos audiovisuales no se ejerce la libre elecci¨®n del consumidor, porque son los intermediarios -los distribuidores- quienes 'imponen' el producto al mercado. El papel de los intermediarios es central, en efecto -son los profesores, no los estudiantes, los que prefieren a Lacan, Foucault y Derrida- pero lo de la 'imposici¨®n' es inexacto, si el mercado se mantiene abierto a la competencia, y los lectores -o los oyentes, espectadores o televidentes- pueden ir indicando, mediante su aceptaci¨®n o su rechazo, lo que prefieren ver, o¨ªr y leer. Cuando funciona libremente, el mercado permite, por ejemplo, que pel¨ªculas producidas en "la periferia" se abran camino de pronto desde all¨ª hasta millares de salas de exhibici¨®n en todo el mundo, como les ha ocurrido a Como agua para el chocolate o El Mariachi.
Ahora bien, es verdad que, en lo relativo a los productos culturales de consumo masivo, el mercado revela el predominio en los consumidores de unos gustos y preferencias que no suelen ser los tuyos ni los m¨ªos. Me imagino que te habr¨¢ desmoralizado mucho el ¨¦xito formidable que ha tenido entre los espectadores franceses Les visiteurs, una entretenida realizaci¨®n a la que, estoy seguro, nadie osar¨ªa calificar de creaci¨®n de alta cultura. Ya s¨¦ que la televisi¨®n francesa ha sido capaz de producir programas admirables, como Apostrophes, al que yo rend¨ª homenaje en estas mismas p¨¢ginas, cuando Bernard Pivot decidi¨® ponerle fin. ?Pero, es un programa como ¨¦se la norma o la excepci¨®n en los canales franceses? T¨² sabes tan bien como yo que los programas promedio, y sobre todo los de m¨¢s ¨¦xito, en Francia -como en el resto del mundo- son de una sofocante mediocridad y que la idiotez no es patrimonio "imperial" sino, m¨¢s bien, un atributo a menudo buscado con fervor por el gran p¨²blico en el cine, la televisi¨®n y hasta -horror de horrores- en los libros.
Esto no es el resultado de una conspiraci¨®n de Estados Unidos para colonizar con "la idiotez imperial" al resto del mundo, caro R¨¦gis, sino -qui¨¦n lo hubiera dicho- de la democratizaci¨®n de la cultura que han hecho posible, a una escala jam¨¢s prevista, los medios audiovisuales. Inventarse el fantasma de las multinacionales de Hollywood corruptoras de la sensibilidad francesa -o europea- para explicar que el gran p¨²blico prefiera los culebrones o los reality shows a los programas de calidad es jugar al avestruz. No es verdad. La verdad es que la 'alta cultura' est¨¢ fuera del alcance del ciudadano medio, tanto en Estados Unidos como en Europa o en los pa¨ªses del Tercer Mundo, y ¨¦sta es una verdad que ha hecho patente, la libertad de mercado, all¨ª donde ha podido funcionar sin demasiadas cortapisas. ?ste es un problema de la cultura, no del mercado.
Tu receta para curar semejante mal es suprimir la libertad y reemplazarla por el despotismo ilustrado. Es decir, por un Estado intervencionista a quien corresponder¨¢ determinar, en nombre de la Cultura con may¨²sculas, un 60% de los programas televisivos que ver¨¢n los franceses. (?Por qu¨¦ el 60%? ?Por qu¨¦ no el 55% o el 80% o el 93%? ?Cu¨¢les son los argumentos que justifican esa precisa mutilaci¨®n num¨¦rica de la libertad de elecci¨®n del televidente y no un porcentaje mayor o menor?) Eso es llamar al doctor Guillot¨ªn a que venga con su m¨¢quina infernal a curar las neuralgias del paciente.
Reemplazar el mercado por la burocracia del Estado para regular la vida cultural de un pa¨ªs, aunque sea s¨®lo en parte, como t¨² propones, no garantiza que, a la hora del reparto de las prebendas y privilegios -es lo que son las subvenciones- los favorecidos sean los m¨¢s originales y los mejor dotados, y los mediocres, los desechados. Hay pruebas inconmensurables de que, m¨¢s bien, sucede al rev¨¦s. Totalitario, autoritario o democr¨¢tico, el Estado tiende irresistiblemente a subsidiar no el talento, sino la sumisi¨®n, y los valores seguros en vez de los posibles den ciernes. Me haces re¨ªr cuando citas los casos de cineastas como Bu?uel, Orson Welles o Jean-Luc Godard, a favor de tus tesis intervencionistas. ?Crees de veras que la irreverencia anarquista del Bu?uel de El asno de oro, o el inconformismo de Citizen Kane, o las insolencias de A bout de souffle las hubiera financiado un Gobierno? No me sorprende nada que, ya famosos, convertidos en ¨ªconos indiscutibles, los Estados cubrieran de honores a esos cineastas: as¨ª se homenajeaban a s¨ª mismos en ellos y los convert¨ªan en instrumentos de su propaganda. Pero todo arte de ruptura y contestaci¨®n de los valores establecidos tiene los d¨ªas contados si se entrega al Estado, en todo o en parte, ese poder decisivo que t¨² quieres confiarle en lo que concierne a la producci¨®n audiovisual. Buen ejemplo de ello son esas sociedades de Europa del Este donde el Estado controlaba la producci¨®n cultural -invirtiendo a veces considerables recursos- a un precio que ning¨²n creador o intelectual digno e9tuvo dispuesto a pagar: la p¨¦rdida de la libertad.
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Esta libertad, sin la cual la cultura se degrada y esfuma, est¨¢ mejor garantizada con el mercado y el internacionalismo que con el despotismo ilustrado y el nacionalismo econ¨®mico, las dos fieras agazapadas detr¨¢s de las patri¨®ticas banderas de "la excepci¨®n cultural", por m¨¢s que no todos los que las agitan lo adviertan. En tu art¨ªculo enumeras una serie de nombres ilustres de cineastas que comparten tus tesis, de Delvaux a Wim Wenders y Francesco Rosi. Es un argumento que no me impresiona. T¨² sabes tan bien como yo que el talento art¨ªstico no es garant¨ªa de lucidez pol¨ªtica y no ser¨¢ ¨¦sta la primera, ni la ¨²ltima vez, en que veremos a destacados creadores trabajar empe?osamente erigiendo el pat¨ªbulo donde ser¨¢n ahorcados. ?No fuimos t¨² y yo, de j¨®venes, ardientes defensores de un modelo social que, si se hubiera materializado en nuestros pa¨ªses, habr¨ªa censurado nuestros libros y, acaso, nos habr¨ªa despachado al Gulag?
Uno de aquellos ideales de nuestra juventud, el desvanecimiento de las fronteras, la integraci¨®n de los pueblos del mundo dentro de un sistema de intercambios que beneficie a todos y, sobre todo, a los pa¨ªses que necesitan con urgencia salir del subdesarrollo y la pobreza, es hoy en d¨ªa una realidad en marcha. Pero, en contra de lo que t¨² y yo cre¨ªamos, no ha sido la revoluci¨®n socialista la que ha llevado a cabo esta internacionalizaci¨®n de la vida, sino sus bestias negras: el capitalismo y el mercado. Esto es lo mejor que ha ocurrido en la historia moderna, porque echa las bases de una nueva civilizaci¨®n a escala planetaria organizada en tomo a la democracia pol¨ªtica, el predominio de la sociedad civil, la libertad econ¨®mica y los derechos humanos. El proceso est¨¢ apenas en sus comienzos y se halla amenazado desde todos los flancos por quienes, esgrimiendo distintas razones y espantajos, tratan de atajarlo o destruirlo en nombre de una doctrina de muchos tent¨¢culos que parec¨ªa semiextinguida y que ahora reaparece, reaclimatada a las circunstancias: el nacionalismo.
Naturalmente que no voy a cometer la falacia de identificar el nacionalismo cultural que t¨² defiendes con el de los racistas y xen¨®fobos prehist¨®ricos para los que la salvaci¨®n de Francia -o de Europa- exige expulsar al moro del Continente y levantar diques y fronteras "contra las agresiones de Wall Street". Pero asociar los t¨¦rminos de naci¨®n y cultura, como si hubiera entre ellos una indisoluble simbiosis, y, peor todav¨ªa, hacer depender la integridad de ¨¦sta del fortalecimiento de aqu¨¦lla -eso significa el proteccionismo cultural- es empe?arse en revertir el proceso integrador del mundo contempor¨¢neo y una manera de votar por el retorno de la humanidad a la era de las tribus. Muerto el comunismo, el colectivismo y el estatismo resucitan detr¨¢s de otro artificio parecido al de la 'clase' revolucionaria: la naci¨®n.
?Por qu¨¦, si se acepta el principio de la "excepci¨®n cultural" para las pel¨ªculas y los programas televisivos, no se adoptar¨ªa tambi¨¦n para los discos, los libros, los espect¨¢culos? ?Por qu¨¦ no poner tambi¨¦n cuotas estrictas para el consumo de las mercanc¨ªas extranjeras de cualquier ¨ªndole? ?No son manifestaciones de una cultura los productos gastron¨®micos, el atuendo, los usos tradicionales en lo relativo al transporte, al esparcimiento, al trabajo? Una vez admitido el principio de una "excepci¨®n cultural", no hay producto industrial exento de argumentos v¨¢lidos para exigir id¨¦ntico privilegio, y con raz¨®n. Este camino no conduce a la salvaguardia de la cultura, sino a poner a un pa¨ªs, atado de pies y manos, a merced del estatismo. Es decir, a una merma de su libertad.
Es cierto que el mercado norteamericano est¨¢ a¨²n lejos de funcionar con entera libertad, y las negociaciones del GATT deber¨ªan servir para romper las limitaciones proteccionistas que Estados Unidos ha establecido en la propiedad, la producci¨®n y el comercio audiovisual. Europa debe exigir que se supriman estas barreras, a cambio de abrir sus propios mercados a la competencia. Esa es la buena batalla y deber¨ªamos librarla juntos: la que se fija como objetivo ampliar la libertad existente y hacerla asequible a todos, en vez de la que quiere, para contrarrestar las trabas a la libertad en Estados Unidos, amurallar la de Francia (o la de Europa) y rodearla de bur¨®cratas y aduaneros que, en vez de protegerla, la asfixiar¨¢n.
* R¨¦gis Debray, Respuesta a Mario Vargas Llosa, EL PA?S, jueves 4 de noviembre de 1993.
copyright Mario Vargas Llosa, 1993.
copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SA, 1993.
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